viernes, junio 02, 2006

Fidel y el club de los 120

Celebración de 80 gloriosos años enmarca fracaso del Comité de Sucesión

Por: Pastor Valle-Garay
Senior Scholar, Universidad de York


Toronto, Canadá – El Presidente Fidel Castro cumplirá 80 años rodeado del calor y del cariño de su pueblo y de la solidaridad internacional. La Fundación Guayasamín, anfitriona de los festejos para el onomástico del siglo, ha convocado a decenas de miles de simpatizantes de todo el mundo a que se den cita en La Habana entre el 10 al 13 de agosto.

Nombrada para honrar la memoria de Oswaldo Guayasamín, el gran pintor ecuatoriano y amigo del presidente Castro, la Fundación reunirá a intelectuales y artistas de fama universal en Un abrazo de Guayasamín para mi hermano FIDEL. Toda La Habana se transformará en un maravilloso y acogedor teatro en donde el público le rendirá monumental tributo de afecto, de admiración y de solidaridad al indiscutible luchador por la dignidad y por la paz mundial.


Mientras la humanidad celebra el natalicio del presidente y los avances de Cuba, otros inútilmente se esfuerzan por destruir los triunfos de la revolución. En Miami un grupúsculo de traidores se reúne con nefastos propósitos. Esperan ansiosos el reporte del Comité de Asistencia a Cuba Libre, creación bastarda de George W. Bush, que supuestamente detallará las nuevas movidas criminales de Washington para desestabilizar al gobierno y al pueblo cubano.

La mafia de Condoleezza Rice, los Díaz Balart, Ros-Lehtinen y Posada Carriles se hacen ilusiones con otro tipo de celebración, la transición en Cuba. Coordinados por Caleb McCarry, enano intelectual y político del Departamento de Estado con exageradas pretensiones de procónsul, los apátridas formaron el Comité dizque para implementar en Cuba su tergiversada versión de democracia al dejar Fidel la presidencia. La quimera del Comité no debe provocar alarma. Estos desgraciados ya no saben qué hacer ni qué fantasías tramar. Desde los fallidos atentados de asesinato hasta los absurdos reclamos en Forbes de cuantiosas fortunas, todos los esfuerzos por socavar la revolución han fracasado estrepitosamente.

¿Y Fidel? Como si nada. Esperar que desaparezca es como esperar que se materialice Godot, el personaje de Esperando a Godot del genial dramaturgo Samuel Beckett. Los dos vagos de la obra teatral, Didi y Gogo, apta metáfora de los sinvergüenzas de Miami, se detienen al pie de un árbol divagando tonterías y sandeces mientras esperan a Godot. Esperan en vano. El elusivo Godoy, magistral teatro del absurdo de Beckett, jamás llegará a la cita. Los vagos le esperan simplemente porque más que encontrarse con Godot, la tarea del vago es esperar. Matar tiempo. Desesperar. Contemplar ahorcarse. Apto escenario para los congéneres de Miami.

A diferencia de Didi y Gogo, los vagos de Miami morirán de aburrimiento. Morirán engañados. Por mercenarios. Por perversos. Se lo merecen. Su espera se guía por el lucro personal. Pretenden matar tiempo discutiendo el nuevo orden que impondrían en Cuba pero son incapaces de disimular el verdadero propósito de sus divagaciones: enriquecerse con el cuantioso presupuesto que, sin rendirle cuentas a nadie, les asigna la Casa Blanca para promover terrorismo contra Cuba.

El fraude al estado es práctica antigua del traidor. Lo perfeccionaron en la época batistiana. Lo practican al acumular astronómicos salarios calentando escaños en el Congreso sin otra función que besar las nalgas de Bush. Aparte de este lucrativo oportunismo, los miembros del comité no tienen puta idea de lo que hacen. Están más locos que una cabra. De amarrarlos. Ilusos e ignorantes a la vez. Su avaricia y su perversidad les incitan a atentar contra la revolución sin importarles las consecuencias. Y así esperan y desesperan. Más les valdría recapacitar. Fidel no es de los que claudican jamás. El pueblo de Cuba tampoco.

Desafortunadamente la mente del gusano es limitadísima. Si pudiese familiarizarse con el desarrollo humano y los avances científicos en Cuba, los Didi y Gogo de Miami se darían cuenta que el Club de los 120 años, al que se han incorporado cientos de cubanos, se convertirá en la regla de la longevidad más bien que en la excepción.

En estas circunstancias Fidel, lleno de energía en sus 80 años y gozando de excelente salud, labora incansable en plena madurez física e intelectual. Eso le convierte en lógico candidato al Club de los 120. No en balde se dice “Hay Fidel para rato.” Bien podría añadirse “Hay revolución para siempre.” La suerte de Cuba con Fidel al timón representa un desastre de proporciones catastróficas para los imbéciles de Miami. Claro. No tendrán la decencia de ahorcarse. Son muy cobardes. Pero no es remoto que la proyección de muchos años más de Fidel en el mundo le provoque una epidemia de infartos del miocardio al colectivo anticastrista, ocurrencia común entre los glotones del poder en el país de las maravillas.

Si de aquí a 30 años, por puro milagro, quedase en pie uno que otro miembro del Comité de la Condi Rice, pues que pase por la Sección de Intereses de los Estados Unidos en La Habana a firmar el acta de defunción de quienes le precedieron. De paso verán a Fidel en la Tribuna Antimperialista. Celebrando otro cumpleaños más. También verán una Cuba libre de gusanos y de miseria. Felicidades, Comandante.

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