Cuba convence a incrédulos, se une a cuatro grandes en semifinales
La Jiribilla, Pastor Valle-Garay
Fue duro el camino. Fue monumental el enfrentamiento contra la crema y nata del béisbol profesional en el Clásico Mundial. Fueron desiguales batallas sin tregua. Nadie cedió una pulgada de terreno.
Solo uno de ellos avanzaría a las semifinales del Clásico. Hoy por ti. Mañana por mí. A la hora convenida se dieron cita en el Hiram Bithorn dos países hermanos. Hermanos en el Caribe. Hermanos en la pelota. Hermanos en el corazón de los 20 mil fanáticos presentes. En la primera vuelta Puerto Rico se había impuesto a Cuba 12-2. En la segunda vez sería cuestión de vencer o morir.
Esta vez sería diferente. En la séptima entrada Cuba aventajaba 4-3. Puerto Rico amenazaba empatar. El receptor boricua Iván Rodríguez se las jugó todas. Valientemente trató de anotar desde tercera. No lo permitiría Yulieski Gourriel. Quizás haría de tripas corazón. Quizás se impuso el coraje. Descartando adolorida muñeca derecha, el estelar segunda base cubano disparó perfecto, mortal escopetazo al home. Puso out a Rodríguez. Puso fin al sueño de Puerto Rico. Dos entradas después, una ironía más. Rodríguez sería el último out. Se poncharía uno de los mejores bateadores de las grandes ligas.
Cayó el telón. Cayó la noche. Calló el estadio. Esta vez hasta la naturaleza auguró diferente desenlace. Ya para terminar el juego, se desató copioso aguacero. Junto con los espectadores boricuas lamentaban los cielos que hubiesen vencedores y vencidos.
En otra isla del Caribe, once millones de cubanos se desgañitaban de júbilo. Lo merecían. Cuba ES béisbol. Apasionadamente. El espíritu de once millones de orishas se hizo presente. Acompañó a sus peloteros en cada jugada. Paso a paso. En derrotas y triunfos. Sin cuentos ni explicaciones. Merecidas palmas. Muchos millones celebramos el triunfo en el exterior. El marcador final no mentía. Indicaba 4-3. A favor de Cuba. ¡Fenomenal! Avanzaba a las semifinales en San Diego.
No ha sido fácil la jornada. Así cuestan las cosas cuando se quieren de verdad. Desde la mezquina negativa inicial a su participación en el primer Clásico Mundial de Béisbol hasta las burdas manifestaciones políticas en el estadio, la suerte le lanzó a la novena cubana cuanto obstáculo tuvo a su disposición. Pero la suerte no juega béisbol. Cuba, sí.
Independiente del resultado en San Diego, la pelota nacional ha triunfado. Jamás se dio por vencida. Cuba se impuso y se impone por su legítimo derecho a competir entre los mejores del mundo. Se impone por su orgullo patrio, por su disciplina colectiva, por su determinación, por su entusiasmo, por su coraje y por sus extraordinarias cualidades de peloteros.
Algunos periodistas extranjeros describieron el triunfo de la novena cubana como un milagro. Otros indicaron que era revancha por la humillante pérdida sufrida a manos de Puerto Rico la semana pasada. ¡Qué poco conocen Cuba! Se equivocaran rotundamente. Quizás no lo harían por malintencionados. A lo sumo, por ignorancia. Quizás no sabrían explicarse la victoria. Obviamente desestiman la pasión cubana por el béisbol. Obviamente que por la costumbre de tratar exclusivamente con peloteros que se compran y venden al mejor postor, desconocen los intrínsecos elementos de dignidad y de amor propio del pelotero cubano.
No fue ni revancha ni milagro. La realidad es muy diferente. El desafío de Cuba es consigo misma. Demostrarse a sí misma que cuenta con las condiciones para competir de igual a igual con lo mejor del béisbol mundial. En estas circunstancias Cuba sorprendió los prejuicios de los llamados expertos que no le daban esperanzas de ganar al enfrentarse a las multimillonarias estrellas de las grandes ligas.
Olvidó la prensa que no hay contrincante pequeño. Detalles. Cuba hizo lo que se esperaba de una nación acostumbrada a luchar denodadamente por cada pulgada de territorio. Cuanto más duro el reto, mayor la determinación por sobreponerse. Esta vez fue en el terreno de la pelota. Y como en otros casos similares, como de costumbre, lo lograron. Salieron adelante.
La recuperación tras la derrota y los triunfos en Puerto Rico le han merecido renovado respeto a Cuba tanto en los Estados Unidos como en el Clásico Mundial. No es exagerado asegurar que los peloteros cubanos se han ganado la admiración de los incrédulos y se convertido en los mimados del público. Cualquier otro desenlace en San Diego, solo servirá para realzar aún más la imagen de una nación que ya deja huella permanente en la pelota mundial. Así se hace deporte. Otro triunfo no vendría mal tampoco. República Dominicana dará batalla. Cuba también.
La Jiribilla, Pastor Valle-Garay
Fue duro el camino. Fue monumental el enfrentamiento contra la crema y nata del béisbol profesional en el Clásico Mundial. Fueron desiguales batallas sin tregua. Nadie cedió una pulgada de terreno.
Solo uno de ellos avanzaría a las semifinales del Clásico. Hoy por ti. Mañana por mí. A la hora convenida se dieron cita en el Hiram Bithorn dos países hermanos. Hermanos en el Caribe. Hermanos en la pelota. Hermanos en el corazón de los 20 mil fanáticos presentes. En la primera vuelta Puerto Rico se había impuesto a Cuba 12-2. En la segunda vez sería cuestión de vencer o morir.
Esta vez sería diferente. En la séptima entrada Cuba aventajaba 4-3. Puerto Rico amenazaba empatar. El receptor boricua Iván Rodríguez se las jugó todas. Valientemente trató de anotar desde tercera. No lo permitiría Yulieski Gourriel. Quizás haría de tripas corazón. Quizás se impuso el coraje. Descartando adolorida muñeca derecha, el estelar segunda base cubano disparó perfecto, mortal escopetazo al home. Puso out a Rodríguez. Puso fin al sueño de Puerto Rico. Dos entradas después, una ironía más. Rodríguez sería el último out. Se poncharía uno de los mejores bateadores de las grandes ligas.
Cayó el telón. Cayó la noche. Calló el estadio. Esta vez hasta la naturaleza auguró diferente desenlace. Ya para terminar el juego, se desató copioso aguacero. Junto con los espectadores boricuas lamentaban los cielos que hubiesen vencedores y vencidos.
En otra isla del Caribe, once millones de cubanos se desgañitaban de júbilo. Lo merecían. Cuba ES béisbol. Apasionadamente. El espíritu de once millones de orishas se hizo presente. Acompañó a sus peloteros en cada jugada. Paso a paso. En derrotas y triunfos. Sin cuentos ni explicaciones. Merecidas palmas. Muchos millones celebramos el triunfo en el exterior. El marcador final no mentía. Indicaba 4-3. A favor de Cuba. ¡Fenomenal! Avanzaba a las semifinales en San Diego.
No ha sido fácil la jornada. Así cuestan las cosas cuando se quieren de verdad. Desde la mezquina negativa inicial a su participación en el primer Clásico Mundial de Béisbol hasta las burdas manifestaciones políticas en el estadio, la suerte le lanzó a la novena cubana cuanto obstáculo tuvo a su disposición. Pero la suerte no juega béisbol. Cuba, sí.
Independiente del resultado en San Diego, la pelota nacional ha triunfado. Jamás se dio por vencida. Cuba se impuso y se impone por su legítimo derecho a competir entre los mejores del mundo. Se impone por su orgullo patrio, por su disciplina colectiva, por su determinación, por su entusiasmo, por su coraje y por sus extraordinarias cualidades de peloteros.
Algunos periodistas extranjeros describieron el triunfo de la novena cubana como un milagro. Otros indicaron que era revancha por la humillante pérdida sufrida a manos de Puerto Rico la semana pasada. ¡Qué poco conocen Cuba! Se equivocaran rotundamente. Quizás no lo harían por malintencionados. A lo sumo, por ignorancia. Quizás no sabrían explicarse la victoria. Obviamente desestiman la pasión cubana por el béisbol. Obviamente que por la costumbre de tratar exclusivamente con peloteros que se compran y venden al mejor postor, desconocen los intrínsecos elementos de dignidad y de amor propio del pelotero cubano.
No fue ni revancha ni milagro. La realidad es muy diferente. El desafío de Cuba es consigo misma. Demostrarse a sí misma que cuenta con las condiciones para competir de igual a igual con lo mejor del béisbol mundial. En estas circunstancias Cuba sorprendió los prejuicios de los llamados expertos que no le daban esperanzas de ganar al enfrentarse a las multimillonarias estrellas de las grandes ligas.
Olvidó la prensa que no hay contrincante pequeño. Detalles. Cuba hizo lo que se esperaba de una nación acostumbrada a luchar denodadamente por cada pulgada de territorio. Cuanto más duro el reto, mayor la determinación por sobreponerse. Esta vez fue en el terreno de la pelota. Y como en otros casos similares, como de costumbre, lo lograron. Salieron adelante.
La recuperación tras la derrota y los triunfos en Puerto Rico le han merecido renovado respeto a Cuba tanto en los Estados Unidos como en el Clásico Mundial. No es exagerado asegurar que los peloteros cubanos se han ganado la admiración de los incrédulos y se convertido en los mimados del público. Cualquier otro desenlace en San Diego, solo servirá para realzar aún más la imagen de una nación que ya deja huella permanente en la pelota mundial. Así se hace deporte. Otro triunfo no vendría mal tampoco. República Dominicana dará batalla. Cuba también.
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