Redacción Central, 8 jun (PL) Cuando se habla de pobreza en Centroamérica, asoma un rostro de niña que empeña su futuro quizás sólo por el alimento diario.
Y es que desde la más temprana infancia, los juguetes de las pequeñas procedentes de las familias más pobres se trastocan en herramientas de trabajo, y los sueños, en dura labor.
Según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, al menos el 17 por ciento de niños, niñas y adolescentes de la región, con edades entre cinco y 17 años, forma parte oficial de la población trabajadora, unos dos millones de menores de edad.
En la agricultura, están expuestos a tóxicos plaguicidas, cumplen largas jornadas laborales y cargan pesos excesivos. Los riesgos de accidentes de tránsito y de maltrato o abuso por parte de adultos, predominan en los servicios de venta ambulante u otras actividades.
Desafortunadamente el trabajo infantil es percibido como una estrategia de subsistencia por las dificultades económicas que enfrentan las familias y no necesariamente como un problema.
Pero en este inaceptable escenario, más que los varones, son las niñas las que llevan sobre sus inocentes hombros la mayor carga laboral.
Un reciente estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) alerta sobre ese flagelo, y muestra cómo las labores de las menores de edad, particularmente en el campo, se han ocultado en otras tareas domésticas.
Las niñas de las zonas rurales trabajan más que los niños al combinar las actividades agrícolas con las hogareñas. Se levantan más temprano para ayudar a su madre y, por si fuera poco, cuando los varones regresan a descansar, su faena continúa.
Ellas, como indica la arraigada historia, sirven el almuerzo, dan de comer a los animales de cría, apoyan a sus madres en el deshierbe de cultivos, y también, como mandan las "buenas costumbres", no pueden estar ajenas a la costura.
La doble jornada laboral que padece buena parte de las mujeres de Centroamérica comienza desde la niñez a ser un hecho.
Por consiguiente el peligro que suponen esas actividades inapropiadas para las menores no sólo acecha, sino que ataca y al parecer de manera indetenible.
Más del 90 por ciento de las trabajadoras domésticas en la región son niñas y adolescentes, y su situación de vulnerabilidad las hace particularmente presas de abusos de todo tipo, que incluyen la explotación sexual y embarazos no deseados.
Muchas no pueden continuar su educación y suelen abandonar la escuela entre los 15 y los 17 años de edad debido a la incompatibilidad de su horario de trabajo con la jornada escolar o por el costo de las matrículas, uniformes, materiales escolares, y otros gastos educativos.
Pero sucede igual en otro tipo de actividades, en las que además se exponen a enfermedades, incluso irreversibles.
Y es que la carencia de recursos de sus familias y la falta de políticas públicas que las apoyen, alejan todo futuro.
Siguen siendo las menores y por consiguiente las mujeres, grupos postergados y vulnerables en los países de la región.
Pero qué podrían esperar, si la segregación ocupacional para las féminas comienza prácticamente con el primer juego infantil.
Además, por lo general, sus salarios son menores que los percibidos por los varones -aún en puestos similares-, tienen una notable presencia en los empleos informales, y sufren condicionamientos por los tiempos del ciclo reproductivo.
Pese a que desde la óptica del patriarcado la tradición social ha querido ver siempre a las mujeres dentro de los muros del hogar, lo cierto es que su actividad se hace omnipresente cada vez más, pero lamentablemente a partir de edades sólo aptas para los sueños.
Y es que desde la más temprana infancia, los juguetes de las pequeñas procedentes de las familias más pobres se trastocan en herramientas de trabajo, y los sueños, en dura labor.
Según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, al menos el 17 por ciento de niños, niñas y adolescentes de la región, con edades entre cinco y 17 años, forma parte oficial de la población trabajadora, unos dos millones de menores de edad.
En la agricultura, están expuestos a tóxicos plaguicidas, cumplen largas jornadas laborales y cargan pesos excesivos. Los riesgos de accidentes de tránsito y de maltrato o abuso por parte de adultos, predominan en los servicios de venta ambulante u otras actividades.
Desafortunadamente el trabajo infantil es percibido como una estrategia de subsistencia por las dificultades económicas que enfrentan las familias y no necesariamente como un problema.
Pero en este inaceptable escenario, más que los varones, son las niñas las que llevan sobre sus inocentes hombros la mayor carga laboral.
Un reciente estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) alerta sobre ese flagelo, y muestra cómo las labores de las menores de edad, particularmente en el campo, se han ocultado en otras tareas domésticas.
Las niñas de las zonas rurales trabajan más que los niños al combinar las actividades agrícolas con las hogareñas. Se levantan más temprano para ayudar a su madre y, por si fuera poco, cuando los varones regresan a descansar, su faena continúa.
Ellas, como indica la arraigada historia, sirven el almuerzo, dan de comer a los animales de cría, apoyan a sus madres en el deshierbe de cultivos, y también, como mandan las "buenas costumbres", no pueden estar ajenas a la costura.
La doble jornada laboral que padece buena parte de las mujeres de Centroamérica comienza desde la niñez a ser un hecho.
Por consiguiente el peligro que suponen esas actividades inapropiadas para las menores no sólo acecha, sino que ataca y al parecer de manera indetenible.
Más del 90 por ciento de las trabajadoras domésticas en la región son niñas y adolescentes, y su situación de vulnerabilidad las hace particularmente presas de abusos de todo tipo, que incluyen la explotación sexual y embarazos no deseados.
Muchas no pueden continuar su educación y suelen abandonar la escuela entre los 15 y los 17 años de edad debido a la incompatibilidad de su horario de trabajo con la jornada escolar o por el costo de las matrículas, uniformes, materiales escolares, y otros gastos educativos.
Pero sucede igual en otro tipo de actividades, en las que además se exponen a enfermedades, incluso irreversibles.
Y es que la carencia de recursos de sus familias y la falta de políticas públicas que las apoyen, alejan todo futuro.
Siguen siendo las menores y por consiguiente las mujeres, grupos postergados y vulnerables en los países de la región.
Pero qué podrían esperar, si la segregación ocupacional para las féminas comienza prácticamente con el primer juego infantil.
Además, por lo general, sus salarios son menores que los percibidos por los varones -aún en puestos similares-, tienen una notable presencia en los empleos informales, y sufren condicionamientos por los tiempos del ciclo reproductivo.
Pese a que desde la óptica del patriarcado la tradición social ha querido ver siempre a las mujeres dentro de los muros del hogar, lo cierto es que su actividad se hace omnipresente cada vez más, pero lamentablemente a partir de edades sólo aptas para los sueños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario