sábado, noviembre 11, 2006

Tigres de papel ni batean ni ponchan

Cae Bush, se agiliza derrumbamiento político, moral, social, e internacional

Por: Pastor Valle-Garay
Senior Scholar, Universidad de York

Toronto – Vale la analogía al béisbol, el deporte por excelencia en los Estados Unidos. Cuando el pitcher desea intimidar al bateador de turno, sus lanzamientos amenazan con romperle la cabeza. El bateador astuto los evita. Espera pacientemente. A su debido tiempo, devuelve la oferta disparando tremendo cuadrangular. Es la venganza perfecta.

Al ocurrir algo así el niño malcriado del equipo perdedor, que también era el dueño de las pelotas, bates y guantes, simplemente recogía el equipo, se marchaba y dejaba tendidos en el campo a los seguros vencedores. Eso era antes. Los tiempos cambian. Hasta los más humildes tienen pelotas. El consentido matón de barrio ya no amedrenta más. El juego continúa.


Para George W. Bush, ex dueño de los Texas Rangers y hoy manager de los Tigres de Papel de Washington, los últimos innings se han convertido en pesadillas de proporciones olímpicas. Le llueve el aguacero de interminables carreras del equipo contrario mientras su flamante novena de estrellas políticas se desploma espectacularmente. Cero carreras. Cero jits. Toneladas de errores. De la cumbre al sótano en un abrir y cerrar de ojos. Sus cuartos bates se ponchan uno tras otro. Sus descontrolados lanzadores sirven imparables a cuanto equipo los reta.

Ya lo veíamos venir. El año pasado la novena de Japón se coronó campeón mundial. Cuba quedó de subcampeón. El equipo USA fue eliminado de las finales. Lo mejorcito del profesionalismo estadounidense se marchó del Clásico Mundial con el rabo entre las patas, comprobándose el adagio de que en béisbol, al igual que en la política, ya no hay enemigo pequeño.

Y es que así es la nueva realidad. Sobran pruebas. A pesar de montar una ofensiva de 140 mil peloteros armados hasta los dientes, los novatos de la resistencia en Iraq siguen apabullando contundentemente al equipo del tío Sam. De un momento a otro los pupilitos de Bush comenzarán a levantar campo. Ya no soportan ni la apaleada de los invadidos ni la crítica de los fanáticos en su patio.

Es un derrumbe anunciado. Colosal. Se lo advirtió en septiembre el presidente Hugo Chávez en las Naciones Unidas. La semana pasada se lo confirmó en la ONU la universal y abrumadora condena al bloqueo de Washington contra Cuba. Impresionante marcador: Cuba 183, Estados Unidos 4. Compila la peor derrota sufrida por los Estados Unidos a manos de la comunidad mundial en los 15 años de victorias consecutivas contra el criminal embargo de la Casa Blanca.

Repito. No hay enemigo pequeño. En lo que va de este año, Washington desplazó a Nicaragua a la crema y a la inmundicia de sus cuartos bates diplomáticos. Sin distinguirse los unos de los otros y obsesionados por impedir una victoria del Frente Sandinista de Liberación Nacional en las elecciones presidenciales del 5 de noviembre, desfilaron por Managua dos embajadores, incontables congresistas republicanos, el ex Secretario de Estado Colin Powell, la Secretaria de Estado Condoleezza Rice, el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld y el soberano ignorante de Otto Reich, carga bates de Bush para Latinoamérica. Se poncharon todos. Daniel Ortega, candidato del FSLN triunfó abrumadoramente en los comicios.

Los fracasos internacionales del equipo USA de Bush se reflejaron con creces en escándalos nacionales, fenómeno cada día más común entre la elite del atletismo profesional y político de la nación. Imitando burdamente las bochornosas declaraciones ante un Gran Jurado del Congreso de los ex peloteros cubano-americanos Rafael Palmeiro y José Canseco, el indiscutible “rey” del consumo de esteroides y otras drogas prohibidas, varios congresistas republicanos se vieron obligados a renunciar tras acusárseles de tráfico de influencias, de corrupción y de relaciones sexuales con menores de edad que desempeñaban funciones de pajes en la legislatura.

Costosos escándalos. No se limitaron al equipo de estrellas políticas de la Casa Blanca. El sábado 4 de noviembre, el reverendo Ted Haggard, director del Templo de la Nueva Vida y poderoso presidente de la influyente Asociación Nacional de Evangelistas, cuyas 45 mil iglesias cuentan con 30 millones de miembros, renunció públicamente al liderazgo pastoral al achacarle la Junta Directiva religiosa de “cometer inmorales relaciones sexuales” con Mike Jones, un homosexual de Denver que además de suministrarle metamfetaminas admitió relaciones románticas con Haggard por los últimos tres años.

La renuncia de Haggard fue fulminante curva lanzada contra Bush desde algún lugar del cielo. O del infierno. Fulminante al ocurrir en la víspera de las elecciones nacionales de Congresistas y Gobernadores. Bush no vio venir el lanzamiento. Abanicó. Le costó caro.

La interdependencia entre Bush y Haggard sería impactante en las urnas. Haggard estaba tan íntimamente ligado a la Casa Blanca que Bush contaba con su apoyo en las elecciones del pasado martes. De ahí que el bateador religioso de Bush visitara frecuentemente la Casa Blanca y participara en las teleconferencias semanales sostenidas desde la oficina del Ala Oeste (West Wing) de la Casa Blanca con líderes fundamentalistas. La revista TIME le consideraba “uno de los 25 evangelistas más influyentes en los Estados Unidos.”

Nadie sospechó la hipocresía de Haggard. El homosexual reverendo era declarado enemigo del homosexualismo y cabildeaba ante el Congreso en contra de la legalización a favor del matrimonio entre personas de la misma orientación sexual. Más le valdría haber aceptado tanto su latente homosexualidad como la del prójimo. Quizás así hubiese evitado que su misma secta condenase al ostracismo que destinó para otros. Quizás así hubiese prevenido en parte la soberana paliza que sufrió Bush y su arrogancia en las urnas. Quizás no. Quizás la Providencia ya había decidido que de cualquier manera se derrumbaría la casa de naipes de Bush. Ocurrió.

Una cosa es ser ex dueño del equipo de béisbol tejano y otra muy diferente es tratar a la nación y al mundo como un estadio de béisbol personal. Hastiado de las payasadas nacionales e internacionales de Bush, el electorado estadounidense finalmente descartó al manager, le dio la espalda y lo envió a la ducha. Votaron los bates nacionales y le quitaron la mayoría en ambas cámaras del Congreso. Por lo que le queda en la presidencia, Bush gobernará cojo … de la cabeza y en la política.

No bien se hizo patente el cambio de dirección, comenzaron las renuncias. Otro clavo en el destartalado ataúd del manager. Donald Rumsfeld, el ahora ex Secretario de Defensa y arquitecto del fracaso militar en Ira, renunció al puesto.

La renuncia de Rumsfeld no augura bien. Es obvio que cuando nadie quiere asociarse con el equipo perdedor antes de las próximas elecciones presidenciales, vendrán otras renuncias. Así es el béisbol y la política. Los días en que los tigres de papel de Bush no permitían que otros lanzaran o tomaran turnos al bate están contados. Se poncharon. Ahora los jonroneros en la oposición le dan palo a su gusto. Se equilibra el marcador. Se hunde el barco. Las ratas comienzan a abandonarlo. Hay justicia en el mundo.

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