jueves, noviembre 16, 2006

En el decimoséptimo aniversario del asesinato de los jesuitas

José M. Tojeira

Este 16 de Noviembre cumplimos . Y el sábado pasado se celebró ya la vigilia con una presencia de unas 8 mil personas. Justamente el día que se había producido la ofensiva sobre la capital del FMLN, hace el mismo número de años. Unos días antes se había conmemorado la masacre de Fenastras. Un crimen que nunca se investigó adecuadamente, a pesar de las promesas gubernamentales.

El 16 tendremos una Eucaristía en la UCA a la seis de la tarde. Una cátedra de la realidad sobre la situación del país este mismo martes, y mañana, miércoles, la UCA le otorgará un doctorado honoris causa a la Dra. María Isabel Rodríguez, Rectora de la UES. Son modos de recordar hoy aquella época fuerte y dura, que a pesar de los silencios y discursos impuestos sobre la misma, sigue viva y diciéndonos palabras de fondo sobre nuestra realidad actual.


De lo ya celebrado impresiona la vigilia. Varios miles de personas aguantaron la fuerte lluvia que cayó durante la Misa sin retirarse. Y pasadas ambas, lluvia y Misa, continuaron celebrando el recuerdo entre cantos y alegría. Si en el pasado mucha gente vino entre las balas a despedir a los jesuitas y sus dos amigas laicas en su funeral, hoy, en otros tiempos, aguantan la noche y la lluvia recordando unos valores que siguen siendo actuales y que continúan impulsando al cambio social.

Cuando el país se debate entre la violencia, la corrupción, la injusticia y la debilidad institucional, nuestros mártires siguen diciéndonos verdades de a puño. En este aniversario hemos recordado la insistencia de Ellacuría de que “el pueblo haga sentir su voz”. Y es sin duda, lo que se esconde tras esa frase, lo más importante del mensaje de nuestros mártires: Nunca dejaron de confiar en el pueblo salvadoreño. Igual que Mons. Romero y que tantos y tantas personas generosas que regaron con su sangre nuestra tierras para hacer florecer una convivencia pacífica construida sobre la solidaridad fraterna, sobre la solidez de instituciones de servicio a los demás y sobre la justicia social.

La confianza en las instituciones es básica para el desarrollo social y la solidez de las democracias, pero si ni siquiera confiamos en nuestro pueblo, difícilmente lograremos generar los climas de confianza que la democracia y el desarrollo exigen. Porque la población siente que los mártires confiaron en el pueblo salvadoreño, por eso les retribuye masivamente en sus aniversarios. Confiar ahora nosotros en que unidos podemos hacer sentir nuestra voz y cambiar rumbos de violencia y corrupción es al mismo tiempo herencia y exigencia de nuestros mártires.

Un segundo elemento es el de la rectitud y coherencia. Nuestros mártires tenían una posición profundamente cristiana frente a la vida y la historia. Y tanto en su palabra como en su accionar reflejaban lo que creían. Eran en ese sentido testigos y lo fueron hasta el final, sellando con su sangre el amor que tenