Por: Pastor Valle-Garay
Senior Scholar, Universidad de York
Toronto, Canadá – Un amigo periodista canadiense, enamorado de Cuba y aficionado al béisbol y al boxeo, me comentó recientemente que había leído con mucho interés las columnas Reflexiones del Presidente Fidel Castro publicadas en Granma Internacional durante los Juegos Panamericanos recién concluidos en Brasil.
“Fidel escribe bien, muy bien” me dijo. Mientras digería la curiosa familiaridad conque el canadiense se refiere cariñosamente al Presidente de Cuba por su primer nombre, el periodista añadió “Pero al leer La repugnante compraventa de atletas, llegué a la conclusión de que los diarios de Norte América jamás publicarían sus artículos.”
“¿Cómo así?” indagué.
“Porque Fidel es demasiado honesto.” Tajante, escueto comentario. Así nomás. Como lamentando señalar que el improbable antiguo amigo y sabio cronista deportivo se marginaría de los medios anglosajones por el mero hecho de decir cuatro verdades.
In vino, veritas. Como por encanto recordé la expresión del Latín. Ciertamente el alcohol suelta la lengua. Nos expresamos sin ambages. Mejor aún cuando una buena dosis de Havana Club asiste, más que el vino, en dejar por la tangente las inhibiciones. Compartíamos la velada acompañados de abundantes dosis de mojitos, daiquiris y otras libaciones promovedoras de la y animadoras de discutir cosas a calzón quitado. Lo hicimos.
Tiene razón Fidel. Tiene razón el periodista. Ambos conocen sus respectivos campos mejor que nadie. El presidente de Cuba correctamente denunció la repugnante compraventa de atletas. Poco después, el presidente de Brasil hizo eco de las palabras del mandatario cubano. Los alcahuetes de los grandes carteles de los deportes profesionales de los Estados Unidos, Alemania e Inglaterra acuden a justas internacionales con planes preconcebidos. ¿La meta? Seducir a los más susceptibles deportistas de Cuba y de otras naciones.
Algo así como pescar en río revuelto. ¿El anzuelo? Jugosas promesas de fama y fortuna. Instantáneas. Algunos jóvenes, débiles e inexpertos en la trata de deportistas, abandonan familia, nación y dignidad personal. Sucumben al mejor postor convirtiéndose en comodidad comercial de la corporación deportiva profesional. Si dan la talla, les irá bien. Pocos y contados logran tal sueño.
Si fracasan, quedan abandonados a su suerte en países extraños. En esas naciones, donde el deporte profesional es más negocio de multinacionales que otra manera de mantener cuerpo sano en mente sana, las corporaciones caza deportistas se deshacen del atleta fracasado como quien descarta maldiciones. Sin compasión alguna. Se les aplica la ley de la jungla. Sobrevive el más fuerte. Sobrevive también el chulo que los contrató. Por la rastrera característica del negocio, el mal llamado agente lleva todas las de ganar. Prostituye al atleta. Se embolsa la plata. Si un neófito no dio la talla, borrón y cuenta nueva. Sobran prospectos. El trota conventos del atletismo internacional presupuesta el fracaso con el mismo experto cinismo que le condujo a la compraventa original. Uno más, uno menos no significa gran pérdida cuando hay tantos peces en la mar.
Tiene razón también el periodista canadiense. Las páginas de deportes de la prensa norteamericana jamás publicarían las denuncias del mandatario cubano. Sería anatema. Al fin y al cabo, las multimillonarias corporaciones del béisbol, del básquetbol, del fútbol y de otros deportes profesionales que piratean atletas de Cuba, de Brasil y de otras naciones también son los multimillonarios anunciantes en los medios de comunicación. El deporte profesional se caracteriza por el canibalismo. Prensa y corporación se alimentan entre si.
De ahí que no haya excepción a la regla de no morder la mano que les da de comer el pan nuestro de cada día. De ahí que la noticia de la compraventa de atletas no sea de interés. Pasa desapercibida. Permitir que un redactor deportivo denunciara tales prácticas sería contra productivo en la incestuosa relación que mantienen las corporaciones con los medios de comunicación. Ambos son una y la misma cosa.
