miércoles, mayo 23, 2007

Benedicto XVI en Brasil: ¿Por qué diablos viajan los Papas?

Por: Pastor Valle-Garay
Senior Scholar, Universidad de York


Toronto, Canadá – Cada vez y cuando el Vaticano desempolva al Papa de turno y lo despacha a la América latina en gira de reconocimiento. Cada vez y cuando el Papa de turno desempolva obsoletas homilías descargándolas en los desprevenidos cristianos del Hemisferio.

Cada vez y cuando el Papa descarta su condición de huésped y trata al Hemisferio como vasalla colonia de la Santa Sede. Cada vez y cuando el discurso papal revestido de humillante paternalismo rinde atónitos a los fieles y dobla de risa a los protestantes.


Cada vez y cuando el Papa se identifica con el imperio y arremete contra líderes criollos que desagradan a Washington. Cada vez y cuando el Sumo Pontífice retorna a Roma dejando a cualquier cantidad de desgraciados rascándose la cabeza como quien dice ¿a qué vino?

En su reciente visita a Brasil, Benedicto XVI no se comportó muy diferente de sus predecesores. Mucha pompa. Mucha ceremonia. Mucha diatriba. Mucha crítica. Mucha condena. Poca sustancia. Brasil se encogió de hombros. Hay otros asuntos que apremian. El programa progresista del presidente Luiz Inácio Lula da Silva. La educación, la salud, el desempleo y la apasionante rutina del fútbol, la playa, la tanga y los glúteos máximos. El resto de América, igual. Aquí no pasó nada. El Papa no baila samba. Además, después del carnaval de Río, ni la muerte nos impresiona.

Venezuela y Bolivia, sin embargo, no dejaron pasar por alto que Benedicto XVI tildara de “autoritarios” a los presidentes de éstas y de otras naciones de tendencias socialistas al puntualizar que en el Vaticano hay “motivos de preocupación ante formas de gobiernos autoritarios o sujetos a ciertas ideologías que se creían superadas y que no corresponden a la visión cristiana del hombre.” Mejores sentimientos retrógrados no los habría expresado tan elocuentemente el cristianísimo socio George W. Bush.

En el Hemisferio las afrentas del Papa del día son historia antigua. En la década de los ’80 Juan Pablo II unió fuerzas con el entonces Presidente Ronald Reagan y la Contra de Washington para atacar violentamente al pueblo y gobierno sandinista de Nicaragua. Reforzando la cruzada anticomunista de Reagan, el Vaticano suspendió de sus funciones religiosas a tres sacerdotes católicos por desempeñar puestos en el gobierno nicaragüense. Desplegó doble moral la Santa Sede. Reclamó que los ministros de la iglesia no deberían ser ministros de estado mientras Juan Pablo II y Reagan asesoraban al sindicalista Lech Walesa para derrocar al gobierno de Polonia. Más tarde Walesa resumiría la divina intervención de Juan Pablo II señalando que “sabemos lo que el Papa ha logrado. Le corresponde el cincuenta por ciento del colapso del comunismo.”

En esta visita al Hemisferio Benedicto XVI cometió un gravísimo error. En vez de limitarse a seguir el lamentable derrotero trazado por sus más recientes antecesores, Benedicto XVI hizo alarde de la soberbia y de la prepotencia que le caracteriza. Haciendo caso omiso de la humildad de Jesucristo, optó por enfrascarse en repudiable revisionismo histórico. Descartando la brutal conducta del catolicismo durante la conquista, Benedicto XVI aseguró que el adoctrinamiento de las culturas indígenas “sirvió para fecundar y purificar sus culturas.” Si éste fuese el juicio de un ignorante parlanchín de montón, nadie tomaría en cuenta la fábula del necio. Proviniendo de Benedicto XVI es otro cuento, un deliberado insulto al indigenismo de América y a las decenas de millones vilmente sacrificados en aras de convertirles al catolicismo y “purificar sus culturas.”

Lo sabe muy bien Benedicto XVI, ex profesor universitario, teólogo, filósofo, escritor de numerosos libros y artículos científicos, prolífico en seis idiomas además del griego antiguo y del hebreo, galardonado con seis doctorados honoris por algunas de las más prestigiosas universidades del mundo y considerado el poder detrás del trono de los Papas que le precedieron.

Lo sabe muy bien el Vicario de Cristo. Antes de elegírsele al papado era nada menos que el Cardenal Joseph Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, conocida hasta 1908 como el Santo Oficio de la Inquisición, un todopoderoso tribunal que en la época de la conquista fue juez supremo e incuestionable ejecutor del indigenismo que rehusaba ser “fecundado” o “purificado” por la Madre Iglesia. Misma institución que bajo la dirección de Ratzinger condenaría la teología de la liberación por identificarse con los pobres de América, suspendería entre muchos otros a los tres curas sandinistas en Nicaragua y más recientemente condenó a Jon Sorbino, sacerdote salvadoreño de origen español, por continuar apoyando la teología del pobre.

En Brasil el papa Benedicto XVI intentó ocultar el sol con el dedo meñique. Menuda tarea. Imposible también. Tildar el genocidio de millones en “adoctrinamiento” peca de vulgar revisionismo e insulta la memoria de los crímenes cometidos contra el indigenismo de América. En estas circunstancias el Pontífice de Roma actuó irresponsable e irrespetuosamente. Que lo hiciera en Sao Paolo es doblemente imperdonable. Sin lugar a duda Benedicto XVI programaría minuciosamente su primera gira al Hemisferio. Bien sabría que con 150 millones de católicos, Brasil cuenta con más de la mitad de los católicos del mundo. Llegaría pues en inventario de almas. Le fue mal. Su discurso ignoró el sufrimiento de millones de indígenas del país anfitrión. Es más. Tuvo la temeridad de pronunciarlo en Sao Paulo, cuna de la teología de la liberación condenada por Ratzinger cuando era Prefecto de la Confederación de la Doctrina de la Fe, condena reiterada hoy por su alter ego, Benedicto XVI.

Aparte de la colosal metida de pata, el turismo papal se caracterizó por inconsecuente e irrelevante preocupación de los avances del protestantismo, por la promoción del celibato y por inocuas, arcaicas condenas del aborto terapéutico, del homosexualismo, del divorcio, del narcotráfico y ¡sorpresa! ... del marxismo y del capitalismo. De la plaga de pederastas religiosos, ni una palabra. Cinco días más tarde, subió al avión papal, un Boeing 777 a todo meter, ascendió a los cielos y voló rápidamente de regreso a Roma. Como si nada. ¡Así, ni los angelitos!

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