martes, mayo 02, 2006

Canadá: Secuestros de niños

Pastor Valle-Garay nos envia una versión actualizada de su original publicación "Canadá: Secuestros de niños", la cual presentamos aquí para su relectura. Gracias por este y todos los análisis que nos envias Pastor.

Agentes de inmigración recurren a tácticas nazis


Por: Pastor Valle-Garay
Senior Scholar, Universidad de York


Toronto, Canadá - Fue un acto repugnante. Innecesario. Cobarde. Una mancha negra, imborrable en nuestra conciencia colectiva. Una brutal violación de los derechos de la niñez. Una vergüenza para Canadá ante la comunidad internacional.

Ya lo había anunciado el ultra conservador Primer Ministro Stephen Harper. Imprimiría su propio sello en el gobierno de la nación. Ahora sabemos lo que quiso decir. Imitando al tutor George W. Bush, el gobernante canadiense aceleró la expulsión de indocumentados la semana pasada.


Simultáneamente en Miami más 1600 latinoamericanos fueron capturados y deportados principalmente a Centro América. En Canadá, oficiales de inmigración recreaban su propia versión del operativo gringo con una asquerosa variante: concentraron sus redadas el jueves y el viernes en dos escuelas católicas de primaria. Secuestraron a niños.

Desprovistos de la más elemental compasión los agentes de canadienses confinaron forzosamente el viernes en la escuela St. Jude a Hacel Serdas, 14 años, y a su hermanita Lisbeth, 7 años, hasta que su madre Denia Araya llegase a rescatarlas para que una vez reunida la familia la deportaran a Costa Rica.

No sería la primera vez. Ni la última. Un día antes, la inmigración llevó el inhumano mensaje a la Academia Dante Alighieri. Removieron de la escuela a Kimberly, de 15 años, y a su hermano Gerald Lizano-Sossa, de 14 años. Angela Bartolini, vice rectora de la Academia, acompañó a sus aterrados estudiantes al vehículo de inmigración en donde les esperaban su madre Francella Sossa junto a su hijita Joshlynn, una pequeña ciudadana canadiense de 2 años de edad, y sus abuelos. Se les conduciría a un centro de detención Bajo orden de deportación. Se les expulsaría a Costa Rica también.

No hay palabras para describir el humillante operativo. Equivale a un vil secuestro de niños inocentes que recrea las técnicas racistas empleadas por los nazis en Alemania. Palabras mayores pero a quien no les gusten que se joda. Es lo que más aproximadamente describe las nefastas acciones de la gestapo canadiense al tratar a menores de edad como criminales empedernidos. La de Hitler operaba igual. Utilizaba a los niños de carnada. Eran el anzuelo que delataría el paradero de los padres. Una vez reunida la familia, la capturaban deportándola a campos de concentración o a labor forzada en otros países. Le ocurrió a judíos, católicos, gitanos, homosexuales, hombres, mujeres, niños y a todo aquel a quien Hitler no consideraba de pura raza blanca.

En la época moderna sin embargo hay una ventaja. En los días de Hitler no había manifestaciones solidarias como las de la semana pasada en Canadá y en los Estados Unidos ni se permitían paros en el empleo o en el patrocinio de centros comerciales como los del Día del Trabajo.

Hoy las víctimas de esta barbarie reciben el apoyo de millones de personas que protestan indignados las vejaciones y los atropellos cometidos contra otros seres humanos. La ciudadanía consciente en ambos países articula libremente su oposición al trato inhumano, el chocante irrespeto y la falta de compasión que ambos gobiernos demuestran ante la precaria situación de los indocumentados.

Más temprano que tarde, las protestas dan en el blanco. A pesar de que cada semana despegan de los Estados Unidos cuatro vuelos repletos de deportados con rumbo a Centro América y a pesar de que Canadá continúa deportando a portugueses y latinoamericanos, el público toma conciencia. Nadie cree en la retórica de Bush que sugiere que los Estados Unidos necesitan de la mano de obra del indocumentado. Bush sigue expulsándolos por indeseables. Harpe igual. Su grotesca conducta imita al ocupante de la Casa Blanca.

Este Día del Trabajo en todas las ciudades de los Estados Unidos millones de manifestantes le recordaron a Washington del poderío moral, económico y social del inmigrante. Es apenas justo. La retentiva del político es limitadísima. Concluido los eventos la memoria se le embrutece al burócrata. Otros sucesos sirven de pantalla de humo que disipa lo ocurrido el día anterior. Relegan las marchas a borrosas imágenes lavadas por la llovizna de abril y los aguaceros de mayo.

Lo hace Harper. Lo hizo el petulante ministro canadiense de inmigración Monte Solberg. Durante la campaña electoral que les llevó al poder, y aparte de rarísimas foto-oportunidades con preseleccionadas minorías visibles, ambos me dieron la impresión de que el único voto que contaba era el anglosajón y el francófono. Los demás ni existían. De ahí que no voté por estos tarados.

Una vez en el poder, la actitud del gobierno conservador hacia los extranjeros se reflejaría en la deportación de indocumentados. Harper es tan fiel al establecimiento tradicional que los conservadores más bien parecen la Junta Directiva de la Leche Homogenizada con una que otra mosca en la mezcla. Por si las moscas. En otras palabras, nos blanquearon. No les importa la diversidad multicultural canadiense. No le importa el café con leche que somos todos aquí.

En su divorcio de la realidad multiétnica canadiense, Harper deliberadamente opta por desatender al mundo entero. No confía en nadie. Su legendario desprecio por la prensa se transforma en herramienta que no permite el cuestionamiento de su doctrina política. De ahí que Harper prohiba a sus ministros y burócratas que den declaraciones a los medios de comunicación sin su consentimiento.

Por esta razón Solberg, perrito faldero de Harper, no asistió a las manifestaciones canadienses de protesta. Días antes se había limitado a repetir escuetamente que lo de inmigración era “tema de poca prioridad.” Cabe preguntarnos ¿cómo se atreve a cobrar sueldo un ministro de inmigración para quien la inmigración es tema de poca prioridad? No responderá. Es mudo. Por decreto de Harper. Pero las redadas y secuestros de niños hablan a gritos del plan gubernamental de utilizar los medios más rastreros para expulsar a los indocumentados. Se equivocaron Harper y Solberg. Subestimaron la opinión pública y menospreciaron el profundo compromiso canadiense ante las violaciones de los derechos humanos.

Este país, considerado uno de los líderes mundiales en defender al menesteroso, dispone de amplios recursos humanos y de agencias no gubernamentales dispuestos a darle seguimiento a las protestas con mayor auge que nunca. Se proyecta montar incesantes campañas denunciando las medidas neo nazis del gobierno en el secuestro y retención forzada de niños y comunicar el disgusto de la nación a los representantes parlamentarios en Ottawa y en las provincias. Lo menos que se espera de los ciudadanos y residentes de este país es que denuncien las violaciones de los más elementales de los derechos humanos y de los derechos de la niñez ante las organizaciones internacionales.

Finalmente, y en la primera oportunidad que se presente en esta nación de inmigrantes, el contribuyente ejercerá la prerrogativa y el derecho de no volver a elegir jamás, ya sea a nivel provincial o federal, a Harper, a Solberg o a ningún otro dinosaurio conservador. La asquerosa práctica de secuestrar niños y de tratar al indocumentado como basura desechable les costará caro a los conservadores.

No hay comentarios: