martes, enero 30, 2007

Los orígenes de la matanza indígena de 1932



Néstor Martínez

Cuando los españoles llegaron al territorio que hoy se conoce como El Salvador, no encontraron oro ni joyas. Aún así, quedaron deslumbrados: desde las alturas contemplaron muchas parcelas cuidadosamente cultivadas por una población sedentaria que estaba adaptada a la explotación de la Naturaleza. Su influencia, entonces, en la tierra y en la gente que habían descubierto fue profunda.

La relación del indígena con la tierra habían creado una filosofía relativa al significado y fines del ser humano. La máxima expresión de su relación con la tierra era el maíz, principal motivo de la siembra, tanto que los indígenas creían que el ser humano fue creado a partir de dicha planta.


"Todo lo que hacían y decían estaba tan relacionado con el maíz que casi lo consideraban como a un dios. El embeleso y el éxtasis con que contemplaban sus milpas era tal, que por ellas olvidan hijos, mujer y cualquier otro placer, como si la milpa fuera el objeto final de su vida y la fuente de su felicidad...". El maíz no solo era la base de la economía de los nativos, sino que lo era también de su vida cotidiana. Era sagrado.

Esa unidad, de la tierra con el ser humano, no fue comprendida por los españoles conquistadores, y ni siquiera más tarde, por sus herederos, los ladinos y criollos. Por el contrario, junto a la Iglesia, se encargaron de despojar al indígena de toda relación con la tierra, desde su espiritualidad hasta su posesión. Esa fue la semilla del conflicto que desembocó en 1932, con la matanza de miles de indígenas que reclamaban la tierra ancestral, no para producir, sino para comer.

Los españoles introdujeron algo desconocido por indígenas: la posesión por una sola persona de una vasta cantidad de tierra, y además de destinarla para fines comerciales intensivos con los monocultivos. Porque los nativos, no solo cultivaban maíz, sino una gran cantidad de plantas alimenticias y comestibles: chile, tomate, cacao, calabazas, entre otras.

Y sucedió el primer gran despojo de tierra para introducir ganado, lo que volvía la tierra improductiva para alimentar a la población nativa, luego de introdujo el añil, caña de azúcar, se intensificó el cultivo del algodón...

A pesar de este despojo, el indígena logró sobrevivir con su acostumbrado ritmo de vida: la siembra de su propia parcela, de maíz principalmente. A mediados del siglo XIX, todavía se reconocían comunidades indígenas, cuyas tierras junto a las ejidales, fueron el blanco del segundo gran despojo, con la introducción del cultivo del café.

En los años 1872 y 1875, se registran levantamientos campesinos por disputas de las tierras. Era el acoso contra los ejidatarios y comuneros de la entonces clase dominante: los cultivadores de café. Los primeros alquilaban la tierra ejidal, ociosa, ya que estaba destinada al crecimiento futuro de la población, y las tierras comunales era propiedad de los indígenas.

Hacia 1874, en un documento oficial redactado por el Bachiller Pasante don Esteban Castro, refleja el pensamiento de los terratenientes cafetaleros acerca de los agricultores indígenas: "Sacan lo que llaman una tarea en las horas de la mañana (no es posible hacerlos trabajar más) y pasan el resto del día en la vagancia y la holgazanería. Reglamentando las horas de trabajo del modo más convincente y adecuado, creo que se hará un gran servicio a la agricultura, a la moral y a los jornaleros, pues el agricultor aprovechará el tiempo, tesoro inestimable, y aquellos ganarán el doble y aún el triple si se quiere, empleando todo el día su fuerza en labrar la riqueza pública".

También decía: "la agricultura necesita brazos y no encuentra, o tienen los agricultores que pagar jornales tan crecidos que absorben gran parte de su ganancia..."

Debe entenderse que la palabra "agricultura", como aún se emplea en estos días, no se refiere a los cultivos de los indígenas, sino al café, que por su expansión en el mercado mundial, necesitaba mano de obra de la que no disponía.

Y recomienda "que se impongan las obligaciones a los enfitiutas (persona que tiene el dominio por cesión perpetua o por largo tiempo el dominio útil de un inmueble. NdR) de cultivar en la mitad de dichos terrenos artículos de exportación, como, café, añil y, en el resto el huate (plantación de maíz destinado al forraje. NdR) y los necesarios para el consumo".

En Izalco, sucedió un incidente en el año de 1875, que ya apuntaba al levantamiento indígena en su lucha por al tierra: según una publicación de esa fecha "Ya saben nuestros lectores por este diario la desgraciada intentona de Izalco y el resultado que ha tenido. Unos cuantos inocentes sugestionados por gentes aviesas malintencionadas creyeron que se atacaban sus derechos con la venta de un terreno ejidal y en vez de acudir a los tribunales competentes fueron arrastrados a la desobediencia y la rebelión. Los tribunales aplicarán el condigno castigo a los culpables".

En este informe queda clara la necesidad de crear mano de obra artificial y al mismo tiempo de que sea barata. Entonces, un maquiavélico plan empieza a ejecutarse.

En 1879, en atención al Ministerio de Gobernación las diferentes gobernaciones departamentales presentaron un informe sobre los terrenos que haya en la población del Departamento "sin acotarse y repartirse y cual sea su extensión, así como el cánon establecido por el uso de ellos...".

De acuerdo con los informes, se resume que el porcentaje de ejidos y comunidades en relación con el territorio agrícola es del 21.7 por ciento. Aproximadamente 281 mil 294 hectáreas repartidas en doce departamentos, ya que dos de ellos no presentaron el informe. De ese porcentaje, un 13 por ciento pertenecía a Sonsonate y Ahuachapán, donde sucedió el grueso de la matanza indígena de 1932.

En la memoria presentada por el Ministerio de Gobernación, en 1880, se informa que "se ha creído indispensable reducir a propiedad particular los ejidos de los pueblos y que sus moradores se dediquen a la siembra de plantas permanentes y de producción exportable...".

El resultado del informe de 1874 y del censo de 1880 fue la "Ley de Extinción de Comunidades", emitida el 15 de febrero de 1881, que en su considerando dice que "la indivisión de los terrenos poseídos por comunidades, impide el desarrollo de la agricultura, entorpece la circulación de la riqueza y debilita los lazos de la familia y la independencia del individuo...Que tal estado de cosas debe cesar cuanto antes, como contrarios a los principios económicos, políticos y sociales que la República ha aceptado..."

Según el decreto los comuneros o compradores de derecho de las mismas tierras o cualquier otra persona que tuviera "otro título legal" serían considerados dueños legítimos de la parte que se tenía en posesión.

A continuación, el 2 de marzo de 1882, se emite el decreto de la Ley de Extinción de Ejidos, cuyo texto no difiere muchos del anterior y concedía seis meses para la obtención de títulos. El valor de cada manzana era de tres pesos. Que era bastante, si se considera que un Auditor de Guerra ganaba 60 pesos mensuales y un empleado público 40.

Así se explica que, una vez desplazados los comuneros y ejidatarios, la tierra cayera en manos de doctores, comerciantes, militares y artesanos ladinos.

Entre 1882 y 1897 había un caos originado por los que se estaban apropiando de la tierra y se emiten varios decretos con la finalidad de evitar las disputas.

El 5 de enero de 1884 el Ministerio de Justicia decreta la Ley de Desocupación de las Fincas Arrendadas, mediante la cual se autorizaba a los alcaldes a petición del arrendador a desocupar la finca. En caso de oposición el arrendador sería desalojado por la fuerza con todos sus aperos y moradores. Posteriormente se autorizó la quema de los ranchos.

En 1885 y 1898 se dan levantamientos indígenas y de campesinos. En uno de ellos le cercenaron las manos a los Jueces Partidores Ejidales.

Finalmente la Asamblea Nacional, en decreto del 27 de marzo de 1897, considera que el sistema ejidal ya está extinguido y autoriza a los alcaldes a otorgar títulos de propiedad a los poseedores que los reclamen.

Asimismo se emitieron decretos contra la vagancia, mediante los cuales los terratenientes cafetaleros y grandes hacendados se convirtieron en esclavizadores de cualquier campesino o indígena que los cuerpos de seguridad atraparan por "vagancia".

"La historia agraria de Guatemala y El Salvador está llena de millares de pequeños actos de rapiña legal, apoyada en la fuerza, que persiguió especialmente a los indígenas...", escribió Edelberto Torres Rivas.

Así, a principios del siglo XX, el panorama de El Salvador era el siguiente: gran cantidad de tierra en pocas manos y decenas de miles de indígenas y campesinos despojados de su propiedad deambulando sin trabajo y con hambre. Una verdadera bomba de tiempo que estallaría en 1932.

El monocultivo del café entró en crisis en 1929. Supeditados a los Estados Unidos, este país, en dicho año, tiene una crisis en su economía que le arrastra en sus cimientos, llevándose de paso a sus países satélites como El Salvador. Nadie compra el café. Los precios caen hasta en un 46%.

La renta nacional se reduce en un 33%, se reducen los impuestos en un 11.8%, bajan las importaciones en un 38%, se reducen los salarios mínimos llegando a ganar la gente 8 centavos de colón por día, los salarios de la burocracia se disminuyen en un 30 por ciento. El precio interno del maíz, fríjol y arroz llegan a sus niveles más bajos. El sistema colapsa y ningún proyecto del gobierno lo saca a flote. El peso de la crisis se descarga totalmente en los pobres despojados, mientras que los terratenientes y hacendados conservan intactos sus medios de producción e ingresos. El hambre se generalizaba. El descontento es generalizado. Los espacios políticos se cierran.

El odio y contra los indígenas y campesinos queda ilustrado en un escrito de un hacendado de Juayúa: "...Y ellos, que tienen el germen de sangre pícara, que son de complexo inferior al nuestro, que son de raza conquistada, con poco tienen para encender en pasiones infernales contra el ladino, a quienes ellos señalan, porque nos odian y nos odiarán siempre en forma latente. Se cometió contra ellos el gravísimo, el peligrosísimo error de concederles derechos ciudadanos. Eso fue enormemente malo para el país. Se les dijo que eran libres, que de ellos también era la nación, y que tenían pleno derecho de elegir jefes y mandar. Y ellos comprenden que el decir jefes y mandar, equivale exactamente a entregarse a la rapiña, al robo, al escándalo, a la destrucción de propiedades, etcétera, y matar a los patronos.

Deseamos que se extermine de raíz la plaga; de lo contrario, brotaría con nuevos bríos, ya expertos y menos tontos, porque en nuevas intentonas se tirarían contra las vidas de todos, primero, para degollar por último. Necesitamos la mano fuerte del gobierno, sin pedirle consejos a nadie, porque hay gentes piadosas que predican el perdón, porque ellas no se han visto todavía con su vida en un hilo. Hicieron bien en Norteamérica, de acabar con ellos; a bala, primero, antes de impedir el desarrollo del progreso de aquella nación; mataron primero a los indios porque éstos nunca tendrán buenos sentimientos de nada. Nosotros, aquí, los hemos estado viendo como de nuestra familia, con todas las consideraciones, y ya los vieran ustedes en acción! Tienen instintos feroces".

Para este hacendado un indio es igual que un comunista, así fundía el comunismo y racismo, ideas deformadas que llegarían hasta nuestro presente: en 1992, un ex presidente de la República, cuando era diputado, golpeaba su curul y decía: "Estoy orgulloso de que mi abuelo detuviera a las ordas comunistas". Hasta los comunistas se lo creyeron.

Libros consultados:
- Formación y lucha del proletariado salvadoreño, Rafael Menjívar, UCA Editores.
- Acumulación originaria y desarrollo del capitalismo en El Salvador, Rafael Menjívar, EDUCA.
- El Salvador, la tierra y el hombre, David Browning, Oxford University Press, Londres.
- El Salvador, 1932, Thomas R. Anderson, The Lincoln, University of Nebraska Press.
- El periodismo en El Salvador, Ítalo López Vallecillos, UCA Editores.
- Diccionario Histórico Enciclopédico de la República de El Salvador, Miguel Ángel García, Imprenta Nacional.
- La población de El Salvador, Rodolfo Barón Castro, Consejo Superior de Investigación Científica, Instituto Gonzalo Fernández de Oviedo, Madrid, España.

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