La Habana, 7 jun (PL) Sin un aval internacional que respalde esa decisión, Estados Unidos asumió hace tiempo el derecho a confeccionar "listas negras" para calificar a todos los países del mundo según los criterios predominantes en Washington.
Son muchas, generalmente anuales, con naciones incluídas por la Casa Blanca en sentencias unilaterales sobre las más diversas actividades y posiciones políticas.
Estados Unidos no conoce de obstáculos para colocar, por ejemplo, el titulo de promotores del terrorismo a los gobiernos de numerosas naciones o para adjudicarles permisividad en lo referente al tráfico de drogas.
Hay oscuras listas de quienes las administraciones estadounidenses consideran no alcanzan el calificativo de demócratas, otras de supuestos violadores de derechos humanos y además las de aquellos que afectan la libertad de prensa al estilo occidental.
Pero no son las únicas, pues, para estigmatizar estados, existe la que acaban de divulgar lanzando sus dardos sobre los gobiernos supuestamente poco activos en el combate al tráfico de personas y al incremento de la prostitución.
Más allá de esta atribución de juez internacional asumida por Washington, el carácter de arma política de tales calificaciones es denunciado constantemente por distintos países por considerar que menoscaban su independencia y soberanía.
En el caso de la administración del presidente George W. Bush, por ejemplo, nadie se asombra de la aparición en todas esas listas, siempre con carácter negativo, de los gobiernos nacidos al calor de las revoluciones cubana y bolivariana.
La última de las acusaciones provoca, en el caso de Cuba, un fuerte rechazo debido al énfasis puesto por las autoridades de la Isla, desde hace bastantes años, en garantizar un escenario lo más sano posible para el desarrollo del turismo.
Y es que muy atrás quedaron escenas cotidianas de la etapa prerrevolucionaria -recuerdan las cubanos- con una Habana repleta de bares y prostíbulos financiados con las continuas visitas de las tripulaciones de barcos estadounidenses atracados en el puerto.
También rememoran incidentes históricos como el protagonizado por ebrios marines norteamericanos bajados a golpes de la estatua del prócer José Martí por pobladores indignados en el centro habanero, donde protagonizaban un bochornoso espectáculo.
No faltan quienes recuerdan las gigantescas salas de juego en que fueron convertidos los mejores hoteles capitalinos entonces regenteados por la mafia italo-estadounidense, calificados por muchos como centros de vicio bajo el pretexto de entretener a los turistas.
Aquel tipo de turismo y los barrios enteros del centro de la capital cubana dedicados a la prostitución, ya no existen, pero en su tiempo, en honor a la verdad, nunca provocaron que los gobiernos de la época aparecieran en una "lista negra" de Estados Unidos.
Son muchas, generalmente anuales, con naciones incluídas por la Casa Blanca en sentencias unilaterales sobre las más diversas actividades y posiciones políticas.
Estados Unidos no conoce de obstáculos para colocar, por ejemplo, el titulo de promotores del terrorismo a los gobiernos de numerosas naciones o para adjudicarles permisividad en lo referente al tráfico de drogas.
Hay oscuras listas de quienes las administraciones estadounidenses consideran no alcanzan el calificativo de demócratas, otras de supuestos violadores de derechos humanos y además las de aquellos que afectan la libertad de prensa al estilo occidental.
Pero no son las únicas, pues, para estigmatizar estados, existe la que acaban de divulgar lanzando sus dardos sobre los gobiernos supuestamente poco activos en el combate al tráfico de personas y al incremento de la prostitución.
Más allá de esta atribución de juez internacional asumida por Washington, el carácter de arma política de tales calificaciones es denunciado constantemente por distintos países por considerar que menoscaban su independencia y soberanía.
En el caso de la administración del presidente George W. Bush, por ejemplo, nadie se asombra de la aparición en todas esas listas, siempre con carácter negativo, de los gobiernos nacidos al calor de las revoluciones cubana y bolivariana.
La última de las acusaciones provoca, en el caso de Cuba, un fuerte rechazo debido al énfasis puesto por las autoridades de la Isla, desde hace bastantes años, en garantizar un escenario lo más sano posible para el desarrollo del turismo.
Y es que muy atrás quedaron escenas cotidianas de la etapa prerrevolucionaria -recuerdan las cubanos- con una Habana repleta de bares y prostíbulos financiados con las continuas visitas de las tripulaciones de barcos estadounidenses atracados en el puerto.
También rememoran incidentes históricos como el protagonizado por ebrios marines norteamericanos bajados a golpes de la estatua del prócer José Martí por pobladores indignados en el centro habanero, donde protagonizaban un bochornoso espectáculo.
No faltan quienes recuerdan las gigantescas salas de juego en que fueron convertidos los mejores hoteles capitalinos entonces regenteados por la mafia italo-estadounidense, calificados por muchos como centros de vicio bajo el pretexto de entretener a los turistas.
Aquel tipo de turismo y los barrios enteros del centro de la capital cubana dedicados a la prostitución, ya no existen, pero en su tiempo, en honor a la verdad, nunca provocaron que los gobiernos de la época aparecieran en una "lista negra" de Estados Unidos.
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