Urge mantener presión en Harper, Solberg por solución
Por: Pastor Valle-Garay
Senior Scholar, Universidad de York
Dos manifestaciones. Dos éxitos. Articularon claramente el apoyo general del público contra la condición infrahumana, el chocante irrespeto y la falta de reconocimiento que el gobierno federal de Canadá ha demostrado ante la precaria situación de los indocumentados. No es suficiente.
Habrá que continuar o nos olvidan. La retentiva política es limitadísima. Concluido el evento la memoria entorpece. Otros sucesos, de mayor o menor importancia, sirven de pantalla de humo que disipa lo ocurrido el día anterior. La marcha de apoyo la relegan a borrosas imágenes lavadas por la llovizna.
Esto es particularmente cierto del Primer Ministro Stephen Harper y del petulante ministro de inmigración Monte Solberg. Aparte de una u otra rarísima foto-oportunidad con preseleccionadas minorías visibles, tanto Harper como Solberg me dieron la impresión de que el único voto que contaba para elegirlos era el voto anglosajón y el francófono. Los demás como que si no existiésemos. Como si todos fuésemos ilegales, sin voz, sin voto y sin aporte al proceso. De ahí que rehusé votar por la prepotencia de Harper y de su arrogante pacotilla.
Una vez en Ottawa basta un vistazo al gabinete y equipo parlamentario conservador para convencernos de que elegimos un gobierno tan fiel al establecimiento tradicional que más bien parece la Junta Directiva de la Leche Pasteurizada con una que otra mosca en la mezcla. Por si las moscas. En otras palabras, nos blanquearon. Nuestro gobierno federal no refleja la diversidad multicultural canadiense. No se aproxima en lo mínimo al café con leche que somos todos aquí.
No nos debería sorprender. La plataforma de Harper refleja los intereses de la minoría conservadora. En vez de crear nuevos centros nacionales de cuidado infantil para ayudar a los padres trabajadores Harper los reemplaza con misérrimas limosnas destinadas exclusivamente a los niños menores de seis años pertenecientes a familias prácticamente indigentes. El resto que busque quien le cuide a la prole.
En otros aspectos de la economía, Harper extiende limosna recortando en uno por ciento el impuesto federal (GST) mientras por otra parte nos jode. Aboga por privatizar la salud y la educación, defiende el astronómico precio de la bencina y apoya a su mentor George W. Bush en despilfarrar billones en gastos militares y observar las demandas antiterroristas de la Casa Blanca. Los ciudadanos de ambos países no podrán cruzar la frontera sin pasaporte. Nuestra economía perderá miles de millones de dólares. En cuanto al residente legal sin ciudadanía canadiense pues … ¡qué se las arregle como pueda!
Harper no se mosquea. Es el amo del monólogo. No hay diálogo que valga. En su paranoia por mantener absoluto control gubernamental, la obsesión del Primer Ministro llega al extremo de desconfiar y despreciar a la prensa y de prohibir que sus ministros y burócratas comparezcan o se pronuncien ante los medios de comunicación o el público sin su consentimiento.
En las brutales dictaduras latinoamericanas se llamaba la ley del bozal. Harper revive la mordaza. La semana pasada, en burda imitación de Bush, la implementó al extremo. Al arribar a Canadá los cuatro soldados muertos en Afganistán, Harper prohibió que la prensa difundiera su llegada estúpidamente negándole a la nación el derecho a compartir el dolor de perder a uno de los suyos.
En estas circunstancias no sorprenda que Solberg ni asistiera a las manifestaciones de apoyo ni rindiera declaraciones. Sumisamente acató el silencio impuesto por Harper. Gobierno de ministros mudos. Sordos. Imbéciles. La única vez que el ministro de inmigración Solberg se expresó sobre el asunto indicó que la inmigración era un “tema de poca prioridad.” Ante semejante declaración habría que preguntarse ¿cómo se atreve a cobrar generoso sueldo un ministro de inmigración para quien la inmigración es tema de poca prioridad? Obviamente Canadá tal ministerio es innecesario. Pero el titular no responde. Es mudo. Obviamente se propone silenciosamente expulsar indocumentados y mantener en el limbo a quienes permanezcan a las sombras de su ministerio. Si se lo permitimos.
Nos quedan varios recursos. Tanto los ciudadanos canadienses como los residentes debemos dar seguimiento a las manifestaciones. Debemos montar una incesante campaña denunciando al gobierno ante la prensa, comunicando nuestro disgusto a nuestros representantes parlamentarios en Ottawa y en las provincias, demandando respuestas de las organizaciones internacionales de derechos humanos y especialmente, en la primera oportunidad que se nos presente, debemos ejercer nuestro derecho y nuestra obligación política de no votar jamás a nivel provincial o federal por Harper, por Solberg o por ningún candidato del elitismo conservador. No sirven los intereses de esta nación.
Por: Pastor Valle-Garay
Senior Scholar, Universidad de York
Dos manifestaciones. Dos éxitos. Articularon claramente el apoyo general del público contra la condición infrahumana, el chocante irrespeto y la falta de reconocimiento que el gobierno federal de Canadá ha demostrado ante la precaria situación de los indocumentados. No es suficiente.
Habrá que continuar o nos olvidan. La retentiva política es limitadísima. Concluido el evento la memoria entorpece. Otros sucesos, de mayor o menor importancia, sirven de pantalla de humo que disipa lo ocurrido el día anterior. La marcha de apoyo la relegan a borrosas imágenes lavadas por la llovizna.
Esto es particularmente cierto del Primer Ministro Stephen Harper y del petulante ministro de inmigración Monte Solberg. Aparte de una u otra rarísima foto-oportunidad con preseleccionadas minorías visibles, tanto Harper como Solberg me dieron la impresión de que el único voto que contaba para elegirlos era el voto anglosajón y el francófono. Los demás como que si no existiésemos. Como si todos fuésemos ilegales, sin voz, sin voto y sin aporte al proceso. De ahí que rehusé votar por la prepotencia de Harper y de su arrogante pacotilla.
Una vez en Ottawa basta un vistazo al gabinete y equipo parlamentario conservador para convencernos de que elegimos un gobierno tan fiel al establecimiento tradicional que más bien parece la Junta Directiva de la Leche Pasteurizada con una que otra mosca en la mezcla. Por si las moscas. En otras palabras, nos blanquearon. Nuestro gobierno federal no refleja la diversidad multicultural canadiense. No se aproxima en lo mínimo al café con leche que somos todos aquí.
No nos debería sorprender. La plataforma de Harper refleja los intereses de la minoría conservadora. En vez de crear nuevos centros nacionales de cuidado infantil para ayudar a los padres trabajadores Harper los reemplaza con misérrimas limosnas destinadas exclusivamente a los niños menores de seis años pertenecientes a familias prácticamente indigentes. El resto que busque quien le cuide a la prole.
En otros aspectos de la economía, Harper extiende limosna recortando en uno por ciento el impuesto federal (GST) mientras por otra parte nos jode. Aboga por privatizar la salud y la educación, defiende el astronómico precio de la bencina y apoya a su mentor George W. Bush en despilfarrar billones en gastos militares y observar las demandas antiterroristas de la Casa Blanca. Los ciudadanos de ambos países no podrán cruzar la frontera sin pasaporte. Nuestra economía perderá miles de millones de dólares. En cuanto al residente legal sin ciudadanía canadiense pues … ¡qué se las arregle como pueda!
Harper no se mosquea. Es el amo del monólogo. No hay diálogo que valga. En su paranoia por mantener absoluto control gubernamental, la obsesión del Primer Ministro llega al extremo de desconfiar y despreciar a la prensa y de prohibir que sus ministros y burócratas comparezcan o se pronuncien ante los medios de comunicación o el público sin su consentimiento.
En las brutales dictaduras latinoamericanas se llamaba la ley del bozal. Harper revive la mordaza. La semana pasada, en burda imitación de Bush, la implementó al extremo. Al arribar a Canadá los cuatro soldados muertos en Afganistán, Harper prohibió que la prensa difundiera su llegada estúpidamente negándole a la nación el derecho a compartir el dolor de perder a uno de los suyos.
En estas circunstancias no sorprenda que Solberg ni asistiera a las manifestaciones de apoyo ni rindiera declaraciones. Sumisamente acató el silencio impuesto por Harper. Gobierno de ministros mudos. Sordos. Imbéciles. La única vez que el ministro de inmigración Solberg se expresó sobre el asunto indicó que la inmigración era un “tema de poca prioridad.” Ante semejante declaración habría que preguntarse ¿cómo se atreve a cobrar generoso sueldo un ministro de inmigración para quien la inmigración es tema de poca prioridad? Obviamente Canadá tal ministerio es innecesario. Pero el titular no responde. Es mudo. Obviamente se propone silenciosamente expulsar indocumentados y mantener en el limbo a quienes permanezcan a las sombras de su ministerio. Si se lo permitimos.
Nos quedan varios recursos. Tanto los ciudadanos canadienses como los residentes debemos dar seguimiento a las manifestaciones. Debemos montar una incesante campaña denunciando al gobierno ante la prensa, comunicando nuestro disgusto a nuestros representantes parlamentarios en Ottawa y en las provincias, demandando respuestas de las organizaciones internacionales de derechos humanos y especialmente, en la primera oportunidad que se nos presente, debemos ejercer nuestro derecho y nuestra obligación política de no votar jamás a nivel provincial o federal por Harper, por Solberg o por ningún candidato del elitismo conservador. No sirven los intereses de esta nación.
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