Luis Alvarenga
Espai Marx
Una de las herencias más poderosas —y menos atendidas— que nos deja Roque Dalton, cuando faltan apenas treinta años para su centenario, es su talante de intelectual integral. La cuestión de la integralidad intelectual de Dalton se puede explorar a varios niveles.
En primer lugar, hay que definir qué es lo que se quiere decir con integralidad. Su opuesto es la fragmentariedad. El intelectual contemporáneo suele ser fragmentario, especialista en un área determinada del pensamiento. Aunque se hable mucho de interdisciplinariedad, de saber «holístico», la práctica intelectual es monologante. No hay un diálogo, una incursión en otras disciplinas. El artista contemporáneo no suele ambicionar más que lo que persigue un «especialista». Más allá de eso, suele haber también una pérdida de contacto entre la interpretación de la realidad que puede ser el pensamiento y la poesía, y esa realidad que constituye el sustrato del artista y el intelectual.
Dalton es, pues, no solamente el artista que cultivó la poesía, el periodismo, la narrativa, el ensayo y el teatro. Fue también el intelectual que estuvo abierto a los problemas sociales y políticos de su tiempo. En este tiempo de especialistas y monologantes, la política se deja en las manos poco confiables de los políticos profesionales. La sociedad deja, pues, de ser un problema del que ocuparse, pues su destino se toca en el ámbito de esos profesionales. Para Dalton no es así. Su trabajo intelectual está sustentado por un proyecto político de país. De ahí que este poeta aparezca actuando en política, en vez de dejar esto en manos de los supuestos profesionales. Con esto, recupera el sentido originario de política: la preocupación del ciudadano por el destino de su polis; por tanto, la política es algo constitutivo del ser humano. Este es un primer nivel del análisis.
Julio Cortázar decía que no necesitamos tanto de los literatos de la revolución, sino de los revolucionarios de la literatura, de los Che Guevara del lenguaje. Roque Dalton es de estos últimos. Pero no por el tono aguerrido de sus Poemas clandestinos, ni por los denuestos contra Masferrer o Gavidia. Eso es desviar la cuestión. Lo es porque revoluciona el fundamento del lenguaje: la palabra. Dalton cuestiona radicalmente el concepto existente de la palabra. Si Heidegger denunciaba el olvido del ser, Dalton denuncia activamente el olvido de la palabra, o, más bien, de sus implicaciones más fuertes.
En estos días en que se conmemora el poeta, se suelen repetir estos versos, que impactan por su tono desafiante:
Poesía
Perdóname por haberte ayudado a comprender que no estás hecha sólo de palabras.
Estas palabras tienen implicaciones más profundas de las que sospechamos. Su «mensaje» nos parece tan «obvio», tan «evidente», que nos hurta fácilmente una lectura a otro nivel. La palabra poética es la palabra que está hecha de algo más que de «palabras», valga decir, de enunciados poéticos sobre la realidad. La palabra poética tiene algo más que la mera evocación lírica, o la exaltación épica. ¿De qué se trata ese algo más?.
Tendríamos que remitirnos a un poema anterior. Es uno de los Seis poemas en prosa, que compone el volumen Taberna y otros lugares. Se titula «Con palabras» y fue dedicado a su amigo, el poeta chileno Enrique Lihn. Detengámonos en este texto, cuyo valor fue justipreciado en su tiempo por Ítalo López Vallecillos.
Resulta llamativa esta afirmación, con la que comienza el texto: «El conocimiento completo del mundo de las palabras es imposible». En primer lugar, como ejemplifica Dalton, se debe a las posibles connotaciones que tiene la palabra misma. Por ejemplo, nos dice el autor, «La palabra “azul”, por ejemplo, bien puede ser roja o carmelita, en dependencia de estados de ánimo, condiciones climatológicas, plasticidad de la onda sonora o necesidades políticas». Pero las connotaciones, los contextos que pueden facilitar que «una serie de palabras que no se pudo completar y que tipográficamente se resuelve en puntos suspensivos» se constituya en «el único argumento serio que se pueda aportar para probar la existencia de Dios» es tan sólo una parte del problema.
La palabra es lo que causa conmociones, lo que da vida a una obra poética, pero también a su hacedor. De ahí que Roque sentencie: «Hombre despalabrado no es sinónimo de mudo, sino de zombie». El ser humano es el único que se hace a sí mismo con palabras. Es también el único que puede clausurar sus posibilidades con las mismas palabras. Aquí hay un concepto muy propio de cierta hermenéutica: el mundo se construye con palabras y fuera de la palabra no puede haber ser humano.
En este escrito, encontramos una recurrencia en la obra de Roque: su afán polémico, sus geniales diatribas contra sus maestros. Esta vez, el blanco es Pablo Neruda, al que pone como ejemplo de poeta-zombie, de poeta que usa palabras caducas. No nos interesa por el momento terciar en esta disputa sobre Neruda, que tiene que ver con su aceptación del Nobel de Literatura, sino de tomar el toro por los cuernos. En este caso, el toro es la palabra. Y Dalton afirma que hay palabras muertas y hay palabras vivas, que hay palabras que están listas para el camposanto y otras que son la vitalidad misma. Tras esto, encontramos una recuperación de la palabra como visión de mundo. Las palabras no son inocentes: delatan la manera en que alguien interpreta el mundo, desde dónde y en contra de qué lo está interpretando. De ahí que desde una cosmovisión «muerta» sólo puedan aflorar palabras igualmente muertas.
Es en esta parte donde se expresa una idea importante. Nos dice Roque: «Uno de los crímenes más abominables de la civilización occidental y la cultura cristiana ha consistido precisamente en convencer a las grandes masas populares de que las palabras sólo son elementos significantes». Las palabras tienen algo más: una fuerza vital. La vida se expresa por ellas. La vida vibra en ellas: desde ellas. Solamente así puede entenderse esta interrogación que se formula Dalton: «¿Por qué suena mal una palabra libre de significados tabú si no es por algo intrínseco a ella misma, a su corporeidad, a su ser, que es independientemente de su función más común, la cual, por otra parte, no tiene necesariamente que ser la única, ni siquiera la principal?».
Al ser la vida la que late en las palabras, estas deben verse con otros ojos. Hablar de «palabra de honor» cuando se traiciona a la palabra es un error: «No sabemos nada y somos orgullosos hasta morir —escribe Roque—. Deberíamos recordar lo que le pasó a Stalin por hacer de las palabras excepciones del materialismo dialéctico». El autor concluye que es necesario que discutamos con las palabras sobre la libertad y que las organicemos para el porvenir. Luego nos dirá que los dos únicos personajes que verdaderamente entendieron este problema fueron Jesucristo y Lenin. ¿Qué significa esto? Que las palabras son la vida. Tienen el poder de cambiar la vida, de hacerla ver de otra manera y de decidir el destino de la persona.
¿Por qué es tan significativo esto? Porque, en la poesía, la palabra es la materia prima. Pero la palabra «no está hecha sólo de palabras»: no se queda encerrada en un terreno donde no roza la vida. Por lo tanto, tenemos aquí una concepción integral de la palabra. La palabra tiene más que un simple carácter de significación. En el caso de la palabra poética, el poeta es el «tipo que hace diccionarios incompletos, que hurta los significados de sus palabras, un ladrón», como lo dice Roberto en Pobrecito poeta que era yo.... Es decir, arrebata los significados profundos a la palabra, para que siga siendo palabra viva y no palabra de zombie. Pero también la palabra opera este arrebato en el poeta: lo hurta de «los desplantes respiratorios del muerto-vivo a quien la sal envenenaría» para colocarlo en el terreno incierto de la vida. Es eso lo que define al poeta verdadero: el poeta al que las palabras hacen.
En Dalton, esta relación con las palabras es problemática, al grado de implicar en él lo que llama un desgarramiento, es decir, un conflicto entre lo que se vive y lo que se escribe, pero también un conflicto entre un pensamiento caduco y otro vivo, como lo plantea en el conversatorio El intelectual y la sociedad. Su vida y su muerte son prueba de que el conflicto entre la palabra y la vida jamás puede resolverse en una síntesis perfecta. Pero lo que hizo a Roque Dalton un intelectual importante fue precisamente la vivencia genuina de este conflicto.
La tensión, o el desgarramiento entre la palabra y la vida, es lo que lo hizo crecer como intelectual. Por ello, su obra está animada por una voluntad de transformar, a través de la palabra, a su país. La palabra deja de ser una simple explicación de la historia y busca rehacer la historia. Aquí es donde comienza el camino de Roque Dalton.
Luis Alvarenga, poeta y escritor, es colaborador de la revista Raíces.
http://www.moviments.net/espaimarx/index.php?lang=cat&query=42e77b63637ab381e8be5f8318cc28a2&view=section
Espai Marx
Una de las herencias más poderosas —y menos atendidas— que nos deja Roque Dalton, cuando faltan apenas treinta años para su centenario, es su talante de intelectual integral. La cuestión de la integralidad intelectual de Dalton se puede explorar a varios niveles.
En primer lugar, hay que definir qué es lo que se quiere decir con integralidad. Su opuesto es la fragmentariedad. El intelectual contemporáneo suele ser fragmentario, especialista en un área determinada del pensamiento. Aunque se hable mucho de interdisciplinariedad, de saber «holístico», la práctica intelectual es monologante. No hay un diálogo, una incursión en otras disciplinas. El artista contemporáneo no suele ambicionar más que lo que persigue un «especialista». Más allá de eso, suele haber también una pérdida de contacto entre la interpretación de la realidad que puede ser el pensamiento y la poesía, y esa realidad que constituye el sustrato del artista y el intelectual.
Dalton es, pues, no solamente el artista que cultivó la poesía, el periodismo, la narrativa, el ensayo y el teatro. Fue también el intelectual que estuvo abierto a los problemas sociales y políticos de su tiempo. En este tiempo de especialistas y monologantes, la política se deja en las manos poco confiables de los políticos profesionales. La sociedad deja, pues, de ser un problema del que ocuparse, pues su destino se toca en el ámbito de esos profesionales. Para Dalton no es así. Su trabajo intelectual está sustentado por un proyecto político de país. De ahí que este poeta aparezca actuando en política, en vez de dejar esto en manos de los supuestos profesionales. Con esto, recupera el sentido originario de política: la preocupación del ciudadano por el destino de su polis; por tanto, la política es algo constitutivo del ser humano. Este es un primer nivel del análisis.
Julio Cortázar decía que no necesitamos tanto de los literatos de la revolución, sino de los revolucionarios de la literatura, de los Che Guevara del lenguaje. Roque Dalton es de estos últimos. Pero no por el tono aguerrido de sus Poemas clandestinos, ni por los denuestos contra Masferrer o Gavidia. Eso es desviar la cuestión. Lo es porque revoluciona el fundamento del lenguaje: la palabra. Dalton cuestiona radicalmente el concepto existente de la palabra. Si Heidegger denunciaba el olvido del ser, Dalton denuncia activamente el olvido de la palabra, o, más bien, de sus implicaciones más fuertes.
En estos días en que se conmemora el poeta, se suelen repetir estos versos, que impactan por su tono desafiante:
Poesía
Perdóname por haberte ayudado a comprender que no estás hecha sólo de palabras.
Estas palabras tienen implicaciones más profundas de las que sospechamos. Su «mensaje» nos parece tan «obvio», tan «evidente», que nos hurta fácilmente una lectura a otro nivel. La palabra poética es la palabra que está hecha de algo más que de «palabras», valga decir, de enunciados poéticos sobre la realidad. La palabra poética tiene algo más que la mera evocación lírica, o la exaltación épica. ¿De qué se trata ese algo más?.
Tendríamos que remitirnos a un poema anterior. Es uno de los Seis poemas en prosa, que compone el volumen Taberna y otros lugares. Se titula «Con palabras» y fue dedicado a su amigo, el poeta chileno Enrique Lihn. Detengámonos en este texto, cuyo valor fue justipreciado en su tiempo por Ítalo López Vallecillos.
Resulta llamativa esta afirmación, con la que comienza el texto: «El conocimiento completo del mundo de las palabras es imposible». En primer lugar, como ejemplifica Dalton, se debe a las posibles connotaciones que tiene la palabra misma. Por ejemplo, nos dice el autor, «La palabra “azul”, por ejemplo, bien puede ser roja o carmelita, en dependencia de estados de ánimo, condiciones climatológicas, plasticidad de la onda sonora o necesidades políticas». Pero las connotaciones, los contextos que pueden facilitar que «una serie de palabras que no se pudo completar y que tipográficamente se resuelve en puntos suspensivos» se constituya en «el único argumento serio que se pueda aportar para probar la existencia de Dios» es tan sólo una parte del problema.
La palabra es lo que causa conmociones, lo que da vida a una obra poética, pero también a su hacedor. De ahí que Roque sentencie: «Hombre despalabrado no es sinónimo de mudo, sino de zombie». El ser humano es el único que se hace a sí mismo con palabras. Es también el único que puede clausurar sus posibilidades con las mismas palabras. Aquí hay un concepto muy propio de cierta hermenéutica: el mundo se construye con palabras y fuera de la palabra no puede haber ser humano.
En este escrito, encontramos una recurrencia en la obra de Roque: su afán polémico, sus geniales diatribas contra sus maestros. Esta vez, el blanco es Pablo Neruda, al que pone como ejemplo de poeta-zombie, de poeta que usa palabras caducas. No nos interesa por el momento terciar en esta disputa sobre Neruda, que tiene que ver con su aceptación del Nobel de Literatura, sino de tomar el toro por los cuernos. En este caso, el toro es la palabra. Y Dalton afirma que hay palabras muertas y hay palabras vivas, que hay palabras que están listas para el camposanto y otras que son la vitalidad misma. Tras esto, encontramos una recuperación de la palabra como visión de mundo. Las palabras no son inocentes: delatan la manera en que alguien interpreta el mundo, desde dónde y en contra de qué lo está interpretando. De ahí que desde una cosmovisión «muerta» sólo puedan aflorar palabras igualmente muertas.
Es en esta parte donde se expresa una idea importante. Nos dice Roque: «Uno de los crímenes más abominables de la civilización occidental y la cultura cristiana ha consistido precisamente en convencer a las grandes masas populares de que las palabras sólo son elementos significantes». Las palabras tienen algo más: una fuerza vital. La vida se expresa por ellas. La vida vibra en ellas: desde ellas. Solamente así puede entenderse esta interrogación que se formula Dalton: «¿Por qué suena mal una palabra libre de significados tabú si no es por algo intrínseco a ella misma, a su corporeidad, a su ser, que es independientemente de su función más común, la cual, por otra parte, no tiene necesariamente que ser la única, ni siquiera la principal?».
Al ser la vida la que late en las palabras, estas deben verse con otros ojos. Hablar de «palabra de honor» cuando se traiciona a la palabra es un error: «No sabemos nada y somos orgullosos hasta morir —escribe Roque—. Deberíamos recordar lo que le pasó a Stalin por hacer de las palabras excepciones del materialismo dialéctico». El autor concluye que es necesario que discutamos con las palabras sobre la libertad y que las organicemos para el porvenir. Luego nos dirá que los dos únicos personajes que verdaderamente entendieron este problema fueron Jesucristo y Lenin. ¿Qué significa esto? Que las palabras son la vida. Tienen el poder de cambiar la vida, de hacerla ver de otra manera y de decidir el destino de la persona.
¿Por qué es tan significativo esto? Porque, en la poesía, la palabra es la materia prima. Pero la palabra «no está hecha sólo de palabras»: no se queda encerrada en un terreno donde no roza la vida. Por lo tanto, tenemos aquí una concepción integral de la palabra. La palabra tiene más que un simple carácter de significación. En el caso de la palabra poética, el poeta es el «tipo que hace diccionarios incompletos, que hurta los significados de sus palabras, un ladrón», como lo dice Roberto en Pobrecito poeta que era yo.... Es decir, arrebata los significados profundos a la palabra, para que siga siendo palabra viva y no palabra de zombie. Pero también la palabra opera este arrebato en el poeta: lo hurta de «los desplantes respiratorios del muerto-vivo a quien la sal envenenaría» para colocarlo en el terreno incierto de la vida. Es eso lo que define al poeta verdadero: el poeta al que las palabras hacen.
En Dalton, esta relación con las palabras es problemática, al grado de implicar en él lo que llama un desgarramiento, es decir, un conflicto entre lo que se vive y lo que se escribe, pero también un conflicto entre un pensamiento caduco y otro vivo, como lo plantea en el conversatorio El intelectual y la sociedad. Su vida y su muerte son prueba de que el conflicto entre la palabra y la vida jamás puede resolverse en una síntesis perfecta. Pero lo que hizo a Roque Dalton un intelectual importante fue precisamente la vivencia genuina de este conflicto.
La tensión, o el desgarramiento entre la palabra y la vida, es lo que lo hizo crecer como intelectual. Por ello, su obra está animada por una voluntad de transformar, a través de la palabra, a su país. La palabra deja de ser una simple explicación de la historia y busca rehacer la historia. Aquí es donde comienza el camino de Roque Dalton.
Luis Alvarenga, poeta y escritor, es colaborador de la revista Raíces.
http://www.moviments.net/espaimarx/index.php?lang=cat&query=42e77b63637ab381e8be5f8318cc28a2&view=section
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