Que hay denuncias de aberrantes sucesos deportivos en la prensa estadounidense, las hay. Se dan especialmente cuando los escándalos amenazan menguar las exorbitantes ganancias corporativas. La semana pasada la Asociación Nacional de Básquetbol (NBA) de los Estados Unidos suspendió al veterano árbitro Tim Donaghy. Le acusan de apostar en juegos que ofició. Los titulares de la prensa nacional, en silencio hasta entonces, inmediatamente condenaron a Donaghy. Envalentonados por el escándalo, algunos cronistas deportivos aseguran que lo de Donaghy es apenas la punta del iceberg en un deporte en el que se apuestan cantidades multimillonarias en cada encuentro. De comprobarse que hay más árbitros involucrados en lo que constituye violaciones criminales de la ley civil y de los reglamentos que gobiernan el deporte profesional, es curioso que la prensa, a sabiendas, se haya hecho la vista gorda hasta ahora.
A primera vista pareciera que la denuncia periodística obedece a mantener la integridad del deporte. La realidad es diferente. De haber oficiado Donaghy de tal manera que sus fallos favorecieran sus apuestas y de descubrirse que otros árbitros imitan a Donaghy, tanto la multimillonaria Asociación Nacional de Básquetbol como las corporaciones que manejan las apuestas -legales en los Estados Unidos- sufrirían astronómicas pérdidas financieras y en la confianza del aficionado al baloncesto y a la ventanilla de las apuestas.
De igual y conveniente manera el año pasado la prensa estadounidense denunció la escandalosa conducta del pelotero cubano americano José Canseco quien compareció ante un comité investigador del Congreso estadounidense acusado de inyectarse esteriodes para mejorar su bateo. En esa oportunidad los medios de comunicación indicaron que el insumo de drogas de Canseco lo sabían muchos y muchos más lo sospechaban. Canseco, cuya carrera beisbolística para entonces había llegado a su fin, no solo admitió el abuso ilegal de drogas sino que delató similares abusos entre sus ex compañeros de equipo convirtiéndose en un vil soplón. ¿Qué ganaba Canseco con la denuncia? Cinco minuto más de fama. Por lo demás, nada. Había pasado el ocaso del pelotero. ¿Qué ganaba la prensa con los sensacionales y tardíos titulares? Limpiar la empañada imagen del deporte en donde el uso de esteroides y la caza de peloteros extranjeros se han convertido en los pilares del béisbol profesional. En otras palabras, no fue otra cosa que un conveniente lavado de imagen para el deporte a costas de un ex pelotero sin mayor valor fiduciario para las grandes ligas.
Casos como el de Canseco abundan. Algunos terminan en tragedia. A cada rato mueren en los Estados Unidos beisbolistas, boxeadores, luchadores, futbolistas y otros atletas profesionales tras consumir narcóticos destinados a mejorar sus habilidades en el cuadrilátero o en la cancha con el propósito de incrementar sueldos y enriquecer los cofres de las corporaciones deportivas. Los medios de comunicación apenas lo reportan cuando ya no impacta los intereses de las corporaciones deportivas. A lo sumo les merece un breve asterisco en los anales del atleta.
Por lo demás, la prensa se abstiene de criticar las nefastas prácticas. Lo hacen cuando es demasiado tarde como para causar revuelo entre los inversionistas o sea cuando no peligren los intereses del deporte profesional y de los medios de comunicación. El reportero que intentara hacerlo por principios, por honestidad arriesga perder el puesto. Tales críticas serían tan dañinas a las corporaciones y representarían semejante invitación abierta a juicios por injurias y calumnias contra el cronista que el pobre desgraciado no se atrevería a escribirlas.
Por ello no hay espacio en los diarios estadounidenses para el candor o para la honestidad en los reportajes sobre deportes profesionales. Tiene razón mi amigo canadiense. Un rápido vistazo a las grandes ligas del béisbol nos muestra que la mayoría de los peloteros son “importados” de Cuba, del Caribe y de la América latina. El baloncesto profesional por ahí anda. Igual el fútbol. Los atletas contratados son presa relativamente fácil de los caza deportistas profesionales que ágilmente se desplazan por eventos internacionales.
Que le publicasen las denuncias contra la repugnante práctica de piratería estadounidense en el atletismo mundial sería difícil. Además sería frustrante para un hombre de convicciones como Fidel Castro. En estas circunstancias es inútil perder tiempo intentando desempeñar labores nobles en una prensa capitalista que desconoce el concepto de integridad en los deportes. Para los demás, no nos queda más camino que leer las sabias Reflexiones del presidente Castro en Granma Internacional y en La Jiribilla de Cuba: Aprenderemos que aún hay propulsores del juego limpio y que de este ideal arrancan los grandes deportistas cubanos. Es mejor así.
Senior Scholar, Universidad de York
Toronto, Canadá – Un amigo periodista canadiense, enamorado de Cuba y aficionado al béisbol y al boxeo, me comentó recientemente que había leído con mucho interés las columnas Reflexiones del Presidente Fidel Castro publicadas en Granma Internacional durante los Juegos Panamericanos recién concluidos en Brasil.
“Fidel escribe bien, muy bien” me dijo. Mientras digería la curiosa familiaridad conque el canadiense se refiere cariñosamente al Presidente de Cuba por su primer nombre, el periodista añadió “Pero al leer La repugnante compraventa de atletas, llegué a la conclusión de que los diarios de Norte América jamás publicarían sus artículos.”
“¿Cómo así?” indagué.
“Porque Fidel es demasiado honesto.” Tajante, escueto comentario. Así nomás. Como lamentando señalar que el improbable antiguo amigo y sabio cronista deportivo se marginaría de los medios anglosajones por el mero hecho de decir cuatro verdades.
In vino, veritas. Como por encanto recordé la expresión del Latín. Ciertamente el alcohol suelta la lengua. Nos expresamos sin ambages. Mejor aún cuando una buena dosis de Havana Club asiste, más que el vino, en dejar por la tangente las inhibiciones. Compartíamos la velada acompañados de abundantes dosis de mojitos, daiquiris y otras libaciones promovedoras de la y animadoras de discutir cosas a calzón quitado. Lo hicimos.
Tiene razón Fidel. Tiene razón el periodista. Ambos conocen sus respectivos campos mejor que nadie. El presidente de Cuba correctamente denunció la repugnante compraventa de atletas. Poco después, el presidente de Brasil hizo eco de las palabras del mandatario cubano. Los alcahuetes de los grandes carteles de los deportes profesionales de los Estados Unidos, Alemania e Inglaterra acuden a justas internacionales con planes preconcebidos. ¿La meta? Seducir a los más susceptibles deportistas de Cuba y de otras naciones.
Algo así como pescar en río revuelto. ¿El anzuelo? Jugosas promesas de fama y fortuna. Instantáneas. Algunos jóvenes, débiles e inexpertos en la trata de deportistas, abandonan familia, nación y dignidad personal. Sucumben al mejor postor convirtiéndose en comodidad comercial de la corporación deportiva profesional. Si dan la talla, les irá bien. Pocos y contados logran tal sueño.
Si fracasan, quedan abandonados a su suerte en países extraños. En esas naciones, donde el deporte profesional es más negocio de multinacionales que otra manera de mantener cuerpo sano en mente sana, las corporaciones caza deportistas se deshacen del atleta fracasado como quien descarta maldiciones. Sin compasión alguna. Se les aplica la ley de la jungla. Sobrevive el más fuerte. Sobrevive también el chulo que los contrató. Por la rastrera característica del negocio, el mal llamado agente lleva todas las de ganar. Prostituye al atleta. Se embolsa la plata. Si un neófito no dio la talla, borrón y cuenta nueva. Sobran prospectos. El trota conventos del atletismo internacional presupuesta el fracaso con el mismo experto cinismo que le condujo a la compraventa original. Uno más, uno menos no significa gran pérdida cuando hay tantos peces en la mar.
Tiene razón también el periodista canadiense. Las páginas de deportes de la prensa norteamericana jamás publicarían las denuncias del mandatario cubano. Sería anatema. Al fin y al cabo, las multimillonarias corporaciones del béisbol, del básquetbol, del fútbol y de otros deportes profesionales que piratean atletas de Cuba, de Brasil y de otras naciones también son los multimillonarios anunciantes en los medios de comunicación. El deporte profesional se caracteriza por el canibalismo. Prensa y corporación se alimentan entre si.
De ahí que no haya excepción a la regla de no morder la mano que les da de comer el pan nuestro de cada día. De ahí que la noticia de la compraventa de atletas no sea de interés. Pasa desapercibida. Permitir que un redactor deportivo denunciara tales prácticas sería contra productivo en la incestuosa relación que mantienen las corporaciones con los medios de comunicación. Ambos son una y la misma cosa.
