domingo, mayo 14, 2006

Bolaños honra terrorismo

Reconocimiento de Montaner desvirtúa Orden Rubén Darío

Por: Pastor Valle-Garay, nicaragüense
Senior Scholar, Universidad de York

Toronto, Canadá – Enrique Bolaños no encabeza la lista de los listos. En la pequeña nación centroamericana donde los niños escriben poesía y el mundo reconoce las valiosas contribuciones de una pléyade de poetas, escritores y artistas nadie acusa al mandatario nicaragüense de dotes intelectuales. No los tiene.

Sospecho que si se le preguntase qué obra literaria más le ha impactado, Bolaños se las vería prietas desempolvando el último almanaque. Don Enrique no es leído. No está solo en el atrofiado desarrollo cerebral. Comparte la aflicción con George W. Bush, su mentor en la Casa Blanca. Les cae como anillo al dedo el adagio castellano “lo que natura no da, Salamanca no presta.” Ambos coinciden en que a duras penas leen los titulares de los diarios. Sin embargo la limitadísima capacidad intelectual de los dos no obstaculiza la propensión a distribuir honores literarios y sentirse numerarios del establecimiento.


Se le achacan cosas más mundanas a Don Enrique. De asociación para delinquir, por ejemplo. Durante la presidencia de Arnoldo Alemán, condenado a 20 años de cárcel por multimillonario robo al estado, Bolaños fungía de vicepresidente. En menos de cinco años de gobierno Alemán, sus parientes y allegados despojaron de cuantioso botín las arcas de la empobrecida nación. Dejaron a Nicaragua en la bancarrota. En un país sin secretos, en un país donde la vida y milagros del político es la escandalosa comidilla diaria, Bolaños no vio nada. No oyó nada. No supo nada. No dijo nada. No muy listo. Pero nada de tonto. Al reponer a Alemán, la corrupción gubernamental continúa tan desenfrenada como la borrachera de conferir honores a delincuentes.

En estas circunstancias vale cuestionar la lucidez de Don Enrique. ¿En qué valores morales o intelectuales se apoya el monigote de Bush para otorgar la Orden Rubén Darío al terrorista de origen cubano Carlos Alberto Montaner? ¿Acaso no dispone la nación de un comité capaz de emitir juicioso criterio en la meticulosa selección del candidato más apropiado para tan extraordinario honor? ¿O es que basta conque cualquier pedazo de mierda con pretensiones intelectuales pague boleto aéreo, siente pie en Nicaragua y servil y obedientemente critique al Frente Sandinista para que Bolaños le conceda la máxima condecoración nacional?

Es obvio que el último requisito es el que más cuenta en el repugnante dedazo conque el presidente reconoce a los miembros de su gremio y les confiere la Orden. En Nicaragua esta escandalosa práctica se ha convertido en cuento viejo. Durante lo que lleva de gobernar, Bolaños ha repartido la condecoración con inusitado abandono. A diestra y siniestra. Sin ton ni son y con tal irrespeto a la memoria del insigne poeta que el premio se ha desprestigiado.

Bolaños no discrimina. Cualquier lame botas que interfiere en la política nacional amerita el honor. ¡Harán cola los desgraciados! Antes de Montaner fue el peruano-español Mario Vargas Llosa, petulante y fracasado aspirante a estadista. No es remoto que por órdenes de Washington Bolaños premie a Vargas Llosa y Montaner no por mérito sino por su desvergonzada habilidad en abusar del país anfitrión e insultar la inteligencia del nicaragüense al dictarle cómo y por quién votar en los comicios de noviembre.

La insensatez de Bolaños ha producido frutos inesperados. Por una parte, provocó repudio a nivel nacional e internacional por mancillar el nombre del poeta. Simultáneamente el abuso del premio engendró un monstruo deliciosamente perverso. No lo habrá dispuesto así el mandatario. No le da para tanto la inteligencia. Sin embargo, al recetar indistintamente la condecoración a cuanto mequetrefe se le cruza en el camino, Bolaños inadvertidamente creó una aberrante sociedad parasítica. En febrero del 2003, comenzó la incorporación de los gusanos al repugnante club. Bolaños voló a Miami en donde manifestó su atrofiada capacidad intelectual al imponer condecoraciones en los asquerosos políticos cubano-americanos Lincoln Díaz Balart e Ileana Ros-Lethinen.

Ningún otro gobernante nicaragüense ha otorgado tantas veces la Orden Rubén Darío a semejante colección de discapacitados intelectuales. Ninguno la ha merecido. Indudablemente la generosidad de Bolaños desprestigia la presea. En el futuro cualquier intelectual de mérito lo pensará dos veces antes de aceptar un honor que lo coloque en la nefasta compañía de Montaner, Vargas Llosa, Díaz Balart, Ros-Lehtinen y otra recua de desalmados analfabetos al servicio del Departamento de Estado.

Lamentablemente para la desprestigiada orden, Bolaños probablemente las mantenga debajo de la cama en una caja de zapatos, listas para entregársela al próximo imbécil que despotrique contra la izquierda nicaragüense. Cualquiera diría que a su edad Don Enrique chochea. Quizás. Quizás no. Lo seguro es que Don Enrique padece de Washingtonitis, aflicción que se manifiesta besando las nalgas del ocupante de la Casa Blanca. Lo malo de esta condición es que al gobernante le faltan solo cinco meses para dejar el poder. No es remoto entonces que se dé a la tarea de quedar bien con sus titiriteros y distribuir las condecoraciones a lo loco y a los locos del manicomio gringo hasta que se agoten su mandato y las medallas. Algo así como las últimas pataditas del ahogado en el poder. Hay otra alternativa. El mandatario de verdad inmortalizaría su nombre bautizando la condecoración “Orden Enrique Bolaños - Honor al Terrorismo.” De esta manera el valetudinario jefe de estado reconoce personalmente al terrorista por su incondicional servilismo a los amos de Washington.

Para Nicaragua es imprescindible evitar que mandatarios irresponsables asuman la prerrogativa de empañar el honor al gran poeta nicaragüense. La decisión de otorgar la Orden de Rubén Darío debe contar con la aprobación del Centro Nicaragüense de Escritores y de personajes de establecida reputación en las artes y letras. No debe permitirse que ignorantes como Bolaños se reserven el derecho de usurpar la voluntad y la dignidad del pueblo nicaragüense o denigrar su profundo respeto a la memoria del bardo del modernismo.

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