miércoles, mayo 10, 2006

Roques

Tomado de Co-Latino

«Éste es un poeta de verdad»
Si por Generación Comprometida se entiende al grupo de jóvenes, aspirantes a poetas y escritores, que salimos a la luz pública en 1950, Roque no participó de eso, porque su edad era 4 ó 5 años menor. Álvaro Menéndez Leal, Irma Lanzas, Orlando Fresedo, Ítalo López Vallecillos, Eugenio Martínez Orantes, Ricardo Bogrand y los otros teníamos de 15 a 17 años. Por entonces Dalton debe haber sido un niño de 11 ó 12 años de edad.

En efecto, conocí a Roque hasta 10 años después, cuando trabajaba de reportero en un noticiero que Menéndez Leal mantuvo en la YSEB.

Yo había regresado unos meses de Italia, donde estudiaba. Álvaro me presentó a Roque, que era delgado, de nariz larga y ojos profundos. Luego me mostró unos poemas y yo recuerdo que quedé estupefacto. “Éste es un poeta de verdad”, comenté a Menéndez. “Sí”, contestó. “Tiene tres enemigos, que son el alcohol, las mujeres y el marxismo, pero se las arregla y, como ve, escribe muy bien.”

La segunda vez fue responsabilidad de Francisco de Sola, a quien yo estimaba mucho, particularmente porque en su casa tenía una estatua de Marino Marini, que siempre ha sido uno de mis escultores favoritos. Era un espléndido caballo.

Chico de Sola me preguntó si conocía a Roque Dalton. Le dije que lo había visto una vez en su trabajo y me pidió que lo invitara a cenar a su casa, que quedaba en una calle empinada, de la colonia Providencia.

La noche de la denominada cena (porque no hubo más comida que unas latas de aceitunas que abrió Chico) empezó con una discusión entre caballeros victorianos y, un poco por el whisky, terminó como discusión de estibadores de puerto.

Hasta la 1:00 de la madrugada estuve despierto, oyéndolos. Chico tenía fama de ser el rico salvadoreño más inteligente. Roque era un polemista brillante. A las 4:00 me fueron a despertar a un sofá, para que nos marcháramos. Yo iba manejando mi carro y, durante el trayecto, Roque comentó. “¡Qué capacitado es este hombre! ¿Crees que hayan dos ricos así?” “No sé”, respondí. “Ricardo Sagrera quizás.”

La tercera ocasión tuvo que ver con uno de los problemas que me había dicho Álvaro. Yo dirigía el Elenco Estable de Bellas Artes y ahí actuaba una joven actriz muy bonita. De repente todo San Salvador hablaba de que la chica se había acostado con Roque. Lo llamé y le dije: “Ya veo que estás igual que don Juan, desde una Princesa Real a la hija de un pescador, ha recorrido mi amor toda la escala social. Te felicito, pero, como dice el doctor Marañón, don Juan se satisface más en contar que en hacer el amor. ¿Por qué andas contando?”. “Tenés razón”, dijo Roque. “Odio la castidad, pero te prometo no volver a contar.” Por lo que yo supe, cumplió. No volví a verlo. Yo regresé a Europa, donde permanecí varios años más, esta vez trabajando en el servicio diplomático.

En 1975, en Nueva York, supe que a Roque y a un compañero los habían capturado en Cojutepeque y soltado. Siguieron acusaciones ponzoñosas y estúpidas. Sin embargo, lo asesinaron pocas semanas después sus camaradas del Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP. Tuvo tiempo de dejar su biblioteca a Álvaro Menéndez Leal, cuyos libros están actualmente en la Universidad Tecnológica.

La UCA hizo el maravilloso trabajo de editar, en varios libros, poesía y narraciones de Roque Dalton, principalmente las que el gran poeta escribió sobre El Salvador. En “Las Historias Prohibidas de Pulgarcito”, se refiere a mí con respeto y extraordinario sentido del humor. Comienza hablando de diario “El Mundo”, y afirma que “es editado y dirigido por un joven poeta y escritor de cuentos de ciencia ficción (que se graduara como abogado en Bologna y fuera posteriormente diplomático por El Salvador, ante los gobiernos de Italia, República Federal Alemana, etc., lo cual habla de un nivel mayor que la simple alfabetización)”. Luego describe una promoción publicitaria en la que yo le conseguí esposa a un mono mandril y llené el Parque Zoológico con más de 200 mil personas, que llegaron a aplaudir la luna de miel de los recién casados. Hubo muertos, montones de heridos por la multitud y algún chusco no identificado que gritó: ¡Se escaparon los leones!

El relato de Roque, como muchísimas otras cosas de él, es una joya. Y es otra de las pruebas de que Roque Dalton, cuando se olvidaba del marxismo, era uno de los poetas y escritores más grandes que ha tenido El Salvador.

Waldo Chávez

«se salvó»
Roque Dalton, alumno de Miguel Mármol en las artes de la resurrección, se salvó dos veces de morir fusilado. Una vez se salvó porque cayó el gobierno y otra vez se salvó porque cayó la pared, gracias a un oportuno terremoto. También se salvó de los torturadores, que lo dejaron maltrecho pero vivo, y de los policías que lo corrieron a balazos.

Y se salvó de los hinchas de fútbol que lo corrieron a pedradas, y se salvó de las furias de una chancha recién parida y de numerosos maridos sedientos de venganza.
Poeta hondo y jodón, Roque prefería tomarse el pelo a tomarse en serio, y así se salvó de la grandilocuencia y de la solemnidad y de otras enfermedades que gravemente aquejan a la poesía política latinoamericana. No se salva de sus compañeros. Son sus propios compañeros quienes condenan a Roque por delito de discrepancia. De al lado tenía que venir esta bala, la única capaz de encontrarlo.

Eduardo Galeano


Unicornio
El tema con que concluye este trabajo me ha proporcionado, en este último año, un buen montón de placeres y sorpresas. Doquiera lo mostré desencadenó un furibundo afán de hacerme saber donde se hallaba mi unicornio perdido. Comenzaron a llegar cartas, cables y mensajes; aparecieron fotografías, libros, pegatinas, postales y dibujos de toda variedad de unicornios. Incluso recibí noticias hasta de donde sé que jamás iría a pastar no sólo el mío sino cualquier otro.

Es extraño, pero alguna gente ve cosas donde no las hay, o lo que es peor: no pueden ver las cosas que realmente existen.

A propósito quiero acusar públicamente el recibo de una noticia sumamente legítima. Todo empezó por un amigo muy querido que tuve, un salvadoreño llamado Roque Dalton, quien además de haber sido un magnífico poeta fue un gran revolucionario, compromiso que le hizo perder la vida cuando era combatiente clandestino.

El caso es que Roque tuvo varios hijos; entre ellos Roquito -el que hace tiempo se encuentra prisionero y del que no se sabe su suerte-, y Juan José, que delgado y jovencito como es fue guerrillero herido, capturado y torturado. A este último fue a quien encontré hace poco y me contó que allá, en las montañas de El Salvador, andando con la aguerrida tropa de los humildes, trotaba un unicornio azul con un cuerno.

Quiero agradecer la ternura, el sostén y la esperanza de todos los que, en los últimos tiempos, han procurado ayudarme en la búsqueda de lo extraviado. Pero ahora les anuncio que casi casi estoy tranquilo, y que, si lo desean, ya pueden parar de enviar noticias. Porque al fin sé en que parajes pasta mi unicornio y porque en prados semejantes ningún amor está perdido.

Silvio Rodríguez, Abril del 82

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