Pastor Valle-Garay • Toronto
Senior Scholar, Universidad de York
Cuando las ratas se lanzan al mar es señal que se hunde el barco. No lo previno George W. Bush. Lo cegó la innata ignorancia y la desatinada prepotencia de que ejercía de Presidente de los Estados Unidos.
En las últimas dos semanas se han comenzado a manifestar en Bush las clásicas características del fétido cadáver expuesto a la intemperie y a los elementos. Cuero tieso. Seco. Abandonado hasta por su pacotilla de gusanos. De nada le sirve que su partido Republicano controle ambas cámaras del Congreso y la Corte Suprema. De nada le sirven sus insensatas peroratas. A nadie le interesan. Nadie le entiende. Nadie le presta atención. Nadie le cree. Su popularidad se ha desplomado al más bajo nivel jamás registrado por un ocupante en la historia de la Casa Blanca.
La población y la prensa le voltean la espalda. “Por incompetente,” lo admitió a la prensa recientemente otro congresista. Esta vez un republicano que prefiere hacerlo en el anonimato. Por las cochinas dudas. Por temor a la venganza del difunto en vela.
A pesar de los últimos estertores, Bush continúa insistiendo en balbucear inconsecuentes tonterías. No le sirve de mucho. A otros, sí. Su incomprensible elocución y sus gesticulaciones de payaso dan en inesperado blanco. Algo similar al balazo del vicepresidente Dick Cheney acertando al compañero de caza. Las sandeces de Bush se reciclan interminablemente en chistosas líneas de comediantes que desmantelan al mandatario sin misericordia. En público. En los centro nocturnos. En el Internet. Humor negro. El muerto como hazmerreír de una nación defraudada por sus dirigentes. ¡Ni hablar! A falta de lágrimas, habrá que reír.
El ego de Bush sufrió otro revés el jueves. Un personaje farandulero, sin más talento que su predisposición por desplegar cuestionables y cosméticos atributos físicos y una azotea vacía de materia gris, se negó a acompañarle al costoso evento en donde recaudarían fondos a beneficio de candidatos Republicanos en las próximas elecciones al Congreso.
En diferentes circunstancias la negativa de Jessica Simpson pasaría inadvertida. En el Washington virtual de Bush hoy canta otro gallo. La traviesa prensa no dejaría escapar así nomás la gloriosa oportunidad de adjudicarle categoría de crisis al inconsecuente desaire. Por fin le detestan. Al día siguiente sensacionalistas titulares convertían el inocuo incidente en comidilla pública. De paso enriquecían los abultados archivos bushianos de los cómicos nacionales a costillas del superficial mandatario y de su artificial invitada.
Lo de la Simpson fue lo de menos. Políticamente la semana culminó con lujo de merecidos desastres políticos para Bush. Los otrora leales líderes de su partido Republicanos, temerosos de perder escaños en las elecciones al Congreso que se avecinan e iracundos porque Bush y su séquito inmediato no les consultan en absoluto, se rebelaron rotunda y abiertamente contra el Presidente. Solo faltó el Et tu Brutus del cuento.
Dio vuelta en redondo la lealtad republicana. Le dio la espalda a Bush. Salieron a relucir las dagas. La brutal furia cayó como puñales políticos. Se manifestó públicamente cuando los correligionarios le rechazaron en la Legislatura el contrato presidencial otorgado a la corporación DP World de Dubai, administrada por poderosos amigotes del mandatario en los Emiratos Unidos árabes. Sin consulta previa ni licitación alguna Bush favoreció a DP World con la transferencia administrativa de los puertos de Nueva York, Newark, Baltimore, Nueva Orleáns, Miami y Filadelfia. El mandatario asumió que nadie se opondría a su decisión. Se equivocó. De paso Bush cometió un error político y económico de colosal magnitud y de graves consecuencias.
Unánimes en su propósito, los congresistas de ambos partidos votaron contra Bush y contra el contrato. La opinión pública también lo condenó y condenó al mandatario. En inusitado gesto de estúpida arrogancia Bush amenazó con recurrir al veto, que en efecto anularía el voto del Congreso. Demasiado tarde. Pudo más la ola de protesta generalizada. Ante la inesperada ‘rebeldía en Palacio,’ los ejecutivos de DP World claudicaron. Optaron por “retirarse voluntariamente” de las negociaciones. Clásico caso de sálvese quien pueda. Tardía decisión para Bush. El daño a la presidencia es permanente e irreparable.
Este último incidente se une al repudio universal del mandatario y de las patrañas que condujeron a la invasión de Iraq. Repudio por la guerra y por el incontrolable costo de la misma en vidas inocentes, en la destrucción física a Iraq y en los entre uno y dos trillones (con T) de dólares que los expertos calculan que se gastarán en las operaciones militares y que provocarán estragos a la economía estadounidense e irreversible desprestigio a los Estados Unidos en su propio país, en el Medio Oriente y en el mundo.
No pudo ser más claro el congresista republicano. Hasta los más conservadores amigos de Bush le consideran criminal, incompetente, peligroso y mentiroso. Habría que añadir vil y perverso. El cierre de las cárceles de Abu Gharib, resultado de protestas mundiales, confirma aún entre el público que originalmente se tragó las falsedades de Bush que la prisión fue utilizada por los ejércitos de los Estados Unidos y de Inglaterra para torturar prisioneros.
A nivel nacional se acusa a Bush de fracasar miserablemente en ayudar a las víctimas de los desastres causados por los huracanas que destruyeron Luisiana y otros estados del sur y donde decenas de miles de damnificados continúan viviendo a la intemperie. Completando el trágico cuadro, se ha comprobado que contratistas asociados a la Casa Blanca cometieron fraudes billonarios robándose donaciones destinadas a las víctimas de la catástrofe.
Este es cuento viejo en la administración de Bush. En otros actos de desenfrenada corrupción tanto congresistas como altos funcionarios del gobierno republicano se han visto obligados a renunciar. Algunos ya fueron condenados a prisión. A otros se les sigue juicio por corrupción, malversación de fondos, lavado de dinero y otros actos criminales.
No extrañe entonces la creciente corriente de congresistas republicanos y demócratas como John Lewis, John Murtha y Nancy Pelosi, de centros conservadores de investigación política en Washington, de legisladores estatales y de periódicos nacionales demandando que se encauce judicialmente a Bush con miras a destituirlo del puesto. Se le acusa de corrupción, de arrogancia, de prevaricación, de abuso de poder y de conducta criminal.
Aparte del viciado circulito de titiriteros compuesto por Cheney, por la Secretaria del Exterior Condoleezza Rice y por el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld, Bush permanecerá aislado, repudiado y desamparado en los dos años que le quedan por gobernar. En resúmen, Bush se ha convertido en un presidente ciego y cojo. Sin bastón ni apoyo entre sus antiguos socios y menos aún entre sus oponentes. Terrible perspectiva para la nación.
¿Sus amenazas a Irán, Cuba y Venezuela? Por supuesto que en teoría son peligrosas. En la práctica, caerán en oído sordos. Como ver llover. Como sus últimas e inútiles pataditas del ahogado. Como la ridícula y fracasada pretensión de prohibir que Cuba participara en el Clásico Mundial de Béisbol.
Solo a Bush y a los imbéciles de Miami se les ocurren semejantes pendejadas. Hicieron el ridículo. No solo asistió Cuba al Clásico sino que avanzó a las semifinales. Los multimillonarios y supuestos profesionales amos del béisbol fueron eliminados en su propio terreno sin más ni más. Bien se lo merecen por socarrones. Por imitar al jefe de la Casa Blanca.
Hasta este desenlace conlleva dolorosa ironía. Claro está, dolorosa para Bush. Para los demás, es de morirse de risa. De celebrar. La ironía es a la vez inevitable y perversamente deliciosa. Tanto México como Canadá, dos de los tres países firmantes del infame Tratado de Libre Comercio de Norteamérica -hoy repudiado por el resto de América- le propinaron sendas palizas al equipo gringo. En efecto, dos de los ‘tres amigos norteamericanos’ hicieron caso omiso de la política del buen vecino. Eliminaron del Clásico al tercer socio.
En estas circunstancias quizás se le ocurra a Bush, supuesto fanático del béisbol, que el TLC no fue una buena idea después de todo. No vale especular. Como en sus otras desatinadas aventuras, el mandatario no está en condiciones de causar problemas. El Emperador no solo ha quedado al desnudo. Está tieso. Acabado. Y cuando el difunto apesta, los gusanos se marchan. Las moscas huyen. Las ratas abandonan la nave. Es el principio del fin. Un poco prolongado pero seguro. Ya era hora. Es cierto. No hay mal que dure cien años.
Senior Scholar, Universidad de York
Cuando las ratas se lanzan al mar es señal que se hunde el barco. No lo previno George W. Bush. Lo cegó la innata ignorancia y la desatinada prepotencia de que ejercía de Presidente de los Estados Unidos.
En las últimas dos semanas se han comenzado a manifestar en Bush las clásicas características del fétido cadáver expuesto a la intemperie y a los elementos. Cuero tieso. Seco. Abandonado hasta por su pacotilla de gusanos. De nada le sirve que su partido Republicano controle ambas cámaras del Congreso y la Corte Suprema. De nada le sirven sus insensatas peroratas. A nadie le interesan. Nadie le entiende. Nadie le presta atención. Nadie le cree. Su popularidad se ha desplomado al más bajo nivel jamás registrado por un ocupante en la historia de la Casa Blanca.
La población y la prensa le voltean la espalda. “Por incompetente,” lo admitió a la prensa recientemente otro congresista. Esta vez un republicano que prefiere hacerlo en el anonimato. Por las cochinas dudas. Por temor a la venganza del difunto en vela.
A pesar de los últimos estertores, Bush continúa insistiendo en balbucear inconsecuentes tonterías. No le sirve de mucho. A otros, sí. Su incomprensible elocución y sus gesticulaciones de payaso dan en inesperado blanco. Algo similar al balazo del vicepresidente Dick Cheney acertando al compañero de caza. Las sandeces de Bush se reciclan interminablemente en chistosas líneas de comediantes que desmantelan al mandatario sin misericordia. En público. En los centro nocturnos. En el Internet. Humor negro. El muerto como hazmerreír de una nación defraudada por sus dirigentes. ¡Ni hablar! A falta de lágrimas, habrá que reír.
El ego de Bush sufrió otro revés el jueves. Un personaje farandulero, sin más talento que su predisposición por desplegar cuestionables y cosméticos atributos físicos y una azotea vacía de materia gris, se negó a acompañarle al costoso evento en donde recaudarían fondos a beneficio de candidatos Republicanos en las próximas elecciones al Congreso.
En diferentes circunstancias la negativa de Jessica Simpson pasaría inadvertida. En el Washington virtual de Bush hoy canta otro gallo. La traviesa prensa no dejaría escapar así nomás la gloriosa oportunidad de adjudicarle categoría de crisis al inconsecuente desaire. Por fin le detestan. Al día siguiente sensacionalistas titulares convertían el inocuo incidente en comidilla pública. De paso enriquecían los abultados archivos bushianos de los cómicos nacionales a costillas del superficial mandatario y de su artificial invitada.
Lo de la Simpson fue lo de menos. Políticamente la semana culminó con lujo de merecidos desastres políticos para Bush. Los otrora leales líderes de su partido Republicanos, temerosos de perder escaños en las elecciones al Congreso que se avecinan e iracundos porque Bush y su séquito inmediato no les consultan en absoluto, se rebelaron rotunda y abiertamente contra el Presidente. Solo faltó el Et tu Brutus del cuento.
Dio vuelta en redondo la lealtad republicana. Le dio la espalda a Bush. Salieron a relucir las dagas. La brutal furia cayó como puñales políticos. Se manifestó públicamente cuando los correligionarios le rechazaron en la Legislatura el contrato presidencial otorgado a la corporación DP World de Dubai, administrada por poderosos amigotes del mandatario en los Emiratos Unidos árabes. Sin consulta previa ni licitación alguna Bush favoreció a DP World con la transferencia administrativa de los puertos de Nueva York, Newark, Baltimore, Nueva Orleáns, Miami y Filadelfia. El mandatario asumió que nadie se opondría a su decisión. Se equivocó. De paso Bush cometió un error político y económico de colosal magnitud y de graves consecuencias.
Unánimes en su propósito, los congresistas de ambos partidos votaron contra Bush y contra el contrato. La opinión pública también lo condenó y condenó al mandatario. En inusitado gesto de estúpida arrogancia Bush amenazó con recurrir al veto, que en efecto anularía el voto del Congreso. Demasiado tarde. Pudo más la ola de protesta generalizada. Ante la inesperada ‘rebeldía en Palacio,’ los ejecutivos de DP World claudicaron. Optaron por “retirarse voluntariamente” de las negociaciones. Clásico caso de sálvese quien pueda. Tardía decisión para Bush. El daño a la presidencia es permanente e irreparable.
Este último incidente se une al repudio universal del mandatario y de las patrañas que condujeron a la invasión de Iraq. Repudio por la guerra y por el incontrolable costo de la misma en vidas inocentes, en la destrucción física a Iraq y en los entre uno y dos trillones (con T) de dólares que los expertos calculan que se gastarán en las operaciones militares y que provocarán estragos a la economía estadounidense e irreversible desprestigio a los Estados Unidos en su propio país, en el Medio Oriente y en el mundo.
No pudo ser más claro el congresista republicano. Hasta los más conservadores amigos de Bush le consideran criminal, incompetente, peligroso y mentiroso. Habría que añadir vil y perverso. El cierre de las cárceles de Abu Gharib, resultado de protestas mundiales, confirma aún entre el público que originalmente se tragó las falsedades de Bush que la prisión fue utilizada por los ejércitos de los Estados Unidos y de Inglaterra para torturar prisioneros.
A nivel nacional se acusa a Bush de fracasar miserablemente en ayudar a las víctimas de los desastres causados por los huracanas que destruyeron Luisiana y otros estados del sur y donde decenas de miles de damnificados continúan viviendo a la intemperie. Completando el trágico cuadro, se ha comprobado que contratistas asociados a la Casa Blanca cometieron fraudes billonarios robándose donaciones destinadas a las víctimas de la catástrofe.
Este es cuento viejo en la administración de Bush. En otros actos de desenfrenada corrupción tanto congresistas como altos funcionarios del gobierno republicano se han visto obligados a renunciar. Algunos ya fueron condenados a prisión. A otros se les sigue juicio por corrupción, malversación de fondos, lavado de dinero y otros actos criminales.
No extrañe entonces la creciente corriente de congresistas republicanos y demócratas como John Lewis, John Murtha y Nancy Pelosi, de centros conservadores de investigación política en Washington, de legisladores estatales y de periódicos nacionales demandando que se encauce judicialmente a Bush con miras a destituirlo del puesto. Se le acusa de corrupción, de arrogancia, de prevaricación, de abuso de poder y de conducta criminal.
Aparte del viciado circulito de titiriteros compuesto por Cheney, por la Secretaria del Exterior Condoleezza Rice y por el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld, Bush permanecerá aislado, repudiado y desamparado en los dos años que le quedan por gobernar. En resúmen, Bush se ha convertido en un presidente ciego y cojo. Sin bastón ni apoyo entre sus antiguos socios y menos aún entre sus oponentes. Terrible perspectiva para la nación.
¿Sus amenazas a Irán, Cuba y Venezuela? Por supuesto que en teoría son peligrosas. En la práctica, caerán en oído sordos. Como ver llover. Como sus últimas e inútiles pataditas del ahogado. Como la ridícula y fracasada pretensión de prohibir que Cuba participara en el Clásico Mundial de Béisbol.
Solo a Bush y a los imbéciles de Miami se les ocurren semejantes pendejadas. Hicieron el ridículo. No solo asistió Cuba al Clásico sino que avanzó a las semifinales. Los multimillonarios y supuestos profesionales amos del béisbol fueron eliminados en su propio terreno sin más ni más. Bien se lo merecen por socarrones. Por imitar al jefe de la Casa Blanca.
Hasta este desenlace conlleva dolorosa ironía. Claro está, dolorosa para Bush. Para los demás, es de morirse de risa. De celebrar. La ironía es a la vez inevitable y perversamente deliciosa. Tanto México como Canadá, dos de los tres países firmantes del infame Tratado de Libre Comercio de Norteamérica -hoy repudiado por el resto de América- le propinaron sendas palizas al equipo gringo. En efecto, dos de los ‘tres amigos norteamericanos’ hicieron caso omiso de la política del buen vecino. Eliminaron del Clásico al tercer socio.
En estas circunstancias quizás se le ocurra a Bush, supuesto fanático del béisbol, que el TLC no fue una buena idea después de todo. No vale especular. Como en sus otras desatinadas aventuras, el mandatario no está en condiciones de causar problemas. El Emperador no solo ha quedado al desnudo. Está tieso. Acabado. Y cuando el difunto apesta, los gusanos se marchan. Las moscas huyen. Las ratas abandonan la nave. Es el principio del fin. Un poco prolongado pero seguro. Ya era hora. Es cierto. No hay mal que dure cien años.
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