jueves, mayo 11, 2006

Razones para soñar

Andrés Cabanas, director Publicación electrónica, Memorial de Guatemala,
Ciudad de Guatemala

Aunque los gobiernos de centro e izquierda en Latinoamérica (Brasil, Chile, Argentina, Cuba, Uruguay, Venezuela y Bolivia) imprimen dinámicas de cambio, Centroamérica mira hacia el norte (Estados Unidos) y se mantiene aparentemente al margen de esas tendencias.

Aquí, en este pequeño y olvidado centro del continente, parece que no pasa nada. La región se apresuró a firmar el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos en el año en que el ALCA, Área de Libre Comercio de las Américas, no pudo entrar en vigor y para algunos países, especialmente Venezuela, fue sustituido y enterrado por la Alternativa Bolivariana para las Américas, ALBA.


Los gobiernos del istmo continúan aplicando políticas privatizadoras y de ajuste estructural, aunque desde Buenos Aires hasta Caracas se critica el Consenso de Washington y se propone el “retorno” del Estado: en palabras de Atilio Borón, secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, “una vigorosa reconstrucción” de aquel para “someter a los mercados a un marco regulador que proteja el interés general, preserve los bienes públicos y ampare a las grandes mayorías a las cuales el neoliberalismo despojó de sus derechos más elementales”.

La democracia “en expansión” (mayor estabilidad, incremento de la participación social) al sur de Panamá, contrasta con ejecutivos débiles, sistemas parlamentarios semi privatizados, permanentes tendencias autoritarias y excesiva presencia de militares estadounidenses en la mayoría de las repúblicas centroamericanas. Por poner un ejemplo, los oficiales del Comando Sur que, sin sonrojo ni disimulo, asesoran el Centro Regional de Entrenamiento de Operaciones de Paz, en la siempre verde ciudad de Cobán, a 212 kilometros de la capital de Guatemala.

En fin, en Centroamérica predominan gobiernos empresariales, neoliberales y dependientes, mientras desde Venezuela se lanza al rostro del imperio la bofetada del socialismo del siglo XXI.

Así, a pesar de ser un puente natural y privilegiado norte-sur y atlántico-pacífico, Centroamérica se aferra en los primeros años del siglo XXI a la relación dependiente y subordinada con Estados Unidos, apuesta malinchista de las elites gobernantes.

La globalización, paradójicamente, agudiza nuestro aislamiento. Antiguas y naturales vías de comunicación han desaparecido, al igual que relaciones históricas y culturales, como los intercambios con Oaxaca, Chiapas o Perú, de los que quedan reminiscencias en nombres de calles o mercados. Las importaciones y exportaciones, las corrientes migratorias, las relaciones políticas y culturales, el cine, la arquitectura urbana, los valores (o antivalores como la insolidaridad, la competencia, el individualismo) tienen impronta estadounidense.

Los vientos de cambio en el cono sur (desiguales, con ritmos e intencionalidades diversas, pero inequívocos en reclamar el fin de las políticas neoliberales y la integración regional frente a la subordinación) parecen no sentirse en estas latitudes. Sólo los vientos húmedos del Stan nos han conmovido recientemente. Nuestro estado es de insularidad, extraña insularidad rodeada de muros (más de 1,000 kilometros en la frontera norte), atravesada por el narcotráfico (más del 80% de la droga que va a Estados Unidos pasa por la región), codiciada por el Plan Puebla Panamá y los eternos comerciantes de espejos por espejismos.

El efecto Evo

En este contexto, no resulta extraño que las reacciones iniciales tras el triunfo del MAS en Bolivia hayan sido de moderado y distanciado optimismo. El proceso boliviano se analiza como lejano y no mecánicamente trasladable: sucedió allá, qué bueno, pero en la región el contexto es muy distinto. Se hace énfasis en las diferencias de ritmos y procesos y la inexistencia de condiciones subjetivas, y se omiten las muchas coincidencias, sobre todo entre Bolivia y Guatemala: los indicadores sociales, la diversidad social y étnica, la simultaneidad de muchas de sus luchas (las revoluciones democráticas de los años cincuenta, las historias de vida de Rigoberta Menchú y Domitila Barrios).

Sin embargo, y a pesar de su aislamiento, la región no puede abstraerse de un revuelo político que, independientemente de su evolución futura, cabe calificar de histórico: en primer lugar, por la llegada al gobierno de representantes de los pueblos indígenas y las mayorías explotadas; en segundo lugar, por su carácter genuinamente latinoamericano, alejado del ”calco” o la “copia” de otros paradigmas, como reclamaba el peruano Mariátegui.

Por ello, aunque no tenga efectos mecánicos e inmediatos, el nuevo escenario boliviano y en general sudamericano, plantea al menos estos referentes y retos para Centroamérica:

1) Promover estados fuertes, tanto en lo político como en lo económico, lo que pasa inevitablemente por reformas fiscales y el incremento de la carga tributaria.

2) Apostar por la dignidad en el uso de los recursos y la relación con gobiernos y empresas extranjeras (minería de oro a cielo abierto en el Valle de Siria, Honduras o la región de San Marcos, Guatemala, petróleo, agua, biodiversidad). La consigna necesitamos socios, no patrones expresada por Evo Morales debe constituir un principio que garantice simultáneamente soberanía nacional y desarrollo económico, aplicándose a cualquier tratado comercial o político.

3) Construir una agenda común y priorizar demandas, superando la actual atomización: “¿Podrá el movimiento indígena del país aprender que sólo la construcción y la articulación de una agenda común evitarán la atomización y la cooptación?” se pregunta la antropóloga y periodista maya-k´iche´ Irma Alicia Velásquez Nimatuj.

4) Articular nuevas mayorías a partir de la construcción de alianzas amplias: “con mineros, campesinos, cooperativista y con profesionales, artistas, empresarios y segmentos de clase media” (Ibíd.); de la autonomía “un movimiento independiente de la izquierda tradicional” (Ibíd.); y del papel protagónico de los pueblos indígenas.

5) Procurar la renovación ideológica y programática. En palabras de Máximo Ba Tiul, antropólogo maya-poqomchi, “un replanteamiento de las ideologías” que sobre todo sea capaz de combinar “lo social y lo étnico”, donde se vean como “complementarios”. Este es el gran reto pendiente, específicamente para Guatemala, donde las recientes divisiones en la Comisión Nacional de Resarcimiento evidencian lo lejos que estamos todavía de esta complementariedad.

6) Luchar por la autonomía y el derecho de autodeterminación de los pueblos indígenas de la región, para lo que son necesarias modificaciones constitucionales.

En general, el triunfo de Evo plantea una oportunidad para los pueblos indígenas: la necesidad de abordar, después de más de 500 años de resistencia pasiva, la lucha por el poder. Virginia Ajxup, dirigente maya-k´iche´ afirma: “Quizá los Mayas actuales tengamos un reto más difícil que nuestras abuelas y abuelos, ante un mundo en el que no se va a respetar a ningún pueblo ni a ninguna cultura. La mundialización está por todas partes, se ha hecho de esta idea el mejor producto del mercado y aquí es donde estamos nosotros. Para el pueblo maya son múltiples los desafíos internos y externos que tenemos enfrente. Las nuevas formas de racismo y discriminación son latentes y los desafíos para el mundo Maya. Quizá nuestros abuelos y abuelas lograron sobrevivir la colonización, los 36 años de guerra, pero ahora me pregunto, ¿qué vamos a hacer nosotros? Si las culturas antiguas dijeron que era mejor cerrarse, ahora eso tal vez no sea la respuesta”

Para el periodista y dirigente social Miguel Ángel Sandoval “los pueblos indígenas ya cambiaron su referente histórico al decir que no se trata más de una resistencia ante los 500 años y que, como diría la segunda Declaración de La Habana, esta gran humanidad ha dicho basta y ha echado a andar”

Dudas para avanzar

No deben asustarnos las dudas, la incertidumbre, el optimismo “distante”, nuestro histórico “pragmatismo resignado”, como define el nicaragüense Andrés Pérez Baltodano nuestro pensamiento y proceder político. Tampoco deben sorprendernos los retrocesos previsibles en procesos que no son lineales y nacen de contradicciones históricas.

Para nosotras y nosotras, las hijas e hijos de una generación con excesivas derrotas sobre sus hombros (Nicaragua, Granada, El Salvador, Guatemala, Chile, el Haití de Lavalas, y un largo etcétera, incluida la derrota ajena del socialismo real) las interrogantes son positivas: algo se mueve porque está vivo. Después de muchos años de repliegue y travesía en el desierto, después de habernos quedado sin preguntas cuando teníamos todas las respuestas, volvemos a plantear muchas incógnitas y empezamos a ver una tenue luz al final del camino.

Así, a pesar del estancamiento de la región, parecen existir de nuevo condiciones para abrir otro ciclo de transformaciones sociales o cuando menos para iniciar grandes debates alrededor de (nuevos) programas y métodos. En todo caso, es la hora de asumir riesgos, si nosotros no lo hacemos, nadie lo hará, como escribió García Márquez: “nadie distinto a nosotros está dispuesto a sacrificar la alegría (…) por este inmenso y solitario traspatio”.

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