Que hay denuncias de aberrantes sucesos deportivos en la prensa estadounidense, las hay. Se dan especialmente cuando los escándalos amenazan menguar las exorbitantes ganancias corporativas. La semana pasada la Asociación Nacional de Básquetbol (NBA) de los Estados Unidos suspendió al veterano árbitro Tim Donaghy. Le acusan de apostar en juegos que ofició. Los titulares de la prensa nacional, en silencio hasta entonces, inmediatamente condenaron a Donaghy. Envalentonados por el escándalo, algunos cronistas deportivos aseguran que lo de Donaghy es apenas la punta del iceberg en un deporte en el que se apuestan cantidades multimillonarias en cada encuentro. De comprobarse que hay más árbitros involucrados en lo que constituye violaciones criminales de la ley civil y de los reglamentos que gobiernan el deporte profesional, es curioso que la prensa, a sabiendas, se haya hecho la vista gorda hasta ahora.
A primera vista pareciera que la denuncia periodística obedece a mantener la integridad del deporte. La realidad es diferente. De haber oficiado Donaghy de tal manera que sus fallos favorecieran sus apuestas y de descubrirse que otros árbitros imitan a Donaghy, tanto la multimillonaria Asociación Nacional de Básquetbol como las corporaciones que manejan las apuestas -legales en los Estados Unidos- sufrirían astronómicas pérdidas financieras y en la confianza del aficionado al baloncesto y a la ventanilla de las apuestas.
De igual y conveniente manera el año pasado la prensa estadounidense denunció la escandalosa conducta del pelotero cubano americano José Canseco quien compareció ante un comité investigador del Congreso estadounidense acusado de inyectarse esteriodes para mejorar su bateo. En esa oportunidad los medios de comunicación indicaron que el insumo de drogas de Canseco lo sabían muchos y muchos más lo sospechaban. Canseco, cuya carrera beisbolística para entonces había llegado a su fin, no solo admitió el abuso ilegal de drogas sino que delató similares abusos entre sus ex compañeros de equipo convirtiéndose en un vil soplón. ¿Qué ganaba Canseco con la denuncia? Cinco minuto más de fama. Por lo demás, nada. Había pasado el ocaso del pelotero. ¿Qué ganaba la prensa con los sensacionales y tardíos titulares? Limpiar la empañada imagen del deporte en donde el uso de esteroides y la caza de peloteros extranjeros se han convertido en los pilares del béisbol profesional. En otras palabras, no fue otra cosa que un conveniente lavado de imagen para el deporte a costas de un ex pelotero sin mayor valor fiduciario para las grandes ligas.
Casos como el de Canseco abundan. Algunos terminan en tragedia. A cada rato mueren en los Estados Unidos beisbolistas, boxeadores, luchadores, futbolistas y otros atletas profesionales tras consumir narcóticos destinados a mejorar sus habilidades en el cuadrilátero o en la cancha con el propósito de incrementar sueldos y enriquecer los cofres de las corporaciones deportivas. Los medios de comunicación apenas lo reportan cuando ya no impacta los intereses de las corporaciones deportivas. A lo sumo les merece un breve asterisco en los anales del atleta.
Por lo demás, la prensa se abstiene de criticar las nefastas prácticas. Lo hacen cuando es demasiado tarde como para causar revuelo entre los inversionistas o sea cuando no peligren los intereses del deporte profesional y de los medios de comunicación. El reportero que intentara hacerlo por principios, por honestidad arriesga perder el puesto. Tales críticas serían tan dañinas a las corporaciones y representarían semejante invitación abierta a juicios por injurias y calumnias contra el cronista que el pobre desgraciado no se atrevería a escribirlas.
Por ello no hay espacio en los diarios estadounidenses para el candor o para la honestidad en los reportajes sobre deportes profesionales. Tiene razón mi amigo canadiense. Un rápido vistazo a las grandes ligas del béisbol nos muestra que la mayoría de los peloteros son “importados” de Cuba, del Caribe y de la América latina. El baloncesto profesional por ahí anda. Igual el fútbol. Los atletas contratados son presa relativamente fácil de los caza deportistas profesionales que ágilmente se desplazan por eventos internacionales.
Que le publicasen las denuncias contra la repugnante práctica de piratería estadounidense en el atletismo mundial sería difícil. Además sería frustrante para un hombre de convicciones como Fidel Castro. En estas circunstancias es inútil perder tiempo intentando desempeñar labores nobles en una prensa capitalista que desconoce el concepto de integridad en los deportes. Para los demás, no nos queda más camino que leer las sabias Reflexiones del presidente Castro en Granma Internacional y en La Jiribilla de Cuba: Aprenderemos que aún hay propulsores del juego limpio y que de este ideal arrancan los grandes deportistas cubanos. Es mejor así.
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