sábado, abril 15, 2006

Cita con la Muerte: Cita con el Embuste

Publicamos versión revisada
• CBC de Canadá se presta a burda calumnia contra Cuba en asesinato de John F. Kennedy

Por Pastor Valle Garay —especial para Granma Internacional—

Toronto, Canadá - Por 43 años se ha sospechado que Lee Harvey Oswald asesinó al Presidente de los Estados Unidos John F. Kennedy en Dallas, Texas, el 22 de noviembre de 1963. Por 43 años los expertos, los curiosos, los libretistas de cine y televisión, los sabuesos de fin de semana e incontables directores de las pantallas grandes y chicas han tejido innumerables escenarios de intrigas, complots, motivos creando volúmenes de teorías sobre el crimen.

En el país donde los crímenes más espantosos monopolizan los titulares de primera página, la comercialización de la muerte de Kennedy es una industria pujante y productiva. ¿Lo habrá matado Oswald? ¡A lo mejor no! ¿Quién lo haría? Ni se sabe ni se dice. Nadie da en el clavo. Deliberadamente. Sospecho que la muerte de Kennedy permanece envuelta en misterio porque mientras se mantenga la mística es más lucrativo industrializar el asesinato. La especulación y el sensacionalismo no aclaran nada pero producen cuantiosas ganancias a los empresarios del crimen. Hoy aparece otro más en escena. Esta vez se trata de un director alemán. Hay plata para todos.

Hace dos semanas el programa Passionate Eye de la CBC, la red nacional de la televisión canadiense, se sumó a la lista de medios de difusión y de personajes sin oficio ni beneficio que se empecinan en buscar respuestas fáciles al espectacular asesinato del siglo XX. Luego de ver el inocuo documental, cabe preguntarse cuál sería la motivación del programador de la CBC al presentar Cita Con la Muerte (Rendevouz With Death, Alemania 2006) del director Wilfried Huisman. ¿Sería que la CBC rellenaba espacios vacíos en sus raquíticos horarios? ¿Sería porque últimamente la prensa canadiense y el público critica duramente la inconsecuente y aburridísima programación de la CBC? ¿Sería que la CBC recurre al sensacionalismo amarillista para elevar los ratings de una emisora que a paso acelerado pierde público ante las exitosas incursiones en su territorio de la televisión gringa?

La respuesta a estas preguntas es tan difícil como la solución final del asesinato de Kennedy o la motivación del director Huisman en realizar el documental. Su intención de culpar al Presidente Fidel Castro por el asesinato de Kennedy fracasa desde el primer instante. Fracasa porque a través del documental su director se dedica a especular burda e interminablemente sobre los motivos del crimen y sobre el presunto asesino sin ofrecer ninguna evidencia plausible.

Los mayoríade los testigos seleccionados por Huisman se esconden en el anonimato de pisos oscurecidos, rostros ocultos y automóviles constantemente en marcha. Especulan sobre hechos especulados hasta el aburrimiento y sin contribuir nada más que las coartadas descartadas por la crema de las agencias investigadoras de los Estados Unidos, por múltiples comisiones del Congreso estadounidense y por los medios de comunicación de ese país. Vale preguntarse entonces ¿qué pruebas contundentes podría aportar Huisman después de 43 años del asesinato que pudiesen contradecir los resultados de las investigaciones del país más interesado en dar con los responsables del crimen? La pregunta es retórica. La respuesta es ninguna. El documental de Huisman ni aclara ni añade nada nuevo a las investigaciones previas. Es un ejercicio en inutilidad.

En un segmento del documental Huisman visita los archivos históricos de la policía secreta de México. Contrario a las palabras del flamante director asegurando que vio en los archivos la documentación secreta que asociaba a Oswald con Castro en el asesinato de Kennedy, el director mexicano de los archivos, en perfecto español y de espaldas a las cámaras que filmaban la escena, le negó tajantemente a Huisman el acceso a la documentación.

La información aportada por los informantes escogidos por Huisman es sumamente sospechosa. Varios de estos individuos discuten documentos, notas y papelitos que supuestamente conectan a Oswald con Cuba sin embargo ninguno de ellos admite que ha visto tal documentación personalmente limitándose a indicar que su información es de segunda mano. En otras palabras, sus declaraciones se fundamentan en chismes, rumores y dime que te diré. Típicas declaraciones del disidente, del supuesto ex espía y del traidor dispuesto a embarrar el honor de su país de origen con tal de asegurarse permanencia en el país donde se les acoge. De lo contrario le pondrían de patitas en la calle.

Aparte de la improbable remuneración monetaria que le habrá producido al empresario Huisman la distribución del sensacionalista producto manufacturado para la televisión mundial, el documental embauca solamente al televidente icauto e ingenuo puesto que es una soberana pérdida de tiempo y de celuloide. Hilvana burdamente ciencia ficción en una imposible e irresponsable madeja de especulación y falsedades que ni un detective de pueblo osaría confeccionar.

Si las aseveraciones de Huisman fuesen ciertas, el gobierno de los Estados Unidos no habría vacilado un instante en montar el más espectacular y mayor juicio del siglo contra el presidente Fidel Castro y contra Cuba por el asesinato de Kennedy. Lo harían al estilo del circo de Saddam Hussein en Irak y le exprimirían el máximo jugo político posible a nivel nacional e internacional. Que no lo han hecho ni lo harán es porque Washinton sabe muy bien que ni Castro ni Cuba tuvieron vela en ese entierro y porque no existen ni pruebas ni remotas posibilidades de su implicación en el odioso crimen. Huisman habla por hablar. Filma por filmar. No sabe lo que dice ni investiga seriamente el tema. Para futuras aventuras en el mundo de documentales le hace falta mucha práctica y pericia. Debería pedirle lecciones a Michael Moore en cómo desarrollar documentales responsables.

Kennedy ciertamente era un hombre carismático. También era perverso, vengativo e inmoral. La lista de individuos y personajes que podría haberle asesinado era sumamente extensa. Incluía a elementos del Buró Federal de Investigaciones (FBI) que detestaba a los Kennedy por antagonizar al todopoderoso director del FBI Edgar J. Hoover; incluye al crimen organizado y a los sindicatos perseguidos por Robert Kennedy, Procurador de los Estados Unidos y hermano del Presidente; incluye a la gusanera cubano-americana que se sintió traicionada por Kennedy al echar éste pie atrás durante la fracasada invasión de la Bahía de Cochinos e incluye a uno que otro marido con cuyas esposas Kennedy sostenía relaciones ilícitas. En peldaños tan bajos que desaparecen de la vista ni siquiera se avistan el inconsecuente Oswald o la revolución cubana.

Es curioso. Existen numerosas incógnitas sobre Oswald que Huisman no examina ni siquiera superficialmente. Es obvio que el director tiene su propia agenda: acusar a Cuba y producir testigos que exclusivamente confirmen sus seleccionadas sandeces. ¿Y de Oswald qué? Sobran criminalistas que señalan que Oswald no mató a Kennedy. De ahí que el asesinato de Oswald a manos de Jack Ruby poco después de su captura fuese demasiado fácil. Demasiado conveniente. Revólver en mano Ruby, miembro de la Mafia y amigo de la policía de Dallas, no tuvo ninguna dificultad en burlar la seguridad del batallón de agentes del Servicio Secreto y de la policía de Dallas que formaban una muralla protectora alrededor de Oswald mientras le llevaban de un sitio a otro dentro del fortificado edificio de la policía. Un certero disparo extinguió la vida de Oswald. En vivo. Frente a las cámaras de televisión. Dos años dspués Ruby murió. De cáncer. Convenientemente. Kennedy, Oswald y Ruby ya no hacen ruido. Los muertos no hablan. Nada de esto le concierne a Huisman en su documental. Se limita a echarle el muerto a otro. Sin prueba alguna, su acusación es gratuita.

De ahí que la teoría del director alemán ni siquiera añada leña al controversial fuego del asesinato de Kennedy. Al contrario, al buscar como darnos gato por liebre, Huisman queda al descubierto como un charlatán cineasta. Intenta burlarse de la inteligencia del televidente y termina sometiéndonos a una atrocidad de celuloide sin mérito político, histórico, social o criminal. De igual manera al mostrar el seudo documental la CBC desestima a un público canadiense cuyos impuestos sostienen la cadena de televisión y no merece que se le insulte con cuentos e historietas inverosímiles que más bien pertenecen en las páginas de sensacionalistas y amarillistas tabloides de supermercado.

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