Licda. Norma Guevara de Ramirios
Estamos a la vuelta del segundo centenario de la independencia de Centroamérica, apenas en Septiembre de 2021, dentro de catorce años.
El Ministerio de Educación se ha compro-metido a impulsar medidas en conjunto con otros actores que permitirían llegar a esa fecha con un conjunto de metas educativas como la culminación de la primaria para todos, mejoras en la calidad del cuerpo docente, avance tecnológico e investigación científica, que eso y más pueda alcanzarse requiere de voluntad y compromiso de muchos, especialmente del magisterio nacional.
En realidad el desarrollo económico social y la democracia requieren de un mejor soporte educativo y mucho mayor si hablamos de educación con calidad, de educación con identidad histórica, cultural y nacional, de la educación que crea en los seres humanos la sensibilidad, el conocimiento, la capacidad crítica de las personas.
Ningún avance educativo puede lograrse sin estimular la libertad de pensamiento, de expresión y esto requiere de condiciones creadas para su despliegue que empiezan con la participación conciente de las maestras y los maestros, con libertad de cátedra, con capacidad de innovación.
Pero resulta preocupante que muchísimos maestros y maestras del sector público piensen que su labor docente y su empleo se ponen en riesgo si estimulan en el estudiantado la capacidad de criticar la realidad nacional, porque si la educación tiene capacidad de liberar, es imposible lograrlo por quienes se sienten prisioneros o esclavizados por un modelo de empleo.
El Ministerio de Educación debe tomar muy en serio la percepción que el maestro y la maestra tengan de papel del ente empleador y regulador y del papel que se supone deben cumplir ellos mismos en el logro de los fines y objetivos de la educación nacional.
En este campo y en nuestro país, se ajusta cabalmente el título del último Informe de Progreso Educativo (PREAL) 2007, referido a logros en la subregión de Centroamérica y República Dominicana “Mucho por Hacer”; porque para que se alcance el derecho humano de cada persona a contar con una oportunidad de educación de calidad, efectivamente falta mucho por hacer, y en este tipo de procesos el tiempo perdido es difícil de reponer, como lo ilustra la desesperanza en muchachos y muchachas que abandonan la escuela, o que se ven forzados a hacerlo por problemas económicos o de seguridad.
En ese informe se establece fríamente el resultado: Nos afecta la desigualdad, la pobre inversión pública, los bajos logros en los aprendizajes, la autoridad en las escuelas, el ejercicio de la profesión docente, y la repetición o ausencia en las escuelas de las niñas y niños; y aunque se realizan esfuerzos por incrementar la matrícula, mejorar los sistemas de evaluación, resulta evidente que estamos lejos de alcanzar el resultado más democratizador de la educación, como es distribuir por igual las oportunidades. Siguen siendo las familias más pobres las víctimas de esta situación.
En un mes como Septiembre, justo sería estimular la reflexión del magisterio para pensar y disponerse a actuar en una dirección que nos permita darnos el mejor regalo en un aniversario más de nuestra independencia, darnos un camino que libere mayor energía para una educación de calidad de nuestros niños y niñas, de nuestros adolescentes y jóvenes que tanto lo necesitan y merecen.
Cuestionarse a sí mismos y con la ley en la mano, acerca de si es correcta o no la percepción de que el empleo se arriesga cuando se abre el pensamiento a cuestionar la realidad; porque esa atadura es como volver al tiempo antes de la independencia, es aceptar esclavizarse y eso es indigno de una profesión destinada a liberar al ser humano, a encontrar dentro de sí y del medio la riqueza y el talento.
Porque sin libertad ni para pensar y escabullirse de mandatos o de instructivos que niegan la dignidad, carecemos de la fortaleza para asumir retos nuevos que nuestra patria demanda para consumar la democracia y la justicia social, para lograr progreso social, personal y familiar; para que sea cierto que podemos saludar la patria, orgullosos de hijos suyos podernos llamar.
Más que sonar tambores y clarinetes, afiancemos la libertad de cátedra y la fortaleza moral del magisterio para encarar mejor los retos de la educación en nuestro sufrido y querido país.
Estamos a la vuelta del segundo centenario de la independencia de Centroamérica, apenas en Septiembre de 2021, dentro de catorce años.
El Ministerio de Educación se ha compro-metido a impulsar medidas en conjunto con otros actores que permitirían llegar a esa fecha con un conjunto de metas educativas como la culminación de la primaria para todos, mejoras en la calidad del cuerpo docente, avance tecnológico e investigación científica, que eso y más pueda alcanzarse requiere de voluntad y compromiso de muchos, especialmente del magisterio nacional.
En realidad el desarrollo económico social y la democracia requieren de un mejor soporte educativo y mucho mayor si hablamos de educación con calidad, de educación con identidad histórica, cultural y nacional, de la educación que crea en los seres humanos la sensibilidad, el conocimiento, la capacidad crítica de las personas.
Ningún avance educativo puede lograrse sin estimular la libertad de pensamiento, de expresión y esto requiere de condiciones creadas para su despliegue que empiezan con la participación conciente de las maestras y los maestros, con libertad de cátedra, con capacidad de innovación.
Pero resulta preocupante que muchísimos maestros y maestras del sector público piensen que su labor docente y su empleo se ponen en riesgo si estimulan en el estudiantado la capacidad de criticar la realidad nacional, porque si la educación tiene capacidad de liberar, es imposible lograrlo por quienes se sienten prisioneros o esclavizados por un modelo de empleo.
El Ministerio de Educación debe tomar muy en serio la percepción que el maestro y la maestra tengan de papel del ente empleador y regulador y del papel que se supone deben cumplir ellos mismos en el logro de los fines y objetivos de la educación nacional.
En este campo y en nuestro país, se ajusta cabalmente el título del último Informe de Progreso Educativo (PREAL) 2007, referido a logros en la subregión de Centroamérica y República Dominicana “Mucho por Hacer”; porque para que se alcance el derecho humano de cada persona a contar con una oportunidad de educación de calidad, efectivamente falta mucho por hacer, y en este tipo de procesos el tiempo perdido es difícil de reponer, como lo ilustra la desesperanza en muchachos y muchachas que abandonan la escuela, o que se ven forzados a hacerlo por problemas económicos o de seguridad.
En ese informe se establece fríamente el resultado: Nos afecta la desigualdad, la pobre inversión pública, los bajos logros en los aprendizajes, la autoridad en las escuelas, el ejercicio de la profesión docente, y la repetición o ausencia en las escuelas de las niñas y niños; y aunque se realizan esfuerzos por incrementar la matrícula, mejorar los sistemas de evaluación, resulta evidente que estamos lejos de alcanzar el resultado más democratizador de la educación, como es distribuir por igual las oportunidades. Siguen siendo las familias más pobres las víctimas de esta situación.
En un mes como Septiembre, justo sería estimular la reflexión del magisterio para pensar y disponerse a actuar en una dirección que nos permita darnos el mejor regalo en un aniversario más de nuestra independencia, darnos un camino que libere mayor energía para una educación de calidad de nuestros niños y niñas, de nuestros adolescentes y jóvenes que tanto lo necesitan y merecen.
Cuestionarse a sí mismos y con la ley en la mano, acerca de si es correcta o no la percepción de que el empleo se arriesga cuando se abre el pensamiento a cuestionar la realidad; porque esa atadura es como volver al tiempo antes de la independencia, es aceptar esclavizarse y eso es indigno de una profesión destinada a liberar al ser humano, a encontrar dentro de sí y del medio la riqueza y el talento.
Porque sin libertad ni para pensar y escabullirse de mandatos o de instructivos que niegan la dignidad, carecemos de la fortaleza para asumir retos nuevos que nuestra patria demanda para consumar la democracia y la justicia social, para lograr progreso social, personal y familiar; para que sea cierto que podemos saludar la patria, orgullosos de hijos suyos podernos llamar.
Más que sonar tambores y clarinetes, afiancemos la libertad de cátedra y la fortaleza moral del magisterio para encarar mejor los retos de la educación en nuestro sufrido y querido país.
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