Por: Pastor Valle-Garay
Senior Scholar, Universidad de York
Toronto, Canadá – En los días de la Trudeaumanía, allá por los años 70, al canadiense le fascinaban las inusuales aventuras del joven Pierre Elliott Trudeau antes de liderar el Partido Liberal. En un Canadá recatado, introvertido, tradicional y muy conservador no era común que, mochila al lomo, un intelectual de abolengo abandonara el país y convirtiese buena parte de su madurez en trotamundos de tiempo completo. Menos aún que en las exóticas giras Trudeau compartiese pan con gente humilde. De igual a igual.
Pero así lo hizo. En China, en India, en Asia, en Europa. Abogado, filósofo, vagabundo, profesor universitario y consumado político, en su juventud, Trudeau fue el clásico rebelde con causa. Se formó en las mejores escuelas católicas y privadas de Canadá y Europa. Desdeñó el catolicismo. Estudió marxismo. Se identificó con el socialismo. Desarrolló entrañable amistad con el Presidente cubano Fidel Castro. En los años ‘50 Washington lo puso en lista negra prohibiéndole admisión a los Estados Unidos por asistir a una conferencia en Moscú. Años después el Primer Ministro canadiense resumiría la relación Estados Unidos-Canadá “como dormir al lado de un elefante.”
La llegada de Trudeau al poder cambió radical y permanentemente la visión internacional del canadiense. Hasta entonces la rutina ciudadana era sumamente limitada. Casa de campo en el verano, hockey en el invierno, viajes de compras a Búfalo. Algunos jubilados -denominados aves migratorias de invierno- volaban a Miami. Refugiados del frío. Los demás nos quedábamos en casa. En comatoso provincialismo. De vez en cuando, como para matar la monotonía, se hacían intentonas de reproducción. No muy exitosas. El crecimiento poblacional del vasto país permanecería inalterable. Bien bajo. Habría que inyectar vida. Importar extranjeros. Desarrollarnos.
En estas circunstancias, Trudeau cambió la ecuación. De paso aprendió mucho al dejar el gran charco del norte. Una vez elegido Primer Ministro continuó viajando. Continuó aprendiendo. Desarrolló empatía y respeto. Defendió los derechos de los menos privilegiados. Creció su compasión por el planeta. Internacionalizó a Canadá. Más importante aún, adquirió la visión global que formaría los cimientos de su apasionado multiculturalismo y engrandecerían el carácter de la nación.
El amor de Pierre y Margaret Trudeau por Cuba hicieron patente que existían otras maravillas además de las cataratas del Niágara. La nueva generación imitaría al pionero. Al pie de la letra. En las huellas de Trudeau nos dimos a la tarea de descubrir otras culturas. Las admiraríamos con entusiasmo. Con humildad. Aprendimos a respetar y a regocijarnos de las diferencias políticas y culturales. Aprendimos a vivir en paz con las naciones. Con la Cuba de Fidel, Con la Nicaragua sandinista. Aprendimos del ejemplo infundido por el gran líder liberal.
La iniciativa cubana, por ejemplo, marcó el derrotero con que anualmente casi un millón de canadienses hacen de Cuba un segundo hogar. Para desagrado de la Casa Blanca. Nos importa un pito. Para ser justo, viajamos a otras partes también. Europa. Asia. América latina. Sin embargo es innegable que Trudeau abrió las ventanas para que los canadienses se familiarizaran con un mundo desconocido. Simultáneamente el multiculturalismo d Trudeau abrió al mundo las puertas de Canadá brindándole cálida bienvenida a millones de inmigrantes. Somos mejores por ello. Es innegable también que el éxito internacional de Trudeau fue único en su género.
Hoy los burócratas federales canadienses no pierden la oportunidad de escapar de Ottawa y darse una voltereta por otros lares. A costa del contribuyente. Por cualquier razón. Aunque no padezcan de su altruismo, se lo deben a Trudeau. Es así que el Primer Ministro Stephen Harper, cuya miópica, conservadora visión del universo es diametralmente opuesta a la de Trudeau, se prepara a visitar la América latina en julio.
Sería hermoso que Harper viajase en el espíritu constructivo de su predecesor. Desafortunadamente no es así. Harper es de los que cómodamente duermen al lado del elefante. Considera a George W. Bush su admirable mentor y emprenderá vuelo al sur retrazando las huellas que dejó el ocupante de la Casa Blanca durante la fracasada y lamentable gira presidencial a la región hace un par de meses. No muy original.
Es obvio que Harper, no muy perito en salir de Canadá, depende de la experiencia de Bush. Según un vocero oficial el Primer Ministro, acompañado de Michaelle Jean, Gobernadora General de Canadá, estrechará lazos con “nuevos líderes de la región.” De esta manera Harper visitará Chile, Uruguay, Brasil, Colombia, México y probablemente Haití. La lista es prácticamente idéntica a la de los países visitados por Bush. Nada de acercarse a naciones “controversiales” como Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador o Nicaragua.
¿Qué pasó con la declaración de estrechar lazos con “nuevos líderes de la región”? ¡Ni en broma! No le gustaría a Papa Bush. Harper tendrá fresca en la memoria la prepotente reacción y protesta de Washington cuando el Ministro del Exterior de España en visita oficial a La Habana optó por no reunirse con la disidencia cubana antes de prestarse a sucias maniobras políticas. Al programar la gira por el Hemisferio Harper no se atreverá a incurrir la furia de Washington. No se reunirá pues con el Presidente Daniel Ortega, el “nuevo líder” nicaragüense, a pesar de que según David Emerson, ministro canadiense de Comercio Internacional, Canadá se ha comprometido a firmar tratados de libre comercio con Nicaragua, El Salvador, Honduras y Costa Rica y la comunidad caribeña del CARICOM.
En cuanto a la agenda del viaje, la de Harper parece fotocopiada en la Casa Blanca. Aparte del protocolario señalamiento de rigor pregonando que “a diferencia de los Estados Unidos, Canadá pone énfasis en valores como el papel del Estado, la salud y una fuerte sociedad civil,” Harper también repite las inocuas y desgastadas orientaciones de Bush sobre la consolidación de la democracia, la seguridad (léase terrorismo), comercio, inversiones, medio ambiente y el fortalecimiento de las instancias regionales.
¿Suena familiar? ¡Por supuesto! No es más que el disco rayado de las sandeces expresadas por Bush tanto en su visita al Hemisferio como en referencia a Iraq, Afganistán y a cuanto lugar se preste a la cada día más efímeros esfuerzos de hegemonía de la Casa Blanca por el mundo.
Por otra parte la agenda de Harper contempla fortalecer la Organización de Estados Americanos (OEA) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). ¿Dónde ha estado este tipo últimamente? La mayoría de los gobiernos del Hemisferio consideran obsoletas ambas organizaciones por considerar que tanto la OEA como el BID funcionan como una extensión de Washington.
Lo más prepotente de la agenda de Harper es que el informe de septiembre del 2006 sobre las prioridades del ministerio canadiense de Relaciones Exteriores especificó que las relaciones con Latinoamérica y el Caribe deben “responder a las preocupaciones de Estados Unidos en la región.” El informe plantea la necesidad de que Canadá identifique con Washington “los objetivos e intereses comunes” en el Hemisferio y busque las formas de llevarlos a cabo “de acuerdo o independientemente,” de forma apropiada y en comunicación entre ambos países. Esto es simplemente una desfachatez en la que Trudeau jamás hubiera sido partícipe.
¡Que diferencia entre el liderazgo de Trudeau y Harper! Claro está, el padre del Canadá moderno era una persona ampliamente liberal. Harper, además de ser ultra conservador, aún se desenvuelve en tinieblas pueblerinas que echan a Canadá marcha atrás después de los avances logrados por Trudeau. En vez de viajar a la América latina con una mente abierta y con firme voluntad de aprender e informarse mejor, Harper se aferra a la fracasada política internacional de Bush. ¡Qué falta de respeto para la América latina! ¡Qué sorpresa le espera en el Hemisferio!
Aunque es de sobra conocido que durante el verano los políticos canadienses se recetan largas vacaciones y viajes al exterior simplemente para distraerse del aburrimiento de Ottawa y porque no les cuesta un céntimo, en el caso de Harper más le valdría visitar a su amigote en Washington. En la América latina no logrará nada más que un reprobado por aparecerse como una pobre, clonada imitación de Bush.
Senior Scholar, Universidad de York
Toronto, Canadá – En los días de la Trudeaumanía, allá por los años 70, al canadiense le fascinaban las inusuales aventuras del joven Pierre Elliott Trudeau antes de liderar el Partido Liberal. En un Canadá recatado, introvertido, tradicional y muy conservador no era común que, mochila al lomo, un intelectual de abolengo abandonara el país y convirtiese buena parte de su madurez en trotamundos de tiempo completo. Menos aún que en las exóticas giras Trudeau compartiese pan con gente humilde. De igual a igual.
Pero así lo hizo. En China, en India, en Asia, en Europa. Abogado, filósofo, vagabundo, profesor universitario y consumado político, en su juventud, Trudeau fue el clásico rebelde con causa. Se formó en las mejores escuelas católicas y privadas de Canadá y Europa. Desdeñó el catolicismo. Estudió marxismo. Se identificó con el socialismo. Desarrolló entrañable amistad con el Presidente cubano Fidel Castro. En los años ‘50 Washington lo puso en lista negra prohibiéndole admisión a los Estados Unidos por asistir a una conferencia en Moscú. Años después el Primer Ministro canadiense resumiría la relación Estados Unidos-Canadá “como dormir al lado de un elefante.”
La llegada de Trudeau al poder cambió radical y permanentemente la visión internacional del canadiense. Hasta entonces la rutina ciudadana era sumamente limitada. Casa de campo en el verano, hockey en el invierno, viajes de compras a Búfalo. Algunos jubilados -denominados aves migratorias de invierno- volaban a Miami. Refugiados del frío. Los demás nos quedábamos en casa. En comatoso provincialismo. De vez en cuando, como para matar la monotonía, se hacían intentonas de reproducción. No muy exitosas. El crecimiento poblacional del vasto país permanecería inalterable. Bien bajo. Habría que inyectar vida. Importar extranjeros. Desarrollarnos.
En estas circunstancias, Trudeau cambió la ecuación. De paso aprendió mucho al dejar el gran charco del norte. Una vez elegido Primer Ministro continuó viajando. Continuó aprendiendo. Desarrolló empatía y respeto. Defendió los derechos de los menos privilegiados. Creció su compasión por el planeta. Internacionalizó a Canadá. Más importante aún, adquirió la visión global que formaría los cimientos de su apasionado multiculturalismo y engrandecerían el carácter de la nación.
El amor de Pierre y Margaret Trudeau por Cuba hicieron patente que existían otras maravillas además de las cataratas del Niágara. La nueva generación imitaría al pionero. Al pie de la letra. En las huellas de Trudeau nos dimos a la tarea de descubrir otras culturas. Las admiraríamos con entusiasmo. Con humildad. Aprendimos a respetar y a regocijarnos de las diferencias políticas y culturales. Aprendimos a vivir en paz con las naciones. Con la Cuba de Fidel, Con la Nicaragua sandinista. Aprendimos del ejemplo infundido por el gran líder liberal.
La iniciativa cubana, por ejemplo, marcó el derrotero con que anualmente casi un millón de canadienses hacen de Cuba un segundo hogar. Para desagrado de la Casa Blanca. Nos importa un pito. Para ser justo, viajamos a otras partes también. Europa. Asia. América latina. Sin embargo es innegable que Trudeau abrió las ventanas para que los canadienses se familiarizaran con un mundo desconocido. Simultáneamente el multiculturalismo d Trudeau abrió al mundo las puertas de Canadá brindándole cálida bienvenida a millones de inmigrantes. Somos mejores por ello. Es innegable también que el éxito internacional de Trudeau fue único en su género.
Hoy los burócratas federales canadienses no pierden la oportunidad de escapar de Ottawa y darse una voltereta por otros lares. A costa del contribuyente. Por cualquier razón. Aunque no padezcan de su altruismo, se lo deben a Trudeau. Es así que el Primer Ministro Stephen Harper, cuya miópica, conservadora visión del universo es diametralmente opuesta a la de Trudeau, se prepara a visitar la América latina en julio.
Sería hermoso que Harper viajase en el espíritu constructivo de su predecesor. Desafortunadamente no es así. Harper es de los que cómodamente duermen al lado del elefante. Considera a George W. Bush su admirable mentor y emprenderá vuelo al sur retrazando las huellas que dejó el ocupante de la Casa Blanca durante la fracasada y lamentable gira presidencial a la región hace un par de meses. No muy original.
Es obvio que Harper, no muy perito en salir de Canadá, depende de la experiencia de Bush. Según un vocero oficial el Primer Ministro, acompañado de Michaelle Jean, Gobernadora General de Canadá, estrechará lazos con “nuevos líderes de la región.” De esta manera Harper visitará Chile, Uruguay, Brasil, Colombia, México y probablemente Haití. La lista es prácticamente idéntica a la de los países visitados por Bush. Nada de acercarse a naciones “controversiales” como Cuba, Venezuela, Bolivia, Ecuador o Nicaragua.
¿Qué pasó con la declaración de estrechar lazos con “nuevos líderes de la región”? ¡Ni en broma! No le gustaría a Papa Bush. Harper tendrá fresca en la memoria la prepotente reacción y protesta de Washington cuando el Ministro del Exterior de España en visita oficial a La Habana optó por no reunirse con la disidencia cubana antes de prestarse a sucias maniobras políticas. Al programar la gira por el Hemisferio Harper no se atreverá a incurrir la furia de Washington. No se reunirá pues con el Presidente Daniel Ortega, el “nuevo líder” nicaragüense, a pesar de que según David Emerson, ministro canadiense de Comercio Internacional, Canadá se ha comprometido a firmar tratados de libre comercio con Nicaragua, El Salvador, Honduras y Costa Rica y la comunidad caribeña del CARICOM.
En cuanto a la agenda del viaje, la de Harper parece fotocopiada en la Casa Blanca. Aparte del protocolario señalamiento de rigor pregonando que “a diferencia de los Estados Unidos, Canadá pone énfasis en valores como el papel del Estado, la salud y una fuerte sociedad civil,” Harper también repite las inocuas y desgastadas orientaciones de Bush sobre la consolidación de la democracia, la seguridad (léase terrorismo), comercio, inversiones, medio ambiente y el fortalecimiento de las instancias regionales.
¿Suena familiar? ¡Por supuesto! No es más que el disco rayado de las sandeces expresadas por Bush tanto en su visita al Hemisferio como en referencia a Iraq, Afganistán y a cuanto lugar se preste a la cada día más efímeros esfuerzos de hegemonía de la Casa Blanca por el mundo.
Por otra parte la agenda de Harper contempla fortalecer la Organización de Estados Americanos (OEA) y el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). ¿Dónde ha estado este tipo últimamente? La mayoría de los gobiernos del Hemisferio consideran obsoletas ambas organizaciones por considerar que tanto la OEA como el BID funcionan como una extensión de Washington.
Lo más prepotente de la agenda de Harper es que el informe de septiembre del 2006 sobre las prioridades del ministerio canadiense de Relaciones Exteriores especificó que las relaciones con Latinoamérica y el Caribe deben “responder a las preocupaciones de Estados Unidos en la región.” El informe plantea la necesidad de que Canadá identifique con Washington “los objetivos e intereses comunes” en el Hemisferio y busque las formas de llevarlos a cabo “de acuerdo o independientemente,” de forma apropiada y en comunicación entre ambos países. Esto es simplemente una desfachatez en la que Trudeau jamás hubiera sido partícipe.
¡Que diferencia entre el liderazgo de Trudeau y Harper! Claro está, el padre del Canadá moderno era una persona ampliamente liberal. Harper, además de ser ultra conservador, aún se desenvuelve en tinieblas pueblerinas que echan a Canadá marcha atrás después de los avances logrados por Trudeau. En vez de viajar a la América latina con una mente abierta y con firme voluntad de aprender e informarse mejor, Harper se aferra a la fracasada política internacional de Bush. ¡Qué falta de respeto para la América latina! ¡Qué sorpresa le espera en el Hemisferio!
Aunque es de sobra conocido que durante el verano los políticos canadienses se recetan largas vacaciones y viajes al exterior simplemente para distraerse del aburrimiento de Ottawa y porque no les cuesta un céntimo, en el caso de Harper más le valdría visitar a su amigote en Washington. En la América latina no logrará nada más que un reprobado por aparecerse como una pobre, clonada imitación de Bush.
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