Complicidad con EE. UU, en infame, genocidio sionista en el Líbano
Por: Pastor Valle-Garay
Senior Scholar, Universidad de York
Toronto – Esta semana Canadá enterró a dos soldados más adscritos a las fuerzas de ocupación en Afganistán. Uno de ellos, Francisco Gómez, nació en Venezuela. Ambos perecieron después de un ataque suicida calificado de “acción cobarde” por el coronel Ian Hope, comandante de las tropas canadienses.
Lo de cobarde es cuestionable. Muertos en combate, quizás. En guerra las acciones se valoran según el color del cristal conque las mira el líder político de turno. Para muchos canadienses los soldados cayeron heroicamente defendiendo la democracia. Falaz argumento. ¿De qué democracia hablamos? Ni se sabe ni se dice. Ignoramos convenientemente que Estados Unidos entrenó a las milicias de Afganistán para liberar al país de la ocupación de la antigua Unión Soviética. Hoy le damos vuelta a la tortilla. Los afganos, nuestros aliados democráticos de ayer, son los cobardes terroristas de hoy. ¿De cuándo acá? ¿Por defender a su nación de invasores como se lo enseñó el ahora invasor?
Para los afganos que sacrificaron sus vidas en el ataque contra los canadienses, poco les importaría que las cosas se vean a través de un cristal color de rosa. Los canadienses son el enemigo. Punto. Reducidos al status de carne de cañón por los caprichos un Primer Ministro servil a los diseños de la Casa Blanca, Gómez y su compañero de armas eran algo más que simbólicos policías de tráfico. Definitivamente no eran miembros de un ejército de paz en la hermosa tradición canadiense. Al contrario. Eran fuerzas invasoras en la lucha sin cuartel conque una vez más la resistencia afgana defiende su soberanía de la ocupación extranjera. Todo lo demás es académico.
De lo que no cabe duda es que Canadá evolucionó. Reconocida mundialmente por sus establecidas credenciales de nación mediadora en conflictos internacionales, Canadá pasó de poder militar de mediana capacidad a agresivo ejército de combate. Por arte de magia Washingtoniana nos convertimos de humilde Caperucita Roja a temible Lobo Feroz. Lo asombroso es que la transformación ocurrió de la noche a la mañana. Sin consulta pública. Sin entrenamiento adecuado. Sin marina ni aviación de guerra.
El cambio lo produjo la perversa varita mágica de George W. Bush, ocupante de la Casa Blanca y su abrumadora influencia sobre el inepto Stephen Harper, Primer Ministro de Canadá. Harper, cuya limitadísima experiencia en asuntos internacionales consiste de una rápida visita a la Casa Blanca y otra a la conferencia del G-8 en Rusia, no vaciló en enviar tropas a Afganistán y en apoyar a Bush e Israel en la brutal masacre sionista contra la población del Líbano.
De inmediato Harper se posicionó firmemente al lado de Bush y de Israel y justificó el ataque israelita contra el Líbano como una medida apropiada (“measured”) por las provocaciones (?) de Hezbolá. Mientras tanto Peter MacKay, ministro canadiense de relaciones exteriores, rehusó unirse al llamado de otras naciones demandando que Israel frene su ofensiva militar. Marchando al compás de Israel, de Bush y de Harper, MacKay, otro soberano ignorante en asuntos internacionales y absolutamente insensible a las cuantiosas muertes de inocentes civiles y a los incalculables daños causados por el bombardeo sionista a la economía del Líbano, puntualizó que “un cese del fuego o un regreso al status quo representa una victoria para Hezbolá. No olvidemos que ésto (la masacre israelita) responde a ataques sin provocación de parte de una organización terrorista. Cualquier discusión debe contemplar ponerle fin a largo plazo a la violencia en la región.” En otras palabras, el gobierno canadiense le da la luz verde a Israel para que continúe reduciendo al Líbano a cimientos.
Descartando la condena emitida por las Naciones Unidas y el repudio universal contra el ataque sionista, desoyendo las solicitudes del Papa Benedicto XVI, de los países no-alineados y de la Unión Europea por un inmediato cese del fuego, Canadá rehusa darse por aludida. El gobierno ultra conservador de Harper se pronuncia fiel a los diseños imperialistas de Washington e Israel. Su pleitesía provoca asco. La nación denuncia y repudiar la política de Harper en manifestaciones públicas y considera que Harper es cómplice de Israel y de Estados Unidos en la matanza de inocentes. En estas circunstancias, no hay mayor acto de cobardía que el de apañar la carnicería israelita contra la población civil del Líbano. Más temprano que tarde Harper tendrá que rendir cuentas por su traición a la honrosa tradición pacifista de Canadá.
Por: Pastor Valle-Garay
Senior Scholar, Universidad de York
Toronto – Esta semana Canadá enterró a dos soldados más adscritos a las fuerzas de ocupación en Afganistán. Uno de ellos, Francisco Gómez, nació en Venezuela. Ambos perecieron después de un ataque suicida calificado de “acción cobarde” por el coronel Ian Hope, comandante de las tropas canadienses.
Lo de cobarde es cuestionable. Muertos en combate, quizás. En guerra las acciones se valoran según el color del cristal conque las mira el líder político de turno. Para muchos canadienses los soldados cayeron heroicamente defendiendo la democracia. Falaz argumento. ¿De qué democracia hablamos? Ni se sabe ni se dice. Ignoramos convenientemente que Estados Unidos entrenó a las milicias de Afganistán para liberar al país de la ocupación de la antigua Unión Soviética. Hoy le damos vuelta a la tortilla. Los afganos, nuestros aliados democráticos de ayer, son los cobardes terroristas de hoy. ¿De cuándo acá? ¿Por defender a su nación de invasores como se lo enseñó el ahora invasor?
Para los afganos que sacrificaron sus vidas en el ataque contra los canadienses, poco les importaría que las cosas se vean a través de un cristal color de rosa. Los canadienses son el enemigo. Punto. Reducidos al status de carne de cañón por los caprichos un Primer Ministro servil a los diseños de la Casa Blanca, Gómez y su compañero de armas eran algo más que simbólicos policías de tráfico. Definitivamente no eran miembros de un ejército de paz en la hermosa tradición canadiense. Al contrario. Eran fuerzas invasoras en la lucha sin cuartel conque una vez más la resistencia afgana defiende su soberanía de la ocupación extranjera. Todo lo demás es académico.
De lo que no cabe duda es que Canadá evolucionó. Reconocida mundialmente por sus establecidas credenciales de nación mediadora en conflictos internacionales, Canadá pasó de poder militar de mediana capacidad a agresivo ejército de combate. Por arte de magia Washingtoniana nos convertimos de humilde Caperucita Roja a temible Lobo Feroz. Lo asombroso es que la transformación ocurrió de la noche a la mañana. Sin consulta pública. Sin entrenamiento adecuado. Sin marina ni aviación de guerra.
El cambio lo produjo la perversa varita mágica de George W. Bush, ocupante de la Casa Blanca y su abrumadora influencia sobre el inepto Stephen Harper, Primer Ministro de Canadá. Harper, cuya limitadísima experiencia en asuntos internacionales consiste de una rápida visita a la Casa Blanca y otra a la conferencia del G-8 en Rusia, no vaciló en enviar tropas a Afganistán y en apoyar a Bush e Israel en la brutal masacre sionista contra la población del Líbano.
De inmediato Harper se posicionó firmemente al lado de Bush y de Israel y justificó el ataque israelita contra el Líbano como una medida apropiada (“measured”) por las provocaciones (?) de Hezbolá. Mientras tanto Peter MacKay, ministro canadiense de relaciones exteriores, rehusó unirse al llamado de otras naciones demandando que Israel frene su ofensiva militar. Marchando al compás de Israel, de Bush y de Harper, MacKay, otro soberano ignorante en asuntos internacionales y absolutamente insensible a las cuantiosas muertes de inocentes civiles y a los incalculables daños causados por el bombardeo sionista a la economía del Líbano, puntualizó que “un cese del fuego o un regreso al status quo representa una victoria para Hezbolá. No olvidemos que ésto (la masacre israelita) responde a ataques sin provocación de parte de una organización terrorista. Cualquier discusión debe contemplar ponerle fin a largo plazo a la violencia en la región.” En otras palabras, el gobierno canadiense le da la luz verde a Israel para que continúe reduciendo al Líbano a cimientos.
Descartando la condena emitida por las Naciones Unidas y el repudio universal contra el ataque sionista, desoyendo las solicitudes del Papa Benedicto XVI, de los países no-alineados y de la Unión Europea por un inmediato cese del fuego, Canadá rehusa darse por aludida. El gobierno ultra conservador de Harper se pronuncia fiel a los diseños imperialistas de Washington e Israel. Su pleitesía provoca asco. La nación denuncia y repudiar la política de Harper en manifestaciones públicas y considera que Harper es cómplice de Israel y de Estados Unidos en la matanza de inocentes. En estas circunstancias, no hay mayor acto de cobardía que el de apañar la carnicería israelita contra la población civil del Líbano. Más temprano que tarde Harper tendrá que rendir cuentas por su traición a la honrosa tradición pacifista de Canadá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario