Por: Pastor Valle-Garay
Senior Scholar, Universidad de York
Toronto, Canadá – En el catolicismo la práctica de la confesión es el lavado espiritual por excelencia. Por muy grave que sea el pecado, por más tiempo que haya transcurrido desde que se violaron los mandamientos, basta conque el transgresor acuda al sacerdote, se confiese, haga acto de contrición y cumpla penitencia para perdonársele.
Con este sencillo acto se retira satisfecho el pecador del confesionario. Lleva limpia la conciencia. ¿Sucumbirá ante nuevas tentaciones? ¡Sabrá Dios! Al fin de cuentas, errar es humano, perdonar es divino, ¿no? Por el momento se absuelven las transgresiones. Se las relega a inviolable secreto entre pecador y sacerdote. Aquí no ha pasado nada. Borrón y cuenta nueva.
En cínico paralelo el gobierno de los Estados Unidos ha perfeccionado la versión política del confesionario. Consiste en la desclasificación de documentos. Asumiendo autoridad divina, se revisten de autoridad moral, se desgarran los hábitos ante el público, confiesan crímenes de pasadas y presentes administraciones y dan por descontado que el acto de contrición les exonera de pecado.
Cada vez y cuando la Casa Blanca, el Departamento de Estado, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y otras instancias gubernamentales en Washington se enfrascan en la asquerosa rutina de desclasificar documentación, supuestamente mantenida en secreto, hasta que se presente el momento oportuno o sea una vez que haya expirado el riesgo de engorrosas o indeseables investigaciones.
Digo “supuestamente mantenida en secreto” porque en el caso de la reciente y tardía desclasificación de documentos en donde la CIA admite atentados de asesinato contra el Presidente de Cuba Fidel Castro no hay nada nuevo bajo el sol. Era de conocimiento público hace 38 años. En 1971 lo denunció Cuba. Se publicó entonces en los medios de comunicación de los Estados Unidos y del mundo. Lo negó entonces Washington. No pasó a más. Tampoco pasará a más esta vez. El crimen estatal y la impunidad son gajes del oficio en el país de las maravillas. Motivo de precaria diversión en el ambiente coctelera de la Casa Blanca y sus secuaces.
Digo “asquerosa rutina” porque al anunciar la desclasificación de los crímenes de estado Michael Hayden, director de la CIA, manifestó clara y vulgarmente en el titular del texto el soez, cínico sentido de desprecio que le merece al Presidente George W. Bush la Constitución de los Estados Unidos, su propio fundamentalismo religioso, la opinión pública o la opinión internacional.
Lo comprueba el arranque de consumada desfachatez con que Hayden anunció la desclasificación. Intitulado Las Joyas de la Familia, un eufemismo que el argot callejero y la burocracia de Washington a menudo emplean para referirse a los supuestamente valiosos testículos del macho gringo, el documento no representa una oportunidad de darse golpe en el pecho y admitir mea culpa. Al contrario, transforma al súper macho en arrogante pecador y sacerdote a quienes les vale un comino la magnitud del crimen. Sin pizca de arrepentimiento, el criminal se absuelve solo. Se lava las manos. Se dispone a pecar de nuevo. Más adelante, confesará nuevos crímenes. En unos 30 años se perdonará otra vez y sanseacabó. Película en serie. Trágica, mortal película para las inocentes víctimas del criminal poderío de Washington.
Lo comprueba los más de 600 impunes atentados de asesinato contra el Presidente Castro, dirigidos por la CIA, aprobados por todos y cada uno de los ocupantes de la Casa Blanca, inclusive Bill Clinton, ampliamente documentados pero la mayoría guardados aún en los archivos secretos de las bóvedas de la CIA.
Lo comprueba también la prepotencia de Washington al considerar que el asesinato político es un asunto de conveniencia y de interpretación sujetiva. Una interpretación sujetiva que puso multimillonario precio en las cabezas de Saddam Hussein, de sus hijos y de Osama bin Laden. Una interpretación sujetiva que organizó a la Contra, el ejército de asesinos financiados y entrenados por el gobierno del Presidente Ronald Reagan para exterminar al sandinismo, y que Reagan honrara denominándoles “Paladines de la Libertad.” Se repitió en El Salvador en donde los oficiales del ejército salvadoreño que asesinaron a Monseñor Romero, entrenados en la infame Escuela de las Américas de Fort Benning, Georgia (mejor conocida en el Hemisferio como la Escuela de Asesinos y en la actualidad rebautizada Instituto de Cooperación para la Seguridad Hemisférica), continúan libres a pesar de habérseles comprobado su participación en el crimen.
Más recientemente Luis Posada Carriles, asesino confeso de 73 civiles en la voladura del vuelo de Cubana de Aviación en 1973, fue puesto en libertad. En Miami, cuna de la mafia anticastrista. Posada Carriles seguramente se siente absuelto de pecado por la CIA, contratista y entrenador original de sus mercenarios servicios cuando papa Bush fungía de Director. El entrenamiento le sirvió al homicida para la voladura del avión de Cubana y para la comisión de numerosos crímenes en Centro América, en Cuba, en Venezuela y en otro atentado de asesinar al presidente Castro en Panamá. Posada Carriles jamás se arrepintió ni hizo penitencia. No tiene por qué. Lo absuelven los dioses de Washington.
Es obvio, como lo demuestra la admisión en Las Joyas de la Familia, que los fallidos atentados contra el Presidente Castro revelan que los cojones estadounidenses has quedado al descubierto y desprotegidos. La administración achacará sus fallas a cuestión de “uno más, uno menos … ¿qué más da? No podemos ganarlas todas.” Sin embargo, no faltará quien, al analizar la desclasificación, exclame jocosamente que el presidente Castro y Cuba deberían dar gracias por la incompetencia de la mafia, de la CIA y de los presidentes. Además, un público avispado justamente extrapolaría que un gobierno tan incompetente en la conducción de crímenes está condenado a fracasar en Afganistán y en Iraq, algo que ya sospecha la mayoría de la población estadounidense.
Más que una hipócrita contrición, el reporte de 693 páginas revela la baja estima de los Estados Unidos por la vida humana, por las leyes internacionales, por la justicia y la moral. Bien sería que recapacitara. No lo hará porque no se lo permite la equivocada prepotencia de sentirse el país más cojonudo del mundo. Se equivocan.
Mientras el mundo se alarma y condena la impune brutalidad de los actos cometidos por Washington, Cuba ni se mosquea. Al contrario, los fracasos de la CIA y de la mafia contratada para asesinar y causar estragos en la isla demuestran clara y abiertamente la inteligencia superior de Cuba al rechazar en cada oportunidad que se ha presentado durante casi medio siglo de agresión criminal de parte del aparato más sofisticado en el mundo. En efecto, Cuba le cortó las joyas de la familia al agresor.
De nada sirve pues la confesión de los Estados Unidos. No hay poder humano o divino que absuelva lo absuelva. Si bien es cierto que se absuelven ellos mismos, Cuba y el mundo le condenan.
En estas circunstancias la confesión a guisa de desclasificación es petulante, deshonesta e inválida. Más le valdría a Washington aprender del discurso del Presidente Fidel Castro en defensa del ataque al Moncada. En esa oportunidad el líder revolucionario puntualizó “La historia me absolverá.” Así fue. En el caso de los atentados de la CIA y sus secuaces ocurre lo contrario, la historia jamás absolverá la mano criminal de los Estados Unidos. Ni en Cuba, ni en el Hemisferio. Ni en Iraq. Ni en Afganistán.
Senior Scholar, Universidad de York
Toronto, Canadá – En el catolicismo la práctica de la confesión es el lavado espiritual por excelencia. Por muy grave que sea el pecado, por más tiempo que haya transcurrido desde que se violaron los mandamientos, basta conque el transgresor acuda al sacerdote, se confiese, haga acto de contrición y cumpla penitencia para perdonársele.
Con este sencillo acto se retira satisfecho el pecador del confesionario. Lleva limpia la conciencia. ¿Sucumbirá ante nuevas tentaciones? ¡Sabrá Dios! Al fin de cuentas, errar es humano, perdonar es divino, ¿no? Por el momento se absuelven las transgresiones. Se las relega a inviolable secreto entre pecador y sacerdote. Aquí no ha pasado nada. Borrón y cuenta nueva.
En cínico paralelo el gobierno de los Estados Unidos ha perfeccionado la versión política del confesionario. Consiste en la desclasificación de documentos. Asumiendo autoridad divina, se revisten de autoridad moral, se desgarran los hábitos ante el público, confiesan crímenes de pasadas y presentes administraciones y dan por descontado que el acto de contrición les exonera de pecado.
Cada vez y cuando la Casa Blanca, el Departamento de Estado, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y otras instancias gubernamentales en Washington se enfrascan en la asquerosa rutina de desclasificar documentación, supuestamente mantenida en secreto, hasta que se presente el momento oportuno o sea una vez que haya expirado el riesgo de engorrosas o indeseables investigaciones.
Digo “supuestamente mantenida en secreto” porque en el caso de la reciente y tardía desclasificación de documentos en donde la CIA admite atentados de asesinato contra el Presidente de Cuba Fidel Castro no hay nada nuevo bajo el sol. Era de conocimiento público hace 38 años. En 1971 lo denunció Cuba. Se publicó entonces en los medios de comunicación de los Estados Unidos y del mundo. Lo negó entonces Washington. No pasó a más. Tampoco pasará a más esta vez. El crimen estatal y la impunidad son gajes del oficio en el país de las maravillas. Motivo de precaria diversión en el ambiente coctelera de la Casa Blanca y sus secuaces.
Digo “asquerosa rutina” porque al anunciar la desclasificación de los crímenes de estado Michael Hayden, director de la CIA, manifestó clara y vulgarmente en el titular del texto el soez, cínico sentido de desprecio que le merece al Presidente George W. Bush la Constitución de los Estados Unidos, su propio fundamentalismo religioso, la opinión pública o la opinión internacional.
Lo comprueba el arranque de consumada desfachatez con que Hayden anunció la desclasificación. Intitulado Las Joyas de la Familia, un eufemismo que el argot callejero y la burocracia de Washington a menudo emplean para referirse a los supuestamente valiosos testículos del macho gringo, el documento no representa una oportunidad de darse golpe en el pecho y admitir mea culpa. Al contrario, transforma al súper macho en arrogante pecador y sacerdote a quienes les vale un comino la magnitud del crimen. Sin pizca de arrepentimiento, el criminal se absuelve solo. Se lava las manos. Se dispone a pecar de nuevo. Más adelante, confesará nuevos crímenes. En unos 30 años se perdonará otra vez y sanseacabó. Película en serie. Trágica, mortal película para las inocentes víctimas del criminal poderío de Washington.
Lo comprueba los más de 600 impunes atentados de asesinato contra el Presidente Castro, dirigidos por la CIA, aprobados por todos y cada uno de los ocupantes de la Casa Blanca, inclusive Bill Clinton, ampliamente documentados pero la mayoría guardados aún en los archivos secretos de las bóvedas de la CIA.
Lo comprueba también la prepotencia de Washington al considerar que el asesinato político es un asunto de conveniencia y de interpretación sujetiva. Una interpretación sujetiva que puso multimillonario precio en las cabezas de Saddam Hussein, de sus hijos y de Osama bin Laden. Una interpretación sujetiva que organizó a la Contra, el ejército de asesinos financiados y entrenados por el gobierno del Presidente Ronald Reagan para exterminar al sandinismo, y que Reagan honrara denominándoles “Paladines de la Libertad.” Se repitió en El Salvador en donde los oficiales del ejército salvadoreño que asesinaron a Monseñor Romero, entrenados en la infame Escuela de las Américas de Fort Benning, Georgia (mejor conocida en el Hemisferio como la Escuela de Asesinos y en la actualidad rebautizada Instituto de Cooperación para la Seguridad Hemisférica), continúan libres a pesar de habérseles comprobado su participación en el crimen.
Más recientemente Luis Posada Carriles, asesino confeso de 73 civiles en la voladura del vuelo de Cubana de Aviación en 1973, fue puesto en libertad. En Miami, cuna de la mafia anticastrista. Posada Carriles seguramente se siente absuelto de pecado por la CIA, contratista y entrenador original de sus mercenarios servicios cuando papa Bush fungía de Director. El entrenamiento le sirvió al homicida para la voladura del avión de Cubana y para la comisión de numerosos crímenes en Centro América, en Cuba, en Venezuela y en otro atentado de asesinar al presidente Castro en Panamá. Posada Carriles jamás se arrepintió ni hizo penitencia. No tiene por qué. Lo absuelven los dioses de Washington.
Es obvio, como lo demuestra la admisión en Las Joyas de la Familia, que los fallidos atentados contra el Presidente Castro revelan que los cojones estadounidenses has quedado al descubierto y desprotegidos. La administración achacará sus fallas a cuestión de “uno más, uno menos … ¿qué más da? No podemos ganarlas todas.” Sin embargo, no faltará quien, al analizar la desclasificación, exclame jocosamente que el presidente Castro y Cuba deberían dar gracias por la incompetencia de la mafia, de la CIA y de los presidentes. Además, un público avispado justamente extrapolaría que un gobierno tan incompetente en la conducción de crímenes está condenado a fracasar en Afganistán y en Iraq, algo que ya sospecha la mayoría de la población estadounidense.
Más que una hipócrita contrición, el reporte de 693 páginas revela la baja estima de los Estados Unidos por la vida humana, por las leyes internacionales, por la justicia y la moral. Bien sería que recapacitara. No lo hará porque no se lo permite la equivocada prepotencia de sentirse el país más cojonudo del mundo. Se equivocan.
Mientras el mundo se alarma y condena la impune brutalidad de los actos cometidos por Washington, Cuba ni se mosquea. Al contrario, los fracasos de la CIA y de la mafia contratada para asesinar y causar estragos en la isla demuestran clara y abiertamente la inteligencia superior de Cuba al rechazar en cada oportunidad que se ha presentado durante casi medio siglo de agresión criminal de parte del aparato más sofisticado en el mundo. En efecto, Cuba le cortó las joyas de la familia al agresor.
De nada sirve pues la confesión de los Estados Unidos. No hay poder humano o divino que absuelva lo absuelva. Si bien es cierto que se absuelven ellos mismos, Cuba y el mundo le condenan.
En estas circunstancias la confesión a guisa de desclasificación es petulante, deshonesta e inválida. Más le valdría a Washington aprender del discurso del Presidente Fidel Castro en defensa del ataque al Moncada. En esa oportunidad el líder revolucionario puntualizó “La historia me absolverá.” Así fue. En el caso de los atentados de la CIA y sus secuaces ocurre lo contrario, la historia jamás absolverá la mano criminal de los Estados Unidos. Ni en Cuba, ni en el Hemisferio. Ni en Iraq. Ni en Afganistán.
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