PAUL WALDER
Publicado en “Punto Final”
Como un péndulo, los gobiernos latinoamericanos han oscilado durante poco más de un lustro desde posturas abiertamente liberales hacia otras si bien no de Izquierdas -denominación hoy compleja y resbaladiza pero que usaremos- sí pragmáticas, en que la ideología del libre mercado ha dejado espacio a un híbrido, que tiene al mercado como eje y motor de la economía y enfatiza el aspecto social y humanitario.
Es una región que prácticamente colapsó hacia finales de los noventa como efecto de las reformas estructurales, neologismo que apunta a las privatizaciones y traspaso del aparato productivo a manos de privados bajo reglas impuestas por los poderosos organismos financieros internacionales, creando precarias condiciones de vida a la población y un aumento en la desigualdad de los ingresos. En prácticamente todo el continente latinoamericano éste ha sido el factor que, bajo democracias de diferente espesor, ha impulsado el cambio político.
En Chile, que inaugurará este 11 de marzo un nuevo gobierno de la Concertación con Michelle Bachelet, la coalición mantiene su errática y opaca condición tanto en su conceptualización como Izquierda como en su espesor democrático. La Concertación, glorificada por las socialdemocracias europeas y por los organismos financieros internacionales, no ha sido de igual manera elogiada por las Izquierdas ni por los movimientos sociales. Han visto a este conglomerado como un buen operador de las políticas afines a los grandes capitales. El dato que Chile, el estable modelo económico liberal de la región, se haya consolidado también como una de las economías más desiguales del mundo, aleja a sus gobernantes de la nueva impronta política regional, apoyada en el rescate de los valores sociales y humanitarios. El próximo gobierno tendrá que relacionarse con un nuevo concepto regional de la política, en que si bien hay elementos ideológicos propios de la cultura de Izquierda, existe en mayor grado una nueva y más propia óptica para ver las relaciones económicas, que vuelven a dar preponderancia a la propiedad de los recursos naturales y al papel que cumplen los inversionistas extranjeros que explotan tales recursos. Y en un mundo ávido de materias primas, la localización y pertenencia de estos bienes será materia de las relaciones políticas y económicas futuras.
LA IZQUIERDA, ¿EXITOSO OPERADOR DE LA ECONOMIA?
El fenómeno, que ha tendido hacia una muy singular y creciente configuración política en la región, apunta también a un nuevo y también particular escenario económico. Fueron los gobiernos de derecha, proclives al Consenso de Washington y a las recetas de los organismos internacionales, los que condujeron al deterioro económico regional. Hoy son gobiernos de Izquierda los que han logrado un estímulo de sus respectivas economías, medido, a falta de mejores indicadores, en el crecimiento del producto.
Las economías latinoamericanas crecieron un 4,3 por ciento promedio en 2005, en el tercer año de crecimiento consecutivo. En tanto, el desempleo bajó un punto desde el año anterior, así como los niveles de pobreza, endémicos para nuestras latitudes, que pese a la contracción se mantienen sobre un 40 por ciento. Este favorable proceso, según afirma la Cepal, se debe principalmente a un entorno económico mundial favorable que ha elevado los precios de las materias primas y el intercambio comercial. No sólo está el caso del alza del cobre (para Chile) y del petróleo (para los países productores como Venezuela). Se trata de un fenómeno que se extiende a prácticamente todos los commodities.
Para el año en curso las proyecciones de la Cepal mantienen este sostenido pero discreto crecimiento. Durante 2006 las economías de Latinoamérica se expandirán sobre el cuatro por ciento anual y el producto per cápita crecerá sobre el diez por ciento. No puede considerarse, comparativamente, un crecimiento vigoroso: la economía china se sigue expandiendo a una tasa promedio cercana al diez por ciento, en tanto el conjunto de las naciones en desarrollo del mundo han crecido a un mayor ritmo que las de nuestra región.
Al observar las naciones que han registrado más expansión económica encontramos que Venezuela (9%), Argentina (8,6%), Uruguay (6%) y Chile (6%) encabezan este ranking. Tres de estos países están conducidos por gobiernos de Izquierda. Sin embargo, sin restar méritos propios, hay que considerar nuevamente el alza de las materias primas y, en el caso de dos de estos tres países, el proceso de recuperación desde virtuales colapsos económicos, como ha sido en Argentina y Uruguay. El giro hacia la Izquierda no ha tenido tregua. En Bolivia, Evo Morales asumirá la presidencia el 22 de enero y durante el año hay claras estimaciones de una izquierdización de los liderazgos en Perú, con Ollanta Humala, y en México, con Manuel López Obrador.
Hacia inicios de esta década uno de los primeros líderes de la Izquierda en acceder al poder en Latinoamérica fue Luiz Inacio Lula da Silva, dirigente histórico del PT, de Brasil. Durante el año previo a las elecciones los organismos financieros internacionales presionaron sin compasión a la economía brasileña para impedir el triunfo de Lula, con efectos que se extendieron por toda la región. Una campaña del terror económico que, además de haber generado daños inútiles, fue, aparentemente, injustificada (a menos que pensemos que las actuales políticas económicas brasileñas sean consecuencia de aquellas advertencias). La administración de Lula -sin hacer una evaluación de sus políticas- resultó ser muy ortodoxa con los lineamientos de los organismos financieros internacionales, lo que ha quedado demostrado con el reciente pago de 15 mil millones de dólares que hizo al FMI, operación seguida por el gobierno argentino de Néstor Kirchner.
Ante el nuevo escenario, los organismos internacionales observan satisfechos. El secretario ejecutivo de la Cepal, José Luis Machinea, al presentar el balance de las economías regionales del año 2005 señaló sin rodeos que los gobiernos de Izquierda no representan ni han representado durante los últimos años un factor de inestabilidad para Latinoamérica. Ante las próximas elecciones -Haití (en principio para febrero), Costa Rica (febrero), Perú (abril), Colombia (mayo), México (julio) y Brasil (octubre)-, Machinea ha estimado que sin duda habrá ruido político, lo que no es indicador de desastre económico.
SEÑAL DE INVERSIONISTAS EXTRANJEROS
El mejor indicador para medir el nuevo escenario económico y político es la reacción que han tenido los inversionistas, empezando por el más voluminoso: España. Tras el complejo período derivado de las crisis financieras, que en Argentina condujo incluso a un proceso de desinversión, hoy los flujos tenderían a normalizarse. No obstante será difícil que regresen a los niveles de la década pasada. Incluso en Chile, país levantado como modelo de estabilidad económica, las inversiones extranjeras han disminuido de forma sensible.
Las empresas españolas han optado por la diversificación hacia otros mercados, entre ellos China, el principal polo de atracción mundial para la inversión extranjera. Pese a esta fragmentación, durante la primera mitad de 2005 casi el 20 por ciento del total invertido en el mundo por empresas españolas se dirigió a Latinoamérica. El flujo, sin embargo, sigue y probablemente seguirá bajo. Lo invertido el primer semestre de 2005 fue casi la mitad del flujo de 2004, aun cuando marca una notable diferencia con 2003, año sellado por un fuerte retiro de capitales. Aunque la economía latinoamericana crezca, es improbable que se repitan los flujos de inversión de la década pasada, atraídos por los numerosos procesos de privatización de los servicios públicos. Hoy, las inversiones ya están realizadas y las grandes operaciones de inversión están acotadas a los procesos mundiales de fusiones y adquisiciones. En Chile, la sequía de inversiones extranjeras lleva unos cinco años. Sólo fue alterada en el sector de las telecomunicaciones, con Movistar o la mexicana Telmex.
La Cepal observa que pese al aumento relativo de la inversión extranjera, el porcentaje de captación de capitales ha disminuido de manera sostenida en América Latina. El organismo económico sugiere a los países concentrarse en la atracción de inversiones extranjeras de mejor calidad, “para lo que tendrían que adoptar una estrategia más ingeniosa de formulación de políticas”. De lo contrario será el mercado la única guía para estas inversiones, lo que no augura ni a corto ni mediano plazo un verdadero desarrollo, no sólo económico sino social.
Si los inversionistas están tranquilos, no puede decirse lo mismo de Estados Unidos, que ha hecho lo posible por borrar del mapa regional al gobierno de Hugo Chávez. Es muy probable que sume, a partir de finales de este mes, al gobernante boliviano como su próximo objetivo. Sin embargo, no son pocos los analistas que observan en el nuevo fenómeno latinoamericano una situación que se le ha escapado de las manos a la administración norteamericana, ocupada más en el Medio Oriente y empantanada en Iraq. Es probable que estas circunstancias hayan permitido el actual proceso latinoamericano, que tiene características inéditas en cuanto a su espontaneidad y libertad: ha surgido desde densas corrientes políticas mantenidas en la penumbra durante la década pasada y surge como movimientos nacionales, relacionados más con los problemas reales de los pueblos que con un marco ideológico previo. Washington, en este nuevo y vertiginoso escenario, no es hoy el único dueño de Latinoamérica. A las profusas inversiones europeas, que son básicamente españolas, ahora tendrá que incorporar a un nuevo y sorpresivo intruso: China.
EL CURIOSO TLC ENTRE CHINA Y CHILE
¿Qué interés pudo tener la economía china al suscribir un tratado de libre comercio con un país latinoamericano pequeño como Chile? La pregunta, que no ha sido planteada ni desarrollada en Chile, puede tener muchas interpretaciones. De partida, al considerar la escala de las dos economías, la respuesta podría ser ningún interés. No obstante, al observar el lugar geográfico de Chile, su relación con el resto de la región, su estabilidad macroeconómica y su institucionalidad económica, podemos invertir esta respuesta y señalar que China tiene un gran interés en Chile. Tiene interés en Chile porque tiene un mayor interés en Latinoamérica.
El analista internacional Andrés Oppenheimer, del Miami Herald, escribió en un comentado artículo que “el presidente Hu Jintao pasó más tiempo en Latinoamérica en 2004 que el presidente Bush. Y el vicepresidente, Zeng Qinghong, pasó más tiempo en la región el mes pasado que su homólogo norteamericano en los últimos cuatro años”. La observación de Oppenheimer fue muy aguda y tiene profundas proyecciones. Está relacionada con el creciente interés de China en nuestra región, pero también con la aprensión que este interés ha generado en el gobierno de George W. Bush. De una u otra manera, China no sólo se ha introducido en el “patio trasero” de Estados Unidos, sino que lo hace cuando surgen corrientes políticas latinoamericanas que impugnan los llamados Consensos de Washington. Y, lo que no es menor, China estrecha lazos con gobiernos repudiados por Washington, como Cuba y Venezuela.
El ensayista norteamericano Saul Landau se preguntaba por qué los líderes chinos se decidieron hacia fines de 2004 y comienzos de 2005 a acelerar sus relaciones con Latinoamérica. La respuesta estaría en el fracaso del Alca. (Los desesperados intentos por reflotarlo en la pasada Cumbre de Buenos Aires son una pauta de la gravedad que tiene para Washington el fracaso de esta iniciativa).
China ingresa con rapidez en un continente cada vez más renuente ante las políticas de Estados Unidos. No sólo hay que mencionar los casos más evidentes, como Cuba y Venezuela. La muestra sigue con Brasil, Argentina, Uruguay, y tiene altas probabilidades de continuar con Bolivia, Ecuador y en 2006, incluso con México, con un eventual gobierno de López Obrador. De instalarse este nuevo escenario, puede que todos los acuerdos comerciales planificados por Estados Unidos estén destinados al fracaso.
China, en principio con un pragmatismo a toda prueba que trascendería miradas ideológicas y políticas, representa a una enorme economía que crece a un promedio del nueve por ciento anual y que requiere ingentes cantidades de materias primas, como minerales -cobre, hierro, acero- para circuitos integrados y maquinaria eléctrica y, por cierto, mucho petróleo.
China no es todavía una importante fuente de inversiones en el exterior: es importante receptor de inversión extranjera. Sin embargo, de forma creciente ha comenzado a invertir en el mundo. Principalmente en Latinoamérica, que durante 2004 fue el principal receptor de sus inversiones en el extranjero con aproximadamente la mitad de ellas -casi mil millones de dólares- superando a su tradicional receptor, Hong Kong. Las inversiones todavía incipientes se incrementarán. En Chile sólo alcanzan a 84 millones de dólares y en México a 135 millones, semejantes a las en recursos petroleros en Venezuela. Según estudios norteamericanos, en 2007 China será el segundo consumidor de petróleo del mundo.
Si esto ocurrirá en las inversiones, también pasará en el comercio exterior entre China y Latinoamérica, que ha crecido en forma geométrica. Entre 1999 y 2004 las importaciones chinas desde Latinoamérica aumentaron un 600 por ciento, hasta alcanzar 21.700 millones de dólares. Las exportaciones, en tanto, también crecieron, en un más discreto 245 por ciento, para ubicarse en 18.300 millones.
Un informe del Departamento de Comercio de EE.UU. señala que el interés de China en Latinoamérica puede resumirse en cinco puntos: asegurar una fuente fiable de materias primas para nutrir el crecimiento de su economía; disminuir su aislamiento en los foros internacionales; mostrar su potencial como poder económico emergente; buscar oportunidades de defensa e inteligencia y, fortalecer su política de aislamiento de Taiwán, estrategia aprobada y reconocida por doce países latinoamericanos.
Los acuerdos comerciales, y por cierto el Tratado de Libre Comercio con Chile, le garantizan a gran escala y a largo plazo suministros de energía, minerales y productos agrícolas, y la entrada a sus mercados industriales y de consumo.
El ingreso de China en Latinoamérica expresa la fragmentación económica y, en cierto modo, política que tendrá el mundo futuro, lo que configura un escenario más diverso y en el cual todos los analistas apuntan a un deterioro gradual del poderío norteamericano. El rápido cambio de signo político en Latinoamérica, junto con el ingreso de nuevos y extraños aliados, podría generar grandes y tal vez gratas sorpresas a partir de ahora
Publicado en “Punto Final”
Como un péndulo, los gobiernos latinoamericanos han oscilado durante poco más de un lustro desde posturas abiertamente liberales hacia otras si bien no de Izquierdas -denominación hoy compleja y resbaladiza pero que usaremos- sí pragmáticas, en que la ideología del libre mercado ha dejado espacio a un híbrido, que tiene al mercado como eje y motor de la economía y enfatiza el aspecto social y humanitario.
Es una región que prácticamente colapsó hacia finales de los noventa como efecto de las reformas estructurales, neologismo que apunta a las privatizaciones y traspaso del aparato productivo a manos de privados bajo reglas impuestas por los poderosos organismos financieros internacionales, creando precarias condiciones de vida a la población y un aumento en la desigualdad de los ingresos. En prácticamente todo el continente latinoamericano éste ha sido el factor que, bajo democracias de diferente espesor, ha impulsado el cambio político.
En Chile, que inaugurará este 11 de marzo un nuevo gobierno de la Concertación con Michelle Bachelet, la coalición mantiene su errática y opaca condición tanto en su conceptualización como Izquierda como en su espesor democrático. La Concertación, glorificada por las socialdemocracias europeas y por los organismos financieros internacionales, no ha sido de igual manera elogiada por las Izquierdas ni por los movimientos sociales. Han visto a este conglomerado como un buen operador de las políticas afines a los grandes capitales. El dato que Chile, el estable modelo económico liberal de la región, se haya consolidado también como una de las economías más desiguales del mundo, aleja a sus gobernantes de la nueva impronta política regional, apoyada en el rescate de los valores sociales y humanitarios. El próximo gobierno tendrá que relacionarse con un nuevo concepto regional de la política, en que si bien hay elementos ideológicos propios de la cultura de Izquierda, existe en mayor grado una nueva y más propia óptica para ver las relaciones económicas, que vuelven a dar preponderancia a la propiedad de los recursos naturales y al papel que cumplen los inversionistas extranjeros que explotan tales recursos. Y en un mundo ávido de materias primas, la localización y pertenencia de estos bienes será materia de las relaciones políticas y económicas futuras.
LA IZQUIERDA, ¿EXITOSO OPERADOR DE LA ECONOMIA?
El fenómeno, que ha tendido hacia una muy singular y creciente configuración política en la región, apunta también a un nuevo y también particular escenario económico. Fueron los gobiernos de derecha, proclives al Consenso de Washington y a las recetas de los organismos internacionales, los que condujeron al deterioro económico regional. Hoy son gobiernos de Izquierda los que han logrado un estímulo de sus respectivas economías, medido, a falta de mejores indicadores, en el crecimiento del producto.
Las economías latinoamericanas crecieron un 4,3 por ciento promedio en 2005, en el tercer año de crecimiento consecutivo. En tanto, el desempleo bajó un punto desde el año anterior, así como los niveles de pobreza, endémicos para nuestras latitudes, que pese a la contracción se mantienen sobre un 40 por ciento. Este favorable proceso, según afirma la Cepal, se debe principalmente a un entorno económico mundial favorable que ha elevado los precios de las materias primas y el intercambio comercial. No sólo está el caso del alza del cobre (para Chile) y del petróleo (para los países productores como Venezuela). Se trata de un fenómeno que se extiende a prácticamente todos los commodities.
Para el año en curso las proyecciones de la Cepal mantienen este sostenido pero discreto crecimiento. Durante 2006 las economías de Latinoamérica se expandirán sobre el cuatro por ciento anual y el producto per cápita crecerá sobre el diez por ciento. No puede considerarse, comparativamente, un crecimiento vigoroso: la economía china se sigue expandiendo a una tasa promedio cercana al diez por ciento, en tanto el conjunto de las naciones en desarrollo del mundo han crecido a un mayor ritmo que las de nuestra región.
Al observar las naciones que han registrado más expansión económica encontramos que Venezuela (9%), Argentina (8,6%), Uruguay (6%) y Chile (6%) encabezan este ranking. Tres de estos países están conducidos por gobiernos de Izquierda. Sin embargo, sin restar méritos propios, hay que considerar nuevamente el alza de las materias primas y, en el caso de dos de estos tres países, el proceso de recuperación desde virtuales colapsos económicos, como ha sido en Argentina y Uruguay. El giro hacia la Izquierda no ha tenido tregua. En Bolivia, Evo Morales asumirá la presidencia el 22 de enero y durante el año hay claras estimaciones de una izquierdización de los liderazgos en Perú, con Ollanta Humala, y en México, con Manuel López Obrador.
Hacia inicios de esta década uno de los primeros líderes de la Izquierda en acceder al poder en Latinoamérica fue Luiz Inacio Lula da Silva, dirigente histórico del PT, de Brasil. Durante el año previo a las elecciones los organismos financieros internacionales presionaron sin compasión a la economía brasileña para impedir el triunfo de Lula, con efectos que se extendieron por toda la región. Una campaña del terror económico que, además de haber generado daños inútiles, fue, aparentemente, injustificada (a menos que pensemos que las actuales políticas económicas brasileñas sean consecuencia de aquellas advertencias). La administración de Lula -sin hacer una evaluación de sus políticas- resultó ser muy ortodoxa con los lineamientos de los organismos financieros internacionales, lo que ha quedado demostrado con el reciente pago de 15 mil millones de dólares que hizo al FMI, operación seguida por el gobierno argentino de Néstor Kirchner.
Ante el nuevo escenario, los organismos internacionales observan satisfechos. El secretario ejecutivo de la Cepal, José Luis Machinea, al presentar el balance de las economías regionales del año 2005 señaló sin rodeos que los gobiernos de Izquierda no representan ni han representado durante los últimos años un factor de inestabilidad para Latinoamérica. Ante las próximas elecciones -Haití (en principio para febrero), Costa Rica (febrero), Perú (abril), Colombia (mayo), México (julio) y Brasil (octubre)-, Machinea ha estimado que sin duda habrá ruido político, lo que no es indicador de desastre económico.
SEÑAL DE INVERSIONISTAS EXTRANJEROS
El mejor indicador para medir el nuevo escenario económico y político es la reacción que han tenido los inversionistas, empezando por el más voluminoso: España. Tras el complejo período derivado de las crisis financieras, que en Argentina condujo incluso a un proceso de desinversión, hoy los flujos tenderían a normalizarse. No obstante será difícil que regresen a los niveles de la década pasada. Incluso en Chile, país levantado como modelo de estabilidad económica, las inversiones extranjeras han disminuido de forma sensible.
Las empresas españolas han optado por la diversificación hacia otros mercados, entre ellos China, el principal polo de atracción mundial para la inversión extranjera. Pese a esta fragmentación, durante la primera mitad de 2005 casi el 20 por ciento del total invertido en el mundo por empresas españolas se dirigió a Latinoamérica. El flujo, sin embargo, sigue y probablemente seguirá bajo. Lo invertido el primer semestre de 2005 fue casi la mitad del flujo de 2004, aun cuando marca una notable diferencia con 2003, año sellado por un fuerte retiro de capitales. Aunque la economía latinoamericana crezca, es improbable que se repitan los flujos de inversión de la década pasada, atraídos por los numerosos procesos de privatización de los servicios públicos. Hoy, las inversiones ya están realizadas y las grandes operaciones de inversión están acotadas a los procesos mundiales de fusiones y adquisiciones. En Chile, la sequía de inversiones extranjeras lleva unos cinco años. Sólo fue alterada en el sector de las telecomunicaciones, con Movistar o la mexicana Telmex.
La Cepal observa que pese al aumento relativo de la inversión extranjera, el porcentaje de captación de capitales ha disminuido de manera sostenida en América Latina. El organismo económico sugiere a los países concentrarse en la atracción de inversiones extranjeras de mejor calidad, “para lo que tendrían que adoptar una estrategia más ingeniosa de formulación de políticas”. De lo contrario será el mercado la única guía para estas inversiones, lo que no augura ni a corto ni mediano plazo un verdadero desarrollo, no sólo económico sino social.
Si los inversionistas están tranquilos, no puede decirse lo mismo de Estados Unidos, que ha hecho lo posible por borrar del mapa regional al gobierno de Hugo Chávez. Es muy probable que sume, a partir de finales de este mes, al gobernante boliviano como su próximo objetivo. Sin embargo, no son pocos los analistas que observan en el nuevo fenómeno latinoamericano una situación que se le ha escapado de las manos a la administración norteamericana, ocupada más en el Medio Oriente y empantanada en Iraq. Es probable que estas circunstancias hayan permitido el actual proceso latinoamericano, que tiene características inéditas en cuanto a su espontaneidad y libertad: ha surgido desde densas corrientes políticas mantenidas en la penumbra durante la década pasada y surge como movimientos nacionales, relacionados más con los problemas reales de los pueblos que con un marco ideológico previo. Washington, en este nuevo y vertiginoso escenario, no es hoy el único dueño de Latinoamérica. A las profusas inversiones europeas, que son básicamente españolas, ahora tendrá que incorporar a un nuevo y sorpresivo intruso: China.
EL CURIOSO TLC ENTRE CHINA Y CHILE
¿Qué interés pudo tener la economía china al suscribir un tratado de libre comercio con un país latinoamericano pequeño como Chile? La pregunta, que no ha sido planteada ni desarrollada en Chile, puede tener muchas interpretaciones. De partida, al considerar la escala de las dos economías, la respuesta podría ser ningún interés. No obstante, al observar el lugar geográfico de Chile, su relación con el resto de la región, su estabilidad macroeconómica y su institucionalidad económica, podemos invertir esta respuesta y señalar que China tiene un gran interés en Chile. Tiene interés en Chile porque tiene un mayor interés en Latinoamérica.
El analista internacional Andrés Oppenheimer, del Miami Herald, escribió en un comentado artículo que “el presidente Hu Jintao pasó más tiempo en Latinoamérica en 2004 que el presidente Bush. Y el vicepresidente, Zeng Qinghong, pasó más tiempo en la región el mes pasado que su homólogo norteamericano en los últimos cuatro años”. La observación de Oppenheimer fue muy aguda y tiene profundas proyecciones. Está relacionada con el creciente interés de China en nuestra región, pero también con la aprensión que este interés ha generado en el gobierno de George W. Bush. De una u otra manera, China no sólo se ha introducido en el “patio trasero” de Estados Unidos, sino que lo hace cuando surgen corrientes políticas latinoamericanas que impugnan los llamados Consensos de Washington. Y, lo que no es menor, China estrecha lazos con gobiernos repudiados por Washington, como Cuba y Venezuela.
El ensayista norteamericano Saul Landau se preguntaba por qué los líderes chinos se decidieron hacia fines de 2004 y comienzos de 2005 a acelerar sus relaciones con Latinoamérica. La respuesta estaría en el fracaso del Alca. (Los desesperados intentos por reflotarlo en la pasada Cumbre de Buenos Aires son una pauta de la gravedad que tiene para Washington el fracaso de esta iniciativa).
China ingresa con rapidez en un continente cada vez más renuente ante las políticas de Estados Unidos. No sólo hay que mencionar los casos más evidentes, como Cuba y Venezuela. La muestra sigue con Brasil, Argentina, Uruguay, y tiene altas probabilidades de continuar con Bolivia, Ecuador y en 2006, incluso con México, con un eventual gobierno de López Obrador. De instalarse este nuevo escenario, puede que todos los acuerdos comerciales planificados por Estados Unidos estén destinados al fracaso.
China, en principio con un pragmatismo a toda prueba que trascendería miradas ideológicas y políticas, representa a una enorme economía que crece a un promedio del nueve por ciento anual y que requiere ingentes cantidades de materias primas, como minerales -cobre, hierro, acero- para circuitos integrados y maquinaria eléctrica y, por cierto, mucho petróleo.
China no es todavía una importante fuente de inversiones en el exterior: es importante receptor de inversión extranjera. Sin embargo, de forma creciente ha comenzado a invertir en el mundo. Principalmente en Latinoamérica, que durante 2004 fue el principal receptor de sus inversiones en el extranjero con aproximadamente la mitad de ellas -casi mil millones de dólares- superando a su tradicional receptor, Hong Kong. Las inversiones todavía incipientes se incrementarán. En Chile sólo alcanzan a 84 millones de dólares y en México a 135 millones, semejantes a las en recursos petroleros en Venezuela. Según estudios norteamericanos, en 2007 China será el segundo consumidor de petróleo del mundo.
Si esto ocurrirá en las inversiones, también pasará en el comercio exterior entre China y Latinoamérica, que ha crecido en forma geométrica. Entre 1999 y 2004 las importaciones chinas desde Latinoamérica aumentaron un 600 por ciento, hasta alcanzar 21.700 millones de dólares. Las exportaciones, en tanto, también crecieron, en un más discreto 245 por ciento, para ubicarse en 18.300 millones.
Un informe del Departamento de Comercio de EE.UU. señala que el interés de China en Latinoamérica puede resumirse en cinco puntos: asegurar una fuente fiable de materias primas para nutrir el crecimiento de su economía; disminuir su aislamiento en los foros internacionales; mostrar su potencial como poder económico emergente; buscar oportunidades de defensa e inteligencia y, fortalecer su política de aislamiento de Taiwán, estrategia aprobada y reconocida por doce países latinoamericanos.
Los acuerdos comerciales, y por cierto el Tratado de Libre Comercio con Chile, le garantizan a gran escala y a largo plazo suministros de energía, minerales y productos agrícolas, y la entrada a sus mercados industriales y de consumo.
El ingreso de China en Latinoamérica expresa la fragmentación económica y, en cierto modo, política que tendrá el mundo futuro, lo que configura un escenario más diverso y en el cual todos los analistas apuntan a un deterioro gradual del poderío norteamericano. El rápido cambio de signo político en Latinoamérica, junto con el ingreso de nuevos y extraños aliados, podría generar grandes y tal vez gratas sorpresas a partir de ahora
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