Por: Pastor Valle-Garay
Senior Scholar, Universidad de York
Toronto, Canadá – No fue notición en Cuba. Tampoco lo fue en el Hemisferio. Cada vez que la mal llamada libertad de prensa esté condicionada al dólar y a los intereses del imperio, Washington recurre a los medios más soeces para subyugar al intelectual y violentar los principios de decencia y de ética del ser humano. Cada vez que esto ocurre, la insolencia de Washington queda desnuda ante los ojos del mundo.
De vez en cuando algunos miembros de la disidencia cubana en Miami, cegados por la ambición y por el dólar, se someten voluntaria, mercenaria y sumisamente a los diseños de la Casa Blanca. Sin embargo, por más que Washington se aproveche de los maleables, invariablemente les sale el tiro por la culta. Lo aseguran aquéllos que se mantienen firmes en sus convicciones. De otro modo, Washington se sentiría libre de hacer de las suyas en Cuba. No lo logrará. Se lo impiden el noble compromiso del pueblo cubano y la solidaridad internacional en defensa de la revolución.
Es irónico que la misma tecnología empleada por la Casa Blanca en sus intentonas de derrocar la revolución también haga imposible que el Departamento de Estado oculte su amenazante ingerencia en los asuntos internos de Cuba a través de los medios de comunicación. De ahí que más temprano que tarde, como acaba de ocurrir en Miami, la Casa Blanca quede expuesta al desnudo y tenga que rendir cuentas por sus acciones ilícitas.
El fenómeno de la oferta de dinero y del chantaje económico es cuento viejo en el capitalismo. A veces da frutos entre algunos peloteros, artistas y disidentes. Pero es más notable entre los oportunistas de la palabra escrita. Les bailan la moneda. Les deslumbra el fulgor de promesas vacías. Débiles de espíritu y carentes de convicciones, sucumben. Se prostituyen vendiéndose al mejor postor. Se entregan a la alcahueta de la Casa Blanca. Traicionan a la nación que les vio nacer.
Ocurrió entre la oposición del Presidente Salvador Allende en Chile. Ocurrió entre los vende patrias de la Nicaragua sandinista. Ocurrió en Venezuela. Ocurre en Afganistán. Ocurre en Iraq. Ocurre en Miami. Tergiversando la realidad, el periodista se vende y escribe cuanta sandez Washington le sopla. En otros días el ingenuo lector solía tragarse las barbaridades escritas por los mercaderes del periodismo. Otras veces, no. En Cuba, en Nicaragua, en Venezuela y hasta en el mismo Estados Unidos la prensa responsable ha denunciado este vergonzoso tráfico por décadas. En la actualidad las denuncias han comenzado a producir resultados positivos.
Antes del Internet y de la comunicación instantánea, Washington controlaba el flujo de los acontecimientos. Manipuló a sus anchas las noticias de la guerra en Vietnam, de la Contra en Nicaragua, el golpe de estado en Chile contra Allende y los criminales ataques contra Cuba. La Casa Blanca emplazó la doctrina de Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda nazi (1933-1945), quien insistía que “si una mentira se repite las suficientes veces acaba convirtiéndose en la verdad.” Goebbels afirmó que “contra más grande la mentira más fácil es que la gente se la trague.” Para imitar tales teorías el gobierno de los Estados Unidos compraría la lealtad de los medios de comunicación.
En la administración de George W. Bush la tarea de sobornar periodistas pagándoles por debajo de la mesa para hacerse la vista gorda a la realidad y publicar artículos favorables a Washington y denigrantes de Cuba, fue relativamente simple. Los genios del Departamento de Estado y el presupuesto de sobornos de la infame Oficina de Transmisiones Hacia Cuba, que controla Radio y TV Martí, asumieron la responsabilidad de comprar periodistas. La semi inconsciente ignorancia del ocupante de la Casa Blanca facilitó la empresa. Bush se jacta de no leer diarios, escuchar las noticias o ver televisión. Ojos que no ven, corazón que no siente. Hagan lo que se les antoje. El cheque está en el correo. No pregunten nada.
La tentación y la avaricia triunfaron sobre la ética. Los apátridas mercenarios se vendieron al gobierno federal por un puñado de dólares. Descartando conflictos de interés y el riesgo de ultrajar inútilmente a Cuba y a sus propias familias, los vende patrias se entregaron a la corrupción. Al igual que otros mercenarios, los cubano-americanos violarían los más elementales principios de ética profesional. Motivados por la avaricia, actuaron como loras amaestradas de Washington. Dedicaron el periodismo al singular propósito de embaucar al lector y al oyente vomitando a tontas y a locas las directivas de los titiriteros. El compromiso les produciría unos cuantos dólares permitiéndoles además de disfrutar de privilegiadas pretensiones de periodistas. No eran diferentes de Judas Iscariote. A cambio de las 30 monedas de plata, los serviles del imperio diseminaron odio contra Cuba e instigaron acciones criminales contra los líderes políticos de la nación y contra la población cubana. De nada les valdría el dólar contra la verdad. Al fin de cuentas, fracasarían.
Desafortunadamente para los mercenarios y para Washington, el mundo cambió. Las noticias llegan de fuentes más confiables. El lector dejó a un lado la ingenuidad. La mentira es más transparente y la mayoría coincide que en la guerra ideológica la primera víctima es la verdad. En El Nuevo Herald algunos miopes se encogieron de hombros. En el estilo de Goebbels, los propagandistas de Washington y sus secuaces en Miami, intentaron ocultar el sol con un dedo y provocar confusión en el público. No lo lograron. La gente ya no se tragaba las repetidas patrañas al igual que antes. El concejo editorial del diario finalmente reconoció que en la batalla por la opinión pública habían fracasado los diseños de las poderosas corporaciones noticieras y del Departamento de Estado. Esta vez no se impondría ni el dólar ni la mentalidad de Goebbels o de Bush.
Los sucesos de la semana pasada lo demostraron. No menos de 10 supuestamente “influyentes” periodistas del sur de Miami, entre ellos tres de El Nuevo Herald, fueron despedidos por recibir ilegalmente miles de dólares del gobierno de los Estados Unidos. A cambio del dinero, los cubano-americanos se dedicaban a diseminar opiniones y artículos propagandísticos contra el Presidente Fidel Castro y contra el pueblo y gobierno de Cuba. No sería la primera vez que los medios de comunicación y de agitación de la mafia de Miami se ven involucrados en tremendo escándalo. A principios de este año, la corporación que gobierna Radio TV Martí despidió a varios miembros del concejo de directores por apropiarse de los fondos asignados a las emisoras propagandísticas del gobierno federal que este año recibió un presupuesto de US $37 millones de dólares para atacar al gobierno de Cuba.
En Miami la escandalosa conducta de los paladines comunitarios cayó como bomba. Entre los “asalariados” del Departamento de Estado se encuentran algunos de los más “respetables” y vociferosos miembros de la mafia anti castrista. El Nuevo Herald despidió al columnista Pablo Alfonso, quien se vendió a Washington por US $174.753 mil dólares; a Olga Connor, comprada por US $71 mil dólares, y a Wilfredo Cancio Isla, a precio de remate en comparación a sus colegas al costarle al tío Sam US $15 mil dólares por llenar necias cuartillas. Otras luminarias vendidas al mejor postor incluyen a los agitadores profesionales Juan Manuel Cao, del Canal 41, que se vendió por US $11.400 dólares; Helen Aguirre Ferré, editora de la página de opiniones del Diario Las Américas cuyo precio fue de US $4.325 dólares; Ninoska Pérez-Castellón, que cobró la baratija de US $1.550 dólares; el reportero Ariel Remos, Miguel Cossío, director de noticias del canal 41 y el prepotente Carlos Alberto Montaner. Interesante grupo. Los que supuestamente dedican sus vidas al patriótico compromiso de derrocar al legítimo gobierno de Cuba, fácilmente sucumben a la oferta de unos miserables pesos. ¡Poderoso caballero don dinero!
Lo de poderoso lo confirma la reacción de los gusanos de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA). Al percatarse del despido de los periodistas, la FNCA que igualmente ha recibido millones de dólares de la Casa Blanca para atacar a Cuba, protestó el despido de los individuos. Obviamente a los anti castristas no creen en conflictos de interés. ¿La corrupción? Serán ladrones pero son nuestros ladrones. ¡Ni hablar!
Jesús Díaz Jr., presidente y editor de la corporación Miami Herald Media y supervisor de operaciones de El Nuevo Herald no tuvo más remedio que señalar que los pagos recibidos “violaron la sagrada confianza ente el público y la prensa.” Según declaraciones de Díaz en El Nuevo Herald “ni siquiera la apariencia de que la objetividad o integridad de alguien pueda haberse visto comprometida se puede tolerar en nuestro trabajo. Personalmente, no creo que podamos garantizar la objetividad ni integridad si alguno de nuestros reporteros o reporters reciben compensación monetaria de cualquier entidad que hayan cubierto pero especialmente si se trata de una agencia de gobierno.”
Es difícil creer que Díaz no estuviera al tanto de los pagos a sus periodistas. Ocurrían desde el año 2001. Quizás no los supiera. Quizás el acto de contrición sea sincero. Quizás se deba a que los agarraron con las manos en la masa. ¡Quién sabe! Lo cierto es que no tuvo más alternativa que condenar a los colegas.
Jon Roosenraad, profesor de Periodismo de la Universidad de la Florida, fue más preciso. “Este es un caso obvio, para libros de texto. Es exactamente como si un reportero de negocios trabajara también a tiempo parcial como agente (de relaciones públicas) para una compañía local en sus horas extras, y que regresara a su periódico al día siguiente y escribiera sobre ‘su’ compañía,” concluyó Roosenraad.
Más claro no canta un gallo. Sin embargo la analogía de Roosenraad peca de ingenua. La gran diferencia es que en el caso de los periodistas cesanteados “su compañía” es el gobierno federal; los artículos publicados y los honorarios recibidos por su publicación no promocionan relaciones públicas. Al contrario, promueven actos terroristas contra una nación soberana y según las leyes estadounidenses los periodistas merecen que se les enjuicie por utilizar la prensa para incitar terrorismo. La misma medida debería aplicarse a la Oficina de Trasmisiones Hacia Cuba.
Senior Scholar, Universidad de York
Toronto, Canadá – No fue notición en Cuba. Tampoco lo fue en el Hemisferio. Cada vez que la mal llamada libertad de prensa esté condicionada al dólar y a los intereses del imperio, Washington recurre a los medios más soeces para subyugar al intelectual y violentar los principios de decencia y de ética del ser humano. Cada vez que esto ocurre, la insolencia de Washington queda desnuda ante los ojos del mundo.
De vez en cuando algunos miembros de la disidencia cubana en Miami, cegados por la ambición y por el dólar, se someten voluntaria, mercenaria y sumisamente a los diseños de la Casa Blanca. Sin embargo, por más que Washington se aproveche de los maleables, invariablemente les sale el tiro por la culta. Lo aseguran aquéllos que se mantienen firmes en sus convicciones. De otro modo, Washington se sentiría libre de hacer de las suyas en Cuba. No lo logrará. Se lo impiden el noble compromiso del pueblo cubano y la solidaridad internacional en defensa de la revolución.
Es irónico que la misma tecnología empleada por la Casa Blanca en sus intentonas de derrocar la revolución también haga imposible que el Departamento de Estado oculte su amenazante ingerencia en los asuntos internos de Cuba a través de los medios de comunicación. De ahí que más temprano que tarde, como acaba de ocurrir en Miami, la Casa Blanca quede expuesta al desnudo y tenga que rendir cuentas por sus acciones ilícitas.
El fenómeno de la oferta de dinero y del chantaje económico es cuento viejo en el capitalismo. A veces da frutos entre algunos peloteros, artistas y disidentes. Pero es más notable entre los oportunistas de la palabra escrita. Les bailan la moneda. Les deslumbra el fulgor de promesas vacías. Débiles de espíritu y carentes de convicciones, sucumben. Se prostituyen vendiéndose al mejor postor. Se entregan a la alcahueta de la Casa Blanca. Traicionan a la nación que les vio nacer.
Ocurrió entre la oposición del Presidente Salvador Allende en Chile. Ocurrió entre los vende patrias de la Nicaragua sandinista. Ocurrió en Venezuela. Ocurre en Afganistán. Ocurre en Iraq. Ocurre en Miami. Tergiversando la realidad, el periodista se vende y escribe cuanta sandez Washington le sopla. En otros días el ingenuo lector solía tragarse las barbaridades escritas por los mercaderes del periodismo. Otras veces, no. En Cuba, en Nicaragua, en Venezuela y hasta en el mismo Estados Unidos la prensa responsable ha denunciado este vergonzoso tráfico por décadas. En la actualidad las denuncias han comenzado a producir resultados positivos.
Antes del Internet y de la comunicación instantánea, Washington controlaba el flujo de los acontecimientos. Manipuló a sus anchas las noticias de la guerra en Vietnam, de la Contra en Nicaragua, el golpe de estado en Chile contra Allende y los criminales ataques contra Cuba. La Casa Blanca emplazó la doctrina de Joseph Goebbels, Ministro de Propaganda nazi (1933-1945), quien insistía que “si una mentira se repite las suficientes veces acaba convirtiéndose en la verdad.” Goebbels afirmó que “contra más grande la mentira más fácil es que la gente se la trague.” Para imitar tales teorías el gobierno de los Estados Unidos compraría la lealtad de los medios de comunicación.
En la administración de George W. Bush la tarea de sobornar periodistas pagándoles por debajo de la mesa para hacerse la vista gorda a la realidad y publicar artículos favorables a Washington y denigrantes de Cuba, fue relativamente simple. Los genios del Departamento de Estado y el presupuesto de sobornos de la infame Oficina de Transmisiones Hacia Cuba, que controla Radio y TV Martí, asumieron la responsabilidad de comprar periodistas. La semi inconsciente ignorancia del ocupante de la Casa Blanca facilitó la empresa. Bush se jacta de no leer diarios, escuchar las noticias o ver televisión. Ojos que no ven, corazón que no siente. Hagan lo que se les antoje. El cheque está en el correo. No pregunten nada.
La tentación y la avaricia triunfaron sobre la ética. Los apátridas mercenarios se vendieron al gobierno federal por un puñado de dólares. Descartando conflictos de interés y el riesgo de ultrajar inútilmente a Cuba y a sus propias familias, los vende patrias se entregaron a la corrupción. Al igual que otros mercenarios, los cubano-americanos violarían los más elementales principios de ética profesional. Motivados por la avaricia, actuaron como loras amaestradas de Washington. Dedicaron el periodismo al singular propósito de embaucar al lector y al oyente vomitando a tontas y a locas las directivas de los titiriteros. El compromiso les produciría unos cuantos dólares permitiéndoles además de disfrutar de privilegiadas pretensiones de periodistas. No eran diferentes de Judas Iscariote. A cambio de las 30 monedas de plata, los serviles del imperio diseminaron odio contra Cuba e instigaron acciones criminales contra los líderes políticos de la nación y contra la población cubana. De nada les valdría el dólar contra la verdad. Al fin de cuentas, fracasarían.
Desafortunadamente para los mercenarios y para Washington, el mundo cambió. Las noticias llegan de fuentes más confiables. El lector dejó a un lado la ingenuidad. La mentira es más transparente y la mayoría coincide que en la guerra ideológica la primera víctima es la verdad. En El Nuevo Herald algunos miopes se encogieron de hombros. En el estilo de Goebbels, los propagandistas de Washington y sus secuaces en Miami, intentaron ocultar el sol con un dedo y provocar confusión en el público. No lo lograron. La gente ya no se tragaba las repetidas patrañas al igual que antes. El concejo editorial del diario finalmente reconoció que en la batalla por la opinión pública habían fracasado los diseños de las poderosas corporaciones noticieras y del Departamento de Estado. Esta vez no se impondría ni el dólar ni la mentalidad de Goebbels o de Bush.
Los sucesos de la semana pasada lo demostraron. No menos de 10 supuestamente “influyentes” periodistas del sur de Miami, entre ellos tres de El Nuevo Herald, fueron despedidos por recibir ilegalmente miles de dólares del gobierno de los Estados Unidos. A cambio del dinero, los cubano-americanos se dedicaban a diseminar opiniones y artículos propagandísticos contra el Presidente Fidel Castro y contra el pueblo y gobierno de Cuba. No sería la primera vez que los medios de comunicación y de agitación de la mafia de Miami se ven involucrados en tremendo escándalo. A principios de este año, la corporación que gobierna Radio TV Martí despidió a varios miembros del concejo de directores por apropiarse de los fondos asignados a las emisoras propagandísticas del gobierno federal que este año recibió un presupuesto de US $37 millones de dólares para atacar al gobierno de Cuba.
En Miami la escandalosa conducta de los paladines comunitarios cayó como bomba. Entre los “asalariados” del Departamento de Estado se encuentran algunos de los más “respetables” y vociferosos miembros de la mafia anti castrista. El Nuevo Herald despidió al columnista Pablo Alfonso, quien se vendió a Washington por US $174.753 mil dólares; a Olga Connor, comprada por US $71 mil dólares, y a Wilfredo Cancio Isla, a precio de remate en comparación a sus colegas al costarle al tío Sam US $15 mil dólares por llenar necias cuartillas. Otras luminarias vendidas al mejor postor incluyen a los agitadores profesionales Juan Manuel Cao, del Canal 41, que se vendió por US $11.400 dólares; Helen Aguirre Ferré, editora de la página de opiniones del Diario Las Américas cuyo precio fue de US $4.325 dólares; Ninoska Pérez-Castellón, que cobró la baratija de US $1.550 dólares; el reportero Ariel Remos, Miguel Cossío, director de noticias del canal 41 y el prepotente Carlos Alberto Montaner. Interesante grupo. Los que supuestamente dedican sus vidas al patriótico compromiso de derrocar al legítimo gobierno de Cuba, fácilmente sucumben a la oferta de unos miserables pesos. ¡Poderoso caballero don dinero!
Lo de poderoso lo confirma la reacción de los gusanos de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA). Al percatarse del despido de los periodistas, la FNCA que igualmente ha recibido millones de dólares de la Casa Blanca para atacar a Cuba, protestó el despido de los individuos. Obviamente a los anti castristas no creen en conflictos de interés. ¿La corrupción? Serán ladrones pero son nuestros ladrones. ¡Ni hablar!
Jesús Díaz Jr., presidente y editor de la corporación Miami Herald Media y supervisor de operaciones de El Nuevo Herald no tuvo más remedio que señalar que los pagos recibidos “violaron la sagrada confianza ente el público y la prensa.” Según declaraciones de Díaz en El Nuevo Herald “ni siquiera la apariencia de que la objetividad o integridad de alguien pueda haberse visto comprometida se puede tolerar en nuestro trabajo. Personalmente, no creo que podamos garantizar la objetividad ni integridad si alguno de nuestros reporteros o reporters reciben compensación monetaria de cualquier entidad que hayan cubierto pero especialmente si se trata de una agencia de gobierno.”
Es difícil creer que Díaz no estuviera al tanto de los pagos a sus periodistas. Ocurrían desde el año 2001. Quizás no los supiera. Quizás el acto de contrición sea sincero. Quizás se deba a que los agarraron con las manos en la masa. ¡Quién sabe! Lo cierto es que no tuvo más alternativa que condenar a los colegas.
Jon Roosenraad, profesor de Periodismo de la Universidad de la Florida, fue más preciso. “Este es un caso obvio, para libros de texto. Es exactamente como si un reportero de negocios trabajara también a tiempo parcial como agente (de relaciones públicas) para una compañía local en sus horas extras, y que regresara a su periódico al día siguiente y escribiera sobre ‘su’ compañía,” concluyó Roosenraad.
Más claro no canta un gallo. Sin embargo la analogía de Roosenraad peca de ingenua. La gran diferencia es que en el caso de los periodistas cesanteados “su compañía” es el gobierno federal; los artículos publicados y los honorarios recibidos por su publicación no promocionan relaciones públicas. Al contrario, promueven actos terroristas contra una nación soberana y según las leyes estadounidenses los periodistas merecen que se les enjuicie por utilizar la prensa para incitar terrorismo. La misma medida debería aplicarse a la Oficina de Trasmisiones Hacia Cuba.
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