Gonzalo Guevara-Cerritos, de 43 años, ex militar salvadoreño condenado por participar en la matanza de seis sacerdotes jesuitas en 1989 fue detenido en Estados Unidos y podría ser deportado en breve desde Los Angeles a San Salvador por problemas de inmigración.
El militar fue uno de los altos mandos beneficiados por la ley de amnistía de 1993 que evita que los responsables de violaciones respondan por sus actos durante la guerra civil (1980-1992). Fue detenido por la Agencia de Aduanas e Inmigración (ICE) de Estados Unidos "en un motel de Los Angeles cerca del campus de la Universidad de California el 18 de octubre", luego de que los agentes recibieran un alerta del posible paradero del militar retirado.
Guevara-Cerritos fue acusado y condenado a dos años de arresto domiciliario por conspirar para cometer actos de terrorismo, pero fue perdonado, al igual que al menos nueve camaradas, por la Ley de Amnistía General que promulgó en 1993 el Gobierno de El Salvador a cargo del presidente Alfredo Cristiani (1989-1994). La ley de Amnistía de 1993 continúa 13 años después generando un debate en El Salvador, donde organizaciones sociales y defensoras de los derechos humanos reclaman su derogación a fin de que los responsables de violaciones durante la guerra civil respondan ante la justicia.
Otros militares implicados en dicho caso son:Yusshy Rene Mendoza Vallecillos, Angel Perez Vasquez, Jose R. Espinoza Guerra, Gonzalo Guevara Cerritos, Carlos Armando Aviles Buitrago, Juan Rafael Bustillo, Francisco Elena Fuentes, Francisco M. Gallardo Mata, Carlos Camillio Hernandez Barahona, Ramon E. Lopez Larios, Rene Roberto Lopez Morales, Inocente Orlando Montano, Juan Orlando Zepeda, Mario Arevalo Melendez, 1989, Commando Operations Course, Jose Fuentes Rodas, 1986, Combat Arms Officer Course; Antonio Ramiro Avalos Vargas, Jose V. Hernandez Ayala, Edgar Santiago Martinez Marroquin, Nelson Lopez y Lopez, Manuel Antonio Rivas Mejia, Gilberto Rubio, Guillermo Alfredo Benavides Moreno
En 1991 un jurado declaró al Coronel Benavides culpable de todos los asesinatos, y al Teniente Mendoza Vallecillos del asesinato de la jóven Celina Mariceth Ramos. El juez les impuso la pena máxima, treinta años de prisión, que están cumpliendo todavía. El juez también condenó al Caronel Benavides y al Teniente Mendoza por proposición y conspiración para cometer actos de terrorismo. Los Tenientes Espinoza y Guervara Cerritos fueron sentenciados a tres años por proposición y conspiración para cometer actos de terrorismo. El Teniente Coronel Hernández fue condenado por el juez por encubrimiento real, mendoza Vallecillos también fue condenado por ese delito. Todos, menos el Coronel Benavides y el Teniente Mendoza, quedaron en libertad bajo fianza y siguieron en la Fuerza Armada.
La Comisión de la Verdad llegó a las siguientes conclusiones y recomendaciones:
1. el entonces Coronel René Emilio Ponce, en la noche del día 15 de noviembre de 1989, en presencia de y en cofabulación con el General Juan Rafael Bustillo, el entonces Coronel Juan Orlando Zepeda, el Coronel Inocente Orlando Montano, y el Coronel Francisco Elena Fuentes, dio al Coronel Guillermo Alfredo Benavides la orden de dar muerte al Sacerdote Ignacio Ellacuría sin dejar testigos. Para ello dispuso la utilización de una unidad del Batallón Atlacat que dos días antes se había enviado a hacer un registro en la residencia de los sacerdotes.
2. Posteriormente todos estos oficiales y otros, incluso el General Gilberto Rubio Rubio, en conocimiento de lo ocurrido, tomaror medidas para ocultarlo.
3. El Coronel Guillermo Alfredo Benavides, la noche del mismo día, le informó a los oficiales en la Escuela Militar sobre las órdenes del asesinato. Cuando preguntó a esos oficiales si alguno estaba en desacuerdo, todos guardaron silencio.
4. El operativo del asesinato fue organizado por el entonces Mayor Carlos Camilo Hernández Barahona y ejecutado por un grupo de soldados del batallón Atlacat al mando del Teniente José Ricardo Espinoza Guerra y el Subteniente Gonzalo Guevara Cerritos, acompañados por el Teniente Yusshy René Mendoza Vallecillos.
5. El Coronel Oscar Alberto León Linares, Comandante del Batallón Atlacatl, tuvo conocimiento del asesinato y ocultó pruebas incriminatorias.
6. El Coronel manuel Antonio Rivas mejía, jefe de la Comisión de Investigación de Hechos Delictivos (CIHD), conoció de los hechos y ocultó la verdad de ellos; además recomendó al Coronel Benavides medidas para la destrucción de pruebas incriminatorias.
7. El Coronel Nelson Iván López y López, asignado para ayudar en la investigación de la CLHD, conoció la verdad de lo ocurrido y lo ocultó.
8. El Licenciado Rodolfo Antonio Parker Soto, miembro de la Comisión Especial de Honor, alteró declaraciones para ocultar las responsabilidades de altos oficiales en el asesinato.
LEA REPORTE DE LA CDDH
LA HORA DE MATAR
Antonio Ávalos dice que el teniente Espinoza con el teniente Mendoza a su lado, lo llamó y le preguntó: "¿A qué horas va a proceder?" El subsargento declara que entendió esa frase "como una orden para eliminar a los señores que tenían boca abajo. Se acercó al soldado Amaya y le dijo: "Procedamos".
Y comenzaron los disparos. Ávalos se ensaña con los padres Juan Ramón Moreno y Amando López. Pilijay disparó contra Ellacuría, Martín-Baró y Montes. A diez metros de distancia permanecieron Espinoza y Mendoza, según las declaraciones de los dos verdugos. Pilijay recuerda que "entre los tres señores que les disparó primero (después dio el tiro de gracia a cada uno), se encontraba el que vestía camisón café antes mencionado". Entre los disparos, y si hacemos caso a las declaraciones de Pilijay, Martín-Baró sólo recibió el tiro de gracia. La entrada y la trayectoria de las balas hacen pensar que algunos de los padres trataron de incorporarse al comenzar la ejecución. Otros, como Martín-Baró, parecen no haberse movido para nada, manteniendo incluso los pies cruzados hasta el final, como quien se tumba en el suelo y busca una posición cómoda.
Mientras ocurría esto, Tomás Zarpate "estaba dando seguridad" (según sus propias declaraciones) a Elba y Celina. Al escuchar la voz de mando que dice "¡ya!" y los tiros subsiguientes, "también le disparó a las dos mujeres" hasta estar seguro de que estaban muertas, porque "éstas no se quejaban".
En este momento, cuando cesaron los tiros, apareció en la puerta de la residencia Joaquín López. Los soldados lo llamaron y Pilijay dijo que él respondió: "No me vayan a matar, porque yo no pertenezco a ninguna organización." Y en seguida entró de nuevo a la casa. La versión del cabo Ángel Pérez Vásquez, de alta en el batallón Atlacatl, coincide en parte con lo anterior. El P. Joaquín López salió de su escondite al oír los disparos, vio los cadáveres e inmediatamente se metió en la casa. Los soldados de fuera le dijeron: "Compa, véngase". Y, continúa la narración, "el señor no hizo caso, y cuando ya iba a entrar en una habitación, hubo un soldado que le disparó." Pérez Vásquez continúa su relato diciendo que al caer el P. López hacia adentro de la habitación, él se acercó a inspeccionar el lugar. Y que, "cuando pasaba por encima del señor a quien habían disparado, sintió que éste le agarró de los pies a lo que él retrocedió y le disparó haciéndole cuatro disparos."
Concluido el crimen, se lanzó una bengala. Era la señal de retirada. Y como algunos no se movieron, se volvió a disparar una segunda bengala. Ya de retirada, de nuevo Avalos Vargas, apodado por sus compañeros "Sapo" o "Satanás", al pasar frente a la sala de visitas, donde fueron asesinadas Elba y Celina, oyó jadear a unas personas. Inmediatamente pensó en heridos a quienes había que rematar y "encendió un fósforo, observando que en el interior... se encontraban dos mujeres tiradas en el suelo y quienes estaban abrazadas pujando, por lo que le ordenó al soldado Sierra Ascencio que las rematara". Jorge Alberto Sierra Ascencio, soldado de alta en el batallón Atlacatl disparó una ráfaga como de diez cartuchos hacia el cuerpo de esas mujeres hasta que ya no pujaron", recuerda Avalos. Cuando Sierra Ascencio percibió que la investigación se estaba orientando hacia su grupo, desertó.
Amaya Grimaldi escuchó a Espinoza Guerra dar la siguiente orden al cabo Cotta Hernández: "Mételos para adentro, aunque sea de arrastradas."
Entonces el cabo Cotta arrastró el cadáver del P. Juan Ramon Moreno hasta el segundo cuarto del lado oriental de la residencia que, además, no era el suyo, y lo dejó ahí tirado. A su lado quedó el libro El Dios crucificado del teólogo alemán Jürgen Moltmann. Al salir, Cotta se dio cuenta de que todos se habían ido y él hizo lo mismo, dejando los otros cadáveres en la grama.
Había pasado una hora desde que entraron y fingieron un enfrentamiento frente al aparcamiento próximo a la capilla de la universidad.
Como despedida, los soldados fingieron un ataque al Centro Monseñor Romero. Era parte del plan. En el libro de operaciones del Estado Mayor se lee textualmente: "A las cero horas treinta minutos del dieciséis, delincuentes terroristas, mediante disparos de lanzagranadas desde la Quebrada Arenal San Felipe, en las proximidades y al costado Sur Oriente de la Universidad en mención, dañaron el edificio de Teología de ese centro de estudios, sin reportarse bajas." El coronel sólo se equivocó en el lugar desde el cual fue atacado el edificio y en la hora, adelantada en realidad casi dos horas exactas.
En las puertas y paredes de la planta baja del Centro Monseñor Romero, los soldados escribieron las siglas "FMLN". Al salir de nuevo por el portón para peatones de la UCA, uno de los criminales escribió: "El FMLN hizo un ajusticiamiento a los orejas contrarios. Vencer o morir. FMLN." Los análisis grafológicos demuestran que la escritura del subteniente Guevara Cerritos y la del subsargento Ávalos Vargas "presentan características similares". Algunos soldados recuerdan haber visto a Guevara escribiendo algo en aquel rótulo.
El Centro Monseñor Romero ya estaba quemado por dentro. Supuestamente, Guevara Cerritos, quien en ningún momento estuvo presente en el sitio del múltiple asesinato, dirigió la quema. Después se instaló una ametralladora M-60 traída desde la Escuela Militar, frente al edificio del Centro de Investigación y Documentación para Apoyar la Investigación y apuntando al edificio del Centro Monseñor Romero. Pilijay llegó a tiempo para disparar su AK-47 y su cohete antitanque, el cual estalló contra la verja de hierro del corredor de la residencia de los Padres. Otros soldados también dispararon y uno de ellos lanzó dos granadas contra el edificio.
Cotta Hernández, quien colaboró en el asesinato al arrastrar el cadáver del P. Juan Ramón Moreno murió pocos días después en combate en la Zacamil. El subsargento apodado "Salvaje" (Eduardo Antonio Córdova Monge) y su patrulla, quienes dispararon a mansalva contra el edificio, y los soldados que entraron en el Centro Monseñor Romero e incendiaron y destruyeron sus pertenencias, no fueron llevados a juicio.
En el testimonio del teniente Yusshy Mendoza hay un último recuerdo del escenario del crimen: "Un soldado desconocido llevaba una valija color café claro." Los cinco mil dólares del premio Alfonso Comín, otorgado pocos días antes a Ellacuría y a la UCA, desaparecieron para siempre.
DE NUEVO EN LA ESCUELA MILITAR
El teniente Espinoza Guerra dice en su declaración que salió del lugar con los ojos llenos de lágrimas. Volvió a llorar una vez más al dar su declaración.
La operación había sido un éxito. En ella habían participado las patrullas de "Satanás", "Maldito", "Rayo" y "Acorralado", apodos de guerra de los jefes que las mandaban. Las patrullas de "Nahum", "Salvaje", "Sansón", "Hércules" y "Lagarto" anduvieron en los alrededores y, al menos la de "Salvaje", se incorporó activamente al operativo contra el Centro Monsenor Romero.
El militar fue uno de los altos mandos beneficiados por la ley de amnistía de 1993 que evita que los responsables de violaciones respondan por sus actos durante la guerra civil (1980-1992). Fue detenido por la Agencia de Aduanas e Inmigración (ICE) de Estados Unidos "en un motel de Los Angeles cerca del campus de la Universidad de California el 18 de octubre", luego de que los agentes recibieran un alerta del posible paradero del militar retirado.
Guevara-Cerritos fue acusado y condenado a dos años de arresto domiciliario por conspirar para cometer actos de terrorismo, pero fue perdonado, al igual que al menos nueve camaradas, por la Ley de Amnistía General que promulgó en 1993 el Gobierno de El Salvador a cargo del presidente Alfredo Cristiani (1989-1994). La ley de Amnistía de 1993 continúa 13 años después generando un debate en El Salvador, donde organizaciones sociales y defensoras de los derechos humanos reclaman su derogación a fin de que los responsables de violaciones durante la guerra civil respondan ante la justicia.
Otros militares implicados en dicho caso son:Yusshy Rene Mendoza Vallecillos, Angel Perez Vasquez, Jose R. Espinoza Guerra, Gonzalo Guevara Cerritos, Carlos Armando Aviles Buitrago, Juan Rafael Bustillo, Francisco Elena Fuentes, Francisco M. Gallardo Mata, Carlos Camillio Hernandez Barahona, Ramon E. Lopez Larios, Rene Roberto Lopez Morales, Inocente Orlando Montano, Juan Orlando Zepeda, Mario Arevalo Melendez, 1989, Commando Operations Course, Jose Fuentes Rodas, 1986, Combat Arms Officer Course; Antonio Ramiro Avalos Vargas, Jose V. Hernandez Ayala, Edgar Santiago Martinez Marroquin, Nelson Lopez y Lopez, Manuel Antonio Rivas Mejia, Gilberto Rubio, Guillermo Alfredo Benavides Moreno
En 1991 un jurado declaró al Coronel Benavides culpable de todos los asesinatos, y al Teniente Mendoza Vallecillos del asesinato de la jóven Celina Mariceth Ramos. El juez les impuso la pena máxima, treinta años de prisión, que están cumpliendo todavía. El juez también condenó al Caronel Benavides y al Teniente Mendoza por proposición y conspiración para cometer actos de terrorismo. Los Tenientes Espinoza y Guervara Cerritos fueron sentenciados a tres años por proposición y conspiración para cometer actos de terrorismo. El Teniente Coronel Hernández fue condenado por el juez por encubrimiento real, mendoza Vallecillos también fue condenado por ese delito. Todos, menos el Coronel Benavides y el Teniente Mendoza, quedaron en libertad bajo fianza y siguieron en la Fuerza Armada.
La Comisión de la Verdad llegó a las siguientes conclusiones y recomendaciones:
1. el entonces Coronel René Emilio Ponce, en la noche del día 15 de noviembre de 1989, en presencia de y en cofabulación con el General Juan Rafael Bustillo, el entonces Coronel Juan Orlando Zepeda, el Coronel Inocente Orlando Montano, y el Coronel Francisco Elena Fuentes, dio al Coronel Guillermo Alfredo Benavides la orden de dar muerte al Sacerdote Ignacio Ellacuría sin dejar testigos. Para ello dispuso la utilización de una unidad del Batallón Atlacat que dos días antes se había enviado a hacer un registro en la residencia de los sacerdotes.
2. Posteriormente todos estos oficiales y otros, incluso el General Gilberto Rubio Rubio, en conocimiento de lo ocurrido, tomaror medidas para ocultarlo.
3. El Coronel Guillermo Alfredo Benavides, la noche del mismo día, le informó a los oficiales en la Escuela Militar sobre las órdenes del asesinato. Cuando preguntó a esos oficiales si alguno estaba en desacuerdo, todos guardaron silencio.
4. El operativo del asesinato fue organizado por el entonces Mayor Carlos Camilo Hernández Barahona y ejecutado por un grupo de soldados del batallón Atlacat al mando del Teniente José Ricardo Espinoza Guerra y el Subteniente Gonzalo Guevara Cerritos, acompañados por el Teniente Yusshy René Mendoza Vallecillos.
5. El Coronel Oscar Alberto León Linares, Comandante del Batallón Atlacatl, tuvo conocimiento del asesinato y ocultó pruebas incriminatorias.
6. El Coronel manuel Antonio Rivas mejía, jefe de la Comisión de Investigación de Hechos Delictivos (CIHD), conoció de los hechos y ocultó la verdad de ellos; además recomendó al Coronel Benavides medidas para la destrucción de pruebas incriminatorias.
7. El Coronel Nelson Iván López y López, asignado para ayudar en la investigación de la CLHD, conoció la verdad de lo ocurrido y lo ocultó.
8. El Licenciado Rodolfo Antonio Parker Soto, miembro de la Comisión Especial de Honor, alteró declaraciones para ocultar las responsabilidades de altos oficiales en el asesinato.
LEA REPORTE DE LA CDDH
LA HORA DE MATAR
Antonio Ávalos dice que el teniente Espinoza con el teniente Mendoza a su lado, lo llamó y le preguntó: "¿A qué horas va a proceder?" El subsargento declara que entendió esa frase "como una orden para eliminar a los señores que tenían boca abajo. Se acercó al soldado Amaya y le dijo: "Procedamos".
Y comenzaron los disparos. Ávalos se ensaña con los padres Juan Ramón Moreno y Amando López. Pilijay disparó contra Ellacuría, Martín-Baró y Montes. A diez metros de distancia permanecieron Espinoza y Mendoza, según las declaraciones de los dos verdugos. Pilijay recuerda que "entre los tres señores que les disparó primero (después dio el tiro de gracia a cada uno), se encontraba el que vestía camisón café antes mencionado". Entre los disparos, y si hacemos caso a las declaraciones de Pilijay, Martín-Baró sólo recibió el tiro de gracia. La entrada y la trayectoria de las balas hacen pensar que algunos de los padres trataron de incorporarse al comenzar la ejecución. Otros, como Martín-Baró, parecen no haberse movido para nada, manteniendo incluso los pies cruzados hasta el final, como quien se tumba en el suelo y busca una posición cómoda.
Mientras ocurría esto, Tomás Zarpate "estaba dando seguridad" (según sus propias declaraciones) a Elba y Celina. Al escuchar la voz de mando que dice "¡ya!" y los tiros subsiguientes, "también le disparó a las dos mujeres" hasta estar seguro de que estaban muertas, porque "éstas no se quejaban".
En este momento, cuando cesaron los tiros, apareció en la puerta de la residencia Joaquín López. Los soldados lo llamaron y Pilijay dijo que él respondió: "No me vayan a matar, porque yo no pertenezco a ninguna organización." Y en seguida entró de nuevo a la casa. La versión del cabo Ángel Pérez Vásquez, de alta en el batallón Atlacatl, coincide en parte con lo anterior. El P. Joaquín López salió de su escondite al oír los disparos, vio los cadáveres e inmediatamente se metió en la casa. Los soldados de fuera le dijeron: "Compa, véngase". Y, continúa la narración, "el señor no hizo caso, y cuando ya iba a entrar en una habitación, hubo un soldado que le disparó." Pérez Vásquez continúa su relato diciendo que al caer el P. López hacia adentro de la habitación, él se acercó a inspeccionar el lugar. Y que, "cuando pasaba por encima del señor a quien habían disparado, sintió que éste le agarró de los pies a lo que él retrocedió y le disparó haciéndole cuatro disparos."
Concluido el crimen, se lanzó una bengala. Era la señal de retirada. Y como algunos no se movieron, se volvió a disparar una segunda bengala. Ya de retirada, de nuevo Avalos Vargas, apodado por sus compañeros "Sapo" o "Satanás", al pasar frente a la sala de visitas, donde fueron asesinadas Elba y Celina, oyó jadear a unas personas. Inmediatamente pensó en heridos a quienes había que rematar y "encendió un fósforo, observando que en el interior... se encontraban dos mujeres tiradas en el suelo y quienes estaban abrazadas pujando, por lo que le ordenó al soldado Sierra Ascencio que las rematara". Jorge Alberto Sierra Ascencio, soldado de alta en el batallón Atlacatl disparó una ráfaga como de diez cartuchos hacia el cuerpo de esas mujeres hasta que ya no pujaron", recuerda Avalos. Cuando Sierra Ascencio percibió que la investigación se estaba orientando hacia su grupo, desertó.
Amaya Grimaldi escuchó a Espinoza Guerra dar la siguiente orden al cabo Cotta Hernández: "Mételos para adentro, aunque sea de arrastradas."
Entonces el cabo Cotta arrastró el cadáver del P. Juan Ramon Moreno hasta el segundo cuarto del lado oriental de la residencia que, además, no era el suyo, y lo dejó ahí tirado. A su lado quedó el libro El Dios crucificado del teólogo alemán Jürgen Moltmann. Al salir, Cotta se dio cuenta de que todos se habían ido y él hizo lo mismo, dejando los otros cadáveres en la grama.
Había pasado una hora desde que entraron y fingieron un enfrentamiento frente al aparcamiento próximo a la capilla de la universidad.
Como despedida, los soldados fingieron un ataque al Centro Monseñor Romero. Era parte del plan. En el libro de operaciones del Estado Mayor se lee textualmente: "A las cero horas treinta minutos del dieciséis, delincuentes terroristas, mediante disparos de lanzagranadas desde la Quebrada Arenal San Felipe, en las proximidades y al costado Sur Oriente de la Universidad en mención, dañaron el edificio de Teología de ese centro de estudios, sin reportarse bajas." El coronel sólo se equivocó en el lugar desde el cual fue atacado el edificio y en la hora, adelantada en realidad casi dos horas exactas.
En las puertas y paredes de la planta baja del Centro Monseñor Romero, los soldados escribieron las siglas "FMLN". Al salir de nuevo por el portón para peatones de la UCA, uno de los criminales escribió: "El FMLN hizo un ajusticiamiento a los orejas contrarios. Vencer o morir. FMLN." Los análisis grafológicos demuestran que la escritura del subteniente Guevara Cerritos y la del subsargento Ávalos Vargas "presentan características similares". Algunos soldados recuerdan haber visto a Guevara escribiendo algo en aquel rótulo.
El Centro Monseñor Romero ya estaba quemado por dentro. Supuestamente, Guevara Cerritos, quien en ningún momento estuvo presente en el sitio del múltiple asesinato, dirigió la quema. Después se instaló una ametralladora M-60 traída desde la Escuela Militar, frente al edificio del Centro de Investigación y Documentación para Apoyar la Investigación y apuntando al edificio del Centro Monseñor Romero. Pilijay llegó a tiempo para disparar su AK-47 y su cohete antitanque, el cual estalló contra la verja de hierro del corredor de la residencia de los Padres. Otros soldados también dispararon y uno de ellos lanzó dos granadas contra el edificio.
Cotta Hernández, quien colaboró en el asesinato al arrastrar el cadáver del P. Juan Ramón Moreno murió pocos días después en combate en la Zacamil. El subsargento apodado "Salvaje" (Eduardo Antonio Córdova Monge) y su patrulla, quienes dispararon a mansalva contra el edificio, y los soldados que entraron en el Centro Monseñor Romero e incendiaron y destruyeron sus pertenencias, no fueron llevados a juicio.
En el testimonio del teniente Yusshy Mendoza hay un último recuerdo del escenario del crimen: "Un soldado desconocido llevaba una valija color café claro." Los cinco mil dólares del premio Alfonso Comín, otorgado pocos días antes a Ellacuría y a la UCA, desaparecieron para siempre.
DE NUEVO EN LA ESCUELA MILITAR
El teniente Espinoza Guerra dice en su declaración que salió del lugar con los ojos llenos de lágrimas. Volvió a llorar una vez más al dar su declaración.
La operación había sido un éxito. En ella habían participado las patrullas de "Satanás", "Maldito", "Rayo" y "Acorralado", apodos de guerra de los jefes que las mandaban. Las patrullas de "Nahum", "Salvaje", "Sansón", "Hércules" y "Lagarto" anduvieron en los alrededores y, al menos la de "Salvaje", se incorporó activamente al operativo contra el Centro Monsenor Romero.
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