martes, agosto 08, 2006

El pensamiento como espacio de trascendencia

Los latinos que vivimos en Canadá, estamos interesados, en transitar un camino hacia la madures, de la comunidad, al encuentro con ideas, y posibles preparaciones de encuentros, para dirimirlas, pero un primer paso, puede ser, eso empezar, por tener las opiniones, de los distintos sectores, de los distintos esfuerzos, que puedan estar siendo realizados desde una perspectiva colectiva, de desinterés y sin protagonismos estériles, que lo único que han logrado hasta ahora, es tener una comunidad, manipulada, y alejada de sus verdaderos intereses, valga la redundancia. Adjuntamos un material, incipiente, voluntad de despertar, la iniciativa, que transite, por el camino de aceptar, que estamos vivos, y de que es posible, transformar la realidad.
Un militante.

Bienvenida Aideas

Este milenio nos enseña que todo es posible en en el orden de la bestialidad, el sinsentido vital, el delirio, que como nunca en la historia cuenta con medios para desencadenarse sin frenos. Con las nuevas tecnologías, hoy dispone de medios decuplicados, al lado de los cuales las atrocidades pasadas parecen tímidos ensayos de destrucción. Cómo no incluir entre las hipótesis posibles la de un régimen totalitario, que no tuvo la menor dificultad para "globalizarse" y contar con medios de eliminación, en resguardo de su "libertad", de una eficacia y rapidez jamás imaginados: "el genocidio puesto en acto."

Y estamos en democracia, somos libres y numerosos. Nadie hace nada, salvo cerrar el diario o apagar el televisor, alguna protesta aislada quizás. Pero sumisamente se obedecen las órdenes de mostrarse siempre confiados, sonrientes, satisfechos (si uno no pertenece a las filas de lo derrotados, degradados, humillados y funestos), en medio de un mutismo generalizado apenas interrumpido por frases huecas de los organismos internacionales como las Naciones Unidas, que intentan protocolarmente curar lo que ya está muerto.

No se trata de llorar por lo que ya no existe ni de negar y renegar del presente. No se trata de negar o rechazar la globalización o mundialización de los conflictos estúpidos y presociales que surgen por doquier, y el auge de las nuevas tecnologías, que lógicamnete favorecen a los impulsores del nuevo orden mundial. Por el contrario hay que tenerlos en cuenta. Se trata de dejar de ser "colonizados". Vivir con conocimiento de causa, no aceptar más al pie de la letra los falaces análisis políticos y sociales que soslayan los problemas más graves, que sólo los mencionan como elementos amenazantes que obligan a tomar medidas extremas por su bestialidad y criminalidad.

Esta acumulación de seres anónimos se encuentra, potenciada, en las enormes multitudes abandonadas en Medio Oriente, Africa, Sudamérica. Poblaciones enteras libradas al hambre, las epidemias y todas las formas de genocido, sostenidos y aceptados por las grandes potencias. Escalas monstruosas e indiferencia por la muerte o por las hecatombes que se producen a distancias no mayores que los habituales destinos turísticos.

Cuando las pantallas de nuestros televisores difunden la imagen de estas masas de sacrificados en vida, entre dos tandas publicitarias, somos espectadores, y por lo tanto somos testigos, gente informada, que no debe ignorar que esta masa abigarrada de millones podría constituir el embrión de nuestras sociedades futuras. Todos o casi todos formaríamos parte de esas multitudes sumidas en el desastre y la indigencia en condición de esclavos del tercer milenio.

Por cierto existe una posibilidad de torcer lentamente los acontecimientos de este desastre en el que, a no ignorarlo, estamos sumidos, y aprender a pensar, el don más espontáneo y orgánico que poseemos.

Pero el sistema puso en acto hace tiempo una maquinaria que conspira contra el pensar. El ejercicio del pensamiento debe estar reservado a unos pocos, para de ese modo ayudar a conservar la dominación espectacular en la que estamos inmersos.

Deviene de lo dicho entonces que requiere audacia hoy embarcarse en la tarea de pensar, obliga a ciertos esfuerzos, como olvidar los epítetos de austero, arduo, elitista e infinitamente aburrido con que se califica al pensamiento. Asimismo, hay que desbaratar la trampa de separar lo intelectual de lo visceral, el pensamiento de la emoción. Cuando se logra esto, quizás alcanzamos un grado de salvación, y puede permitirle a cada uno convertirse en habitante del mundo de pleno derecho, cualquiera sea su situación.

No es casual que se lo desaliente. Porque no hay nada más movilizador que el pensamiento, es la quintaesencia misma de la acción. No existe actividad más temida ni renovadora: el pensamiento es político. El solo hecho de pensar es político.

De ahí la lucha insidiosa, y por ello más eficaz e intensa en nuestra época, contra el pensamiento. Contra la capacidad de pensar. Pero ello representa, y representará cada vez más, nuestro único recurso de sobrevivencia. *

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