La Jornada de México
José Steinsleger
Las luchas populares y antimperialistas de América Latina exigen unidad y solidaridad, conciencias claras y definiciones precisas de sus dirigentes. Los objetivos de estas luchas no dependen del "hoy" y el "ahora". El tiempo les va dando forma (ideología) y las posibilidades de su concreción efectiva les van dando fondo (política).
Desde "abajo" la lucha política guarda resultados inciertos. Por esto, las razones y verdades coyunturales de sus dirigentes interesan menos que la coherencia de sus enunciados. Last but not least (lo último pero no menos importante), un dirigente "de abajo" debe analizar con cuidado el proceso político en que se halla inmerso.
Por gravitación natural a un dirigente popular le interesa todo. Pero cuando imagina que puede abarcar y saberlo todo corre el riesgo de convertirse en un personaje similar a los fabricados por la tecnocracia electoral. Un dirigente popular representa los intereses de quienes le han conferido poder y autoridad moral. Puede surgir de "abajo" o del "medio", mas fuera o dentro de las instituciones le toca estar "arriba" porque todos los cuellos se alzan para ver y oír lo que hace y dice.
El dirigente de "arriba" raras veces se interesa por los de "abajo", regalando, a cuentagotas, ojitos y sonrisas a los del "medio". Sin embargo, quienes representan a "los de abajo" no vienen de tan "abajo". La mayoría se formó en el "medio", ejerciendo un privilegio ignorado por los de "abajo": elegir, optar.
Aquí, la "extracción de clase" encuentra sentido. Por lo general, este tipo de dirigentes suele considerar el fin de la injusticia social como meta deseable hacia la cual hay que dirigir el deseo y la voluntad de las personas. La discusión, entonces, se reviste de obsesiones autorreferenciales que se desarrollan en la esfera de lo improbable. Cierto modo maniático de debatir parecería buscar la confirmación de opiniones preconcebidas. No se discuten las supuestas cualidades de un sistema futuro, sino las obvias podredumbres del vigente, a más de cosas irrefutables que no se pueden probar con seguridad absoluta porque nunca existieron.
Si el deseo y la voluntad predicada por los dirigentes de "abajo" fuesen lo bastante fuertes y universales, el capitalismo estaría en vías de su real y total destrucción. ¿Pero Carlos Marx pronosticó su caída como algo que dependía de la voluntad y el deseo humano, o como algo inherente a la naturaleza misma del capitalismo?
En Contribución a la crítica de la economía política Marx dijo que "... la humanidad sólo plantea los problemas que puede resolver". Y en Guerra de guerrillas el Che escribió: "Cuando un gobierno ha llegado al poder a través de algún tipo de voto popular, fraudulento o no, y conserva al menos una apariencia de legalidad constitucional, no debe promoverse un levantamiento guerrillero, puesto que aún no se han agotado las posibilidades de lucha pacífica".
En América Latina, Cuba difunde la simiente libertaria, así como Venezuela, Bolivia y Argentina cultivan actualmente las suyas. Subestimar la magnitud de los desafíos, cuestionar lo poco o mucho del acervo cultural y popular que los pueblos conquistaron para sí, medir con lupa la autenticidad revolucionaria de procesos emancipadores en marcha, equivale a repetir una historia saturada de frustraciones y derrotas.
Debido a su carga ideológica, cualquier proceso político científicamente tratado será motivo de conjetura. Por ejemplo, si en el último par de siglos "los de abajo" en Francia, Rusia y China acabaron con "los de arriba", deberíamos preguntarnos por qué los unos y los otros están hoy donde están. Ya no digamos del heroico Vietnam, país que acaba de cancelar un programa de inversión gubernamental porque Estados Unidos se lo exigió para ingresar en la Organización Mundial de Comercio.
Unicamente los tecnócratas creen que lo moderno requiere echar mano de la tiranía mediática. No se trata de negar el poder tecnológico o el alcance global de los medios. Se trata de negar la unilateralidad y manipulación de las noticias, la chatura alienante y embrutecedora de los programas, la hostilidad explícita a los movimientos populares que luchan por sus derechos.
Para la tiranía mediática, los programas son mero debe y haber de inventario. ¿Qué cuota de "espacio" cree ganar en ellos un dirigente "de abajo"? ¿La que el poder mediático otorga o la que el dirigente concede? Prestarse al juego está bien, siempre y cuando la salida al aire del dirigente vaya acompañada de los que no tienen voz y sufren los atropellos.
Que la política sea proceso y "arte de lo posible" no conlleva, fatalmente, "posibilismo". La revolución francesa se cocinó en los "Estados Generales" de Luis XVI; la china y la mexicana, con los nacionalistas y liberales en el poder; la rusa, durante el gobierno socialdemócrata de Kerenski (1917), y la cubana, entre las fuerzas patrióticas que derrocaron la dictadura de Batista (1959).
Lo fundamental: interpretar con lucidez el vuelo de las aves; leer con crítica y criterio los signos y señales de los procesos políticos y tomar partido frente a la abominable encrucijada que vive la humanidad.
José Steinsleger
Las luchas populares y antimperialistas de América Latina exigen unidad y solidaridad, conciencias claras y definiciones precisas de sus dirigentes. Los objetivos de estas luchas no dependen del "hoy" y el "ahora". El tiempo les va dando forma (ideología) y las posibilidades de su concreción efectiva les van dando fondo (política).
Desde "abajo" la lucha política guarda resultados inciertos. Por esto, las razones y verdades coyunturales de sus dirigentes interesan menos que la coherencia de sus enunciados. Last but not least (lo último pero no menos importante), un dirigente "de abajo" debe analizar con cuidado el proceso político en que se halla inmerso.
Por gravitación natural a un dirigente popular le interesa todo. Pero cuando imagina que puede abarcar y saberlo todo corre el riesgo de convertirse en un personaje similar a los fabricados por la tecnocracia electoral. Un dirigente popular representa los intereses de quienes le han conferido poder y autoridad moral. Puede surgir de "abajo" o del "medio", mas fuera o dentro de las instituciones le toca estar "arriba" porque todos los cuellos se alzan para ver y oír lo que hace y dice.
El dirigente de "arriba" raras veces se interesa por los de "abajo", regalando, a cuentagotas, ojitos y sonrisas a los del "medio". Sin embargo, quienes representan a "los de abajo" no vienen de tan "abajo". La mayoría se formó en el "medio", ejerciendo un privilegio ignorado por los de "abajo": elegir, optar.
Aquí, la "extracción de clase" encuentra sentido. Por lo general, este tipo de dirigentes suele considerar el fin de la injusticia social como meta deseable hacia la cual hay que dirigir el deseo y la voluntad de las personas. La discusión, entonces, se reviste de obsesiones autorreferenciales que se desarrollan en la esfera de lo improbable. Cierto modo maniático de debatir parecería buscar la confirmación de opiniones preconcebidas. No se discuten las supuestas cualidades de un sistema futuro, sino las obvias podredumbres del vigente, a más de cosas irrefutables que no se pueden probar con seguridad absoluta porque nunca existieron.
Si el deseo y la voluntad predicada por los dirigentes de "abajo" fuesen lo bastante fuertes y universales, el capitalismo estaría en vías de su real y total destrucción. ¿Pero Carlos Marx pronosticó su caída como algo que dependía de la voluntad y el deseo humano, o como algo inherente a la naturaleza misma del capitalismo?
En Contribución a la crítica de la economía política Marx dijo que "... la humanidad sólo plantea los problemas que puede resolver". Y en Guerra de guerrillas el Che escribió: "Cuando un gobierno ha llegado al poder a través de algún tipo de voto popular, fraudulento o no, y conserva al menos una apariencia de legalidad constitucional, no debe promoverse un levantamiento guerrillero, puesto que aún no se han agotado las posibilidades de lucha pacífica".
En América Latina, Cuba difunde la simiente libertaria, así como Venezuela, Bolivia y Argentina cultivan actualmente las suyas. Subestimar la magnitud de los desafíos, cuestionar lo poco o mucho del acervo cultural y popular que los pueblos conquistaron para sí, medir con lupa la autenticidad revolucionaria de procesos emancipadores en marcha, equivale a repetir una historia saturada de frustraciones y derrotas.
Debido a su carga ideológica, cualquier proceso político científicamente tratado será motivo de conjetura. Por ejemplo, si en el último par de siglos "los de abajo" en Francia, Rusia y China acabaron con "los de arriba", deberíamos preguntarnos por qué los unos y los otros están hoy donde están. Ya no digamos del heroico Vietnam, país que acaba de cancelar un programa de inversión gubernamental porque Estados Unidos se lo exigió para ingresar en la Organización Mundial de Comercio.
Unicamente los tecnócratas creen que lo moderno requiere echar mano de la tiranía mediática. No se trata de negar el poder tecnológico o el alcance global de los medios. Se trata de negar la unilateralidad y manipulación de las noticias, la chatura alienante y embrutecedora de los programas, la hostilidad explícita a los movimientos populares que luchan por sus derechos.
Para la tiranía mediática, los programas son mero debe y haber de inventario. ¿Qué cuota de "espacio" cree ganar en ellos un dirigente "de abajo"? ¿La que el poder mediático otorga o la que el dirigente concede? Prestarse al juego está bien, siempre y cuando la salida al aire del dirigente vaya acompañada de los que no tienen voz y sufren los atropellos.
Que la política sea proceso y "arte de lo posible" no conlleva, fatalmente, "posibilismo". La revolución francesa se cocinó en los "Estados Generales" de Luis XVI; la china y la mexicana, con los nacionalistas y liberales en el poder; la rusa, durante el gobierno socialdemócrata de Kerenski (1917), y la cubana, entre las fuerzas patrióticas que derrocaron la dictadura de Batista (1959).
Lo fundamental: interpretar con lucidez el vuelo de las aves; leer con crítica y criterio los signos y señales de los procesos políticos y tomar partido frente a la abominable encrucijada que vive la humanidad.
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