Documental alemán fracasa en aclarar muerte del Presidente John F. Kennedy
Por: Pastor Valle.Garay
Senior Scholar, Universidad de York
Rendevouz With Death
Director: Wilfried Huisman, Documental, Alemania 2006
Toronto, Canadá - Por 43 años se ha sospechado que Lee Harvey Oswald asesinó al Presidente de los Estados Unidos John F. Kennedy en Dallas, Texas, el 22 de Noviembre de 1963.
Por 43 años los expertos, los curiosos, los sabuesos de fin de semana y uno que otro director de cine han tejido innumerables redes de intrigas, posibles motivos y volúmenes de especulación sobre el crimen que enlutó a la nación. Nadie ha logrado dar en el clavo. Muchos se llenado los bolsillos en la intentona. Hay otro más.
Hace dos semanas el programa Passionate Eye de la red nacional de televisión CBC se sumó a la lista de medios de difusión y de personajes en busca de respuestas al gran crimen presidencial del siglo XX. Sin embargo, luego de ver el inocuo documental, cabe preguntarse cuál sería la motivación del programador de la CBC al presentar Cita Con la Muerte (Rendevouz With Death, Alemania 2006) del director Wilfried Huisman. ¿Sería que la CBC rellenaba algún espacio vacío en los horarios? ¿Sería porque últimamente la prensa nacional ha criticado duramente la inconsecuente y aburridísima programación de la CBC? ¿Sería que la CBC recurre al sensacionalismo amarillista para elevar los ratings de una emisora que a paso acelerado pierde público ante los embates de la televisión gringa?
La respuesta a estas preguntas es tan difícil como la solución final del asesinato de Kennedy o la motivación del director Huisman en realizar el documental. Su intención de culpar al Presidente Fidel Castro por el asesinato de Kennedy fracasa desde el primer instante. Fracasa porque a través del documental su director se dedica a especular burda e interminablemente sobre los motivos del crimen y sobre el presunto asesino sin ofrecer ninguna evidencia plausible.
Los testigos de Huisman, escondidos en el anonimato de pisos oscurecidos, rostros ocultos y automóviles constantemente en marcha, especulan sobre los hechos sin repetir otra cosa que las coartadas descartadas por la crema de las agencias investigadoras de los Estados Unidos, por comisiones del Congreso estadounidense y por los medios de comunicación de ese país. Vale preguntarse entonces ¿qué pruebas contundentes aporta Huisman después de 43 años del asesinato que pudieran contradecir los resultados de las investigaciones del país más interesado en dar con los responsables del crimen? La pregunta es retórica. La respuesta es ninguna. El documental de Huisman ni aclara ni añade nada nuevo a las investigaciones previas. Es un ejercicio en inutilidad.
En un segmento del documental Huisman visita los archivos históricos de la policía secreta de México. Contrario a las palabras del flamante director al asegurar que se le permitió ver documentación secreta que asociaba a Oswald con Castro en el asesinato de Kennedy, el director mexicano de los archivos, en perfecto español y de espaldas a las cámaras que filmaban la escena, le niega a Huisman el acceso a los documentos.
La información aportada por los entrevistados de Huisman es sumamente sospechosa. Varios de estos individuos hablan de documentación que supuestamente conecta a Oswald con Cuba sin embargo ninguno de ellos admite que ha visto la documentación personalmente limitándose a indicar que su información es de segunda mano. En otras palabras, sus declaraciones se fundamentan en chismes, rumores y dime que te diré. Típicas declaraciones del disidente, del supuesto ex espía y del traidor dispuesto a embarrar el honor de su país de origen con tal de asegurarse permanencia en el país donde se les acoge. De lo contrario les pondrían de patitas en la calle.
Aparte de la improbable remuneración monetaria que le habrá producido al empresario Huisman la distribución del sensacionalista producto a la televisión mundial, el documental embauca al televidente puesto que es una soberana pérdida de tiempo y de celuloide. Hilvana burdamente ciencia ficción en una imposible e irresponsable madeja de especulación y falsedades que ni un detective de pueblo osaría confeccionar.
Si las aseveraciones de Huisman fuesen ciertas, el gobierno de los Estados Unidos no habría vacilado un segundo en montar el más espectacular y mayor juicio del siglo contra el presidente Fidel Castro y contra Cuba por el asesinato de Kennedy. Lo harían al estilo del circo de Saddam Hussein y le exprimirían el máximo jugo político posible a nivel nacional e internacional. Que no lo han hecho ni lo harán es porque saben bien que ni Castro ni Cuba tuvieron vela en ese entierro y porque no existen ni pruebas ni remotas posibilidades de su implicación en el odioso crimen. Huisman no sabe de qué habla ni lo que filma. Debería pedirle lecciones a Michael Moore en cómo hacer documentales responsables.
Kennedy ciertamente era un hombre carismático. También era perverso, vengativo e inmoral. La lista de individuos y personajes que podría haberle asesinado era sumamente extensa. Incluía a elementos del Buró Federal de Investigaciones (FBI) que detestaba a los Kennedy por antagonizar al todopoderoso director del FBI Edgar J. Hoover; incluye al crimen organizado y a los sindicatos perseguidos por Robert Kennedy, Procurador de los Estados Unidos y hermano del Presidente; incluye a la gusanera cubano-americana que se sintió traicionada por Kennedy al echar éste pie atrás durante la fracasada invasión de la Bahía de Cochinos e incluye a uno que otro marido con cuyas esposas Kennedy sostenía relaciones ilícitas. En peldaños tan bajos que desaparecen de la vista estarían el inconsecuente Oswald y la revolución cubana.
De ahí que las teorías del director alemán ni siquiera añaden leña al controversial fuego del asesinato de Kennedy. Al contrario, al buscar como darnos gato por liebre, Huisman queda al descubierto en su intento de burlarse de la inteligencia del televidente y termina sometiéndonos a una atrocidad de celuloide sin mérito político, histórico, social o criminal. De igual manera al mostrar el seudo documental la CBC desestima a un público cuyos impuestos sostienen la cadena de televisión y no merece que se le insulte con cuentos e historietas inverosímiles que más bien pertenecen en las páginas de sensacionalistas y amarillistas tabloides de supermercado.
Por: Pastor Valle.Garay
Senior Scholar, Universidad de York
Rendevouz With Death
Director: Wilfried Huisman, Documental, Alemania 2006
Toronto, Canadá - Por 43 años se ha sospechado que Lee Harvey Oswald asesinó al Presidente de los Estados Unidos John F. Kennedy en Dallas, Texas, el 22 de Noviembre de 1963.
Por 43 años los expertos, los curiosos, los sabuesos de fin de semana y uno que otro director de cine han tejido innumerables redes de intrigas, posibles motivos y volúmenes de especulación sobre el crimen que enlutó a la nación. Nadie ha logrado dar en el clavo. Muchos se llenado los bolsillos en la intentona. Hay otro más.
Hace dos semanas el programa Passionate Eye de la red nacional de televisión CBC se sumó a la lista de medios de difusión y de personajes en busca de respuestas al gran crimen presidencial del siglo XX. Sin embargo, luego de ver el inocuo documental, cabe preguntarse cuál sería la motivación del programador de la CBC al presentar Cita Con la Muerte (Rendevouz With Death, Alemania 2006) del director Wilfried Huisman. ¿Sería que la CBC rellenaba algún espacio vacío en los horarios? ¿Sería porque últimamente la prensa nacional ha criticado duramente la inconsecuente y aburridísima programación de la CBC? ¿Sería que la CBC recurre al sensacionalismo amarillista para elevar los ratings de una emisora que a paso acelerado pierde público ante los embates de la televisión gringa?
La respuesta a estas preguntas es tan difícil como la solución final del asesinato de Kennedy o la motivación del director Huisman en realizar el documental. Su intención de culpar al Presidente Fidel Castro por el asesinato de Kennedy fracasa desde el primer instante. Fracasa porque a través del documental su director se dedica a especular burda e interminablemente sobre los motivos del crimen y sobre el presunto asesino sin ofrecer ninguna evidencia plausible.
Los testigos de Huisman, escondidos en el anonimato de pisos oscurecidos, rostros ocultos y automóviles constantemente en marcha, especulan sobre los hechos sin repetir otra cosa que las coartadas descartadas por la crema de las agencias investigadoras de los Estados Unidos, por comisiones del Congreso estadounidense y por los medios de comunicación de ese país. Vale preguntarse entonces ¿qué pruebas contundentes aporta Huisman después de 43 años del asesinato que pudieran contradecir los resultados de las investigaciones del país más interesado en dar con los responsables del crimen? La pregunta es retórica. La respuesta es ninguna. El documental de Huisman ni aclara ni añade nada nuevo a las investigaciones previas. Es un ejercicio en inutilidad.
En un segmento del documental Huisman visita los archivos históricos de la policía secreta de México. Contrario a las palabras del flamante director al asegurar que se le permitió ver documentación secreta que asociaba a Oswald con Castro en el asesinato de Kennedy, el director mexicano de los archivos, en perfecto español y de espaldas a las cámaras que filmaban la escena, le niega a Huisman el acceso a los documentos.
La información aportada por los entrevistados de Huisman es sumamente sospechosa. Varios de estos individuos hablan de documentación que supuestamente conecta a Oswald con Cuba sin embargo ninguno de ellos admite que ha visto la documentación personalmente limitándose a indicar que su información es de segunda mano. En otras palabras, sus declaraciones se fundamentan en chismes, rumores y dime que te diré. Típicas declaraciones del disidente, del supuesto ex espía y del traidor dispuesto a embarrar el honor de su país de origen con tal de asegurarse permanencia en el país donde se les acoge. De lo contrario les pondrían de patitas en la calle.
Aparte de la improbable remuneración monetaria que le habrá producido al empresario Huisman la distribución del sensacionalista producto a la televisión mundial, el documental embauca al televidente puesto que es una soberana pérdida de tiempo y de celuloide. Hilvana burdamente ciencia ficción en una imposible e irresponsable madeja de especulación y falsedades que ni un detective de pueblo osaría confeccionar.
Si las aseveraciones de Huisman fuesen ciertas, el gobierno de los Estados Unidos no habría vacilado un segundo en montar el más espectacular y mayor juicio del siglo contra el presidente Fidel Castro y contra Cuba por el asesinato de Kennedy. Lo harían al estilo del circo de Saddam Hussein y le exprimirían el máximo jugo político posible a nivel nacional e internacional. Que no lo han hecho ni lo harán es porque saben bien que ni Castro ni Cuba tuvieron vela en ese entierro y porque no existen ni pruebas ni remotas posibilidades de su implicación en el odioso crimen. Huisman no sabe de qué habla ni lo que filma. Debería pedirle lecciones a Michael Moore en cómo hacer documentales responsables.
Kennedy ciertamente era un hombre carismático. También era perverso, vengativo e inmoral. La lista de individuos y personajes que podría haberle asesinado era sumamente extensa. Incluía a elementos del Buró Federal de Investigaciones (FBI) que detestaba a los Kennedy por antagonizar al todopoderoso director del FBI Edgar J. Hoover; incluye al crimen organizado y a los sindicatos perseguidos por Robert Kennedy, Procurador de los Estados Unidos y hermano del Presidente; incluye a la gusanera cubano-americana que se sintió traicionada por Kennedy al echar éste pie atrás durante la fracasada invasión de la Bahía de Cochinos e incluye a uno que otro marido con cuyas esposas Kennedy sostenía relaciones ilícitas. En peldaños tan bajos que desaparecen de la vista estarían el inconsecuente Oswald y la revolución cubana.
De ahí que las teorías del director alemán ni siquiera añaden leña al controversial fuego del asesinato de Kennedy. Al contrario, al buscar como darnos gato por liebre, Huisman queda al descubierto en su intento de burlarse de la inteligencia del televidente y termina sometiéndonos a una atrocidad de celuloide sin mérito político, histórico, social o criminal. De igual manera al mostrar el seudo documental la CBC desestima a un público cuyos impuestos sostienen la cadena de televisión y no merece que se le insulte con cuentos e historietas inverosímiles que más bien pertenecen en las páginas de sensacionalistas y amarillistas tabloides de supermercado.
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