Redacción Central, 22 sep (PL) Sin manos ni pies, la vida de Pedro transcurre hoy en un poblado olvidado de El Salvador, sumido en la pobreza y bajo la tutela de una abuela ciega, que apenas reúne un dólar diario para comer los dos.
Las penurias sufridas por el niño de 12 años, son sólo un ejemplo de los miles de infantes centroamericanos que hacen viajes angustiosos en la parte superior de trenes de carga, cruzando México, para encontrarse con sus padres en Estados Unidos.
"Cuando mi mamá se fue yo tenía cuatro o cinco años", cuenta Pedro, a quien se le llenan los ojos de lágrimas al decir: "Simplemente quiero conocerla. Todos los días pido que se de la oportunidad".
El adolescente recuerda que fue capturado con otros dos primos mayores al intentar abordar como polizontes un tren.
Pero, en su único intento dejó manos y pies pegados en los rieles.
La tragedia es ahora mayor, pues el niño no camina, ni se vale por si sólo, no va a la escuela, ni cuenta con un auspicio gubernamental.
Su abuela ciega hace algunas labores en el campo y los centavos recaudados son utilizados para comprar alimento.
Numerosas veces, las madres los han dejado atrás para encontrar trabajos, que aparentemente pagan más dinero en Norteamérica, como es el caso.
Durante su viaje ilegal, la mayoría de los infantes -algunos hasta de siete años- son víctimas de robos, palizas, accidentes y violaciones sexuales.
Escalofriante resulta saber cómo miembros de pandillas callejeras, deportados desde Estados Unidos, policías e incluso funcionarios de inmigración corruptos, usan en negocios sucios a los pequeños, deseosos por unirse a sus familiares cercanos.
Pero, buena parte de los niños que se aventuran en semejante viaje resultan asesinados, y otros perecen o se mutilan cuando se caen de los trenes.
Informes de diversas entidades de Naciones Unidas estiman que anualmente alrededor de 48 mil menores de edad entran ilegales a Estados Unidos desde América Central y México.
El móvil casi siempre es huir de parientes abusadores y reunirse con uno de los progenitores. El 75 por ciento de ellos es indocumentado y anhela ver a la madre.
La realidad refuerza la situación de exclusión y marginalidad en la cual viven millones de personas en la región.
El Fondo para la Agricultura y Alimentación de Naciones Unidas (FAO) evaluó que la población hambrienta en Centroamérica creció en la última década de 17 a 19 por ciento y en el Caribe de 26 a 28.
Alrededor de 200 menores centroamericanos murieron en los anteriores 18 meses a consecuencia de la escasez de alimentos, que afecta a más de ocho millones de personas en las áreas más pobres y secas de la zona.
Paradójicamente, América Latina y el Caribe concentran el 25 por ciento de la tierra cultivable del planeta, 23 del ganado y alrededor del 30 de la reserva de agua potable.
Tales recursos, según la FAO, a través del desarrollo sustentable, permitirían obtener comida para los habitantes de la región y proveer de divisas y recursos para el desarrollo de otros sectores económicos.
El año pasado, seis mil 460 inmigrantes centroamericanos indocumentados menores de edad fueron detenidos en Estados Unidos, mientras viajaban sin sus padres y eran enviados a albergues del gobierno.
Lo anterior significó un aumento del 35 por ciento con relación al año pasado, aunque se estima que ingresaron sin ser detectados.
Esos niños tienen padres ilegales que ya están en Estados Unidos y no están dispuestos a recogerlos, ahora que las probabilidades de ser capturados son mayores.
Aunque, los menores y jóvenes generalmente nunca llegan a la frontera, mueren en el camino.
Al finalizar el 2005, las autoridades migratorias de México reportaron la deportación de tres mil 772 centroamericanos menores de edad no acompañados, rumbo a territorio norteamericano.
La pobreza de las familias, la limitación a servicios de educación o salud, la falta de alternativas para el uso del tiempo libre, factores culturales y escasas oportunidades de ingresos, son las razones de la existencia de esta legión de pequeños emigrantes.
Las penurias sufridas por el niño de 12 años, son sólo un ejemplo de los miles de infantes centroamericanos que hacen viajes angustiosos en la parte superior de trenes de carga, cruzando México, para encontrarse con sus padres en Estados Unidos.
"Cuando mi mamá se fue yo tenía cuatro o cinco años", cuenta Pedro, a quien se le llenan los ojos de lágrimas al decir: "Simplemente quiero conocerla. Todos los días pido que se de la oportunidad".
El adolescente recuerda que fue capturado con otros dos primos mayores al intentar abordar como polizontes un tren.
Pero, en su único intento dejó manos y pies pegados en los rieles.
La tragedia es ahora mayor, pues el niño no camina, ni se vale por si sólo, no va a la escuela, ni cuenta con un auspicio gubernamental.
Su abuela ciega hace algunas labores en el campo y los centavos recaudados son utilizados para comprar alimento.
Numerosas veces, las madres los han dejado atrás para encontrar trabajos, que aparentemente pagan más dinero en Norteamérica, como es el caso.
Durante su viaje ilegal, la mayoría de los infantes -algunos hasta de siete años- son víctimas de robos, palizas, accidentes y violaciones sexuales.
Escalofriante resulta saber cómo miembros de pandillas callejeras, deportados desde Estados Unidos, policías e incluso funcionarios de inmigración corruptos, usan en negocios sucios a los pequeños, deseosos por unirse a sus familiares cercanos.
Pero, buena parte de los niños que se aventuran en semejante viaje resultan asesinados, y otros perecen o se mutilan cuando se caen de los trenes.
Informes de diversas entidades de Naciones Unidas estiman que anualmente alrededor de 48 mil menores de edad entran ilegales a Estados Unidos desde América Central y México.
El móvil casi siempre es huir de parientes abusadores y reunirse con uno de los progenitores. El 75 por ciento de ellos es indocumentado y anhela ver a la madre.
La realidad refuerza la situación de exclusión y marginalidad en la cual viven millones de personas en la región.
El Fondo para la Agricultura y Alimentación de Naciones Unidas (FAO) evaluó que la población hambrienta en Centroamérica creció en la última década de 17 a 19 por ciento y en el Caribe de 26 a 28.
Alrededor de 200 menores centroamericanos murieron en los anteriores 18 meses a consecuencia de la escasez de alimentos, que afecta a más de ocho millones de personas en las áreas más pobres y secas de la zona.
Paradójicamente, América Latina y el Caribe concentran el 25 por ciento de la tierra cultivable del planeta, 23 del ganado y alrededor del 30 de la reserva de agua potable.
Tales recursos, según la FAO, a través del desarrollo sustentable, permitirían obtener comida para los habitantes de la región y proveer de divisas y recursos para el desarrollo de otros sectores económicos.
El año pasado, seis mil 460 inmigrantes centroamericanos indocumentados menores de edad fueron detenidos en Estados Unidos, mientras viajaban sin sus padres y eran enviados a albergues del gobierno.
Lo anterior significó un aumento del 35 por ciento con relación al año pasado, aunque se estima que ingresaron sin ser detectados.
Esos niños tienen padres ilegales que ya están en Estados Unidos y no están dispuestos a recogerlos, ahora que las probabilidades de ser capturados son mayores.
Aunque, los menores y jóvenes generalmente nunca llegan a la frontera, mueren en el camino.
Al finalizar el 2005, las autoridades migratorias de México reportaron la deportación de tres mil 772 centroamericanos menores de edad no acompañados, rumbo a territorio norteamericano.
La pobreza de las familias, la limitación a servicios de educación o salud, la falta de alternativas para el uso del tiempo libre, factores culturales y escasas oportunidades de ingresos, son las razones de la existencia de esta legión de pequeños emigrantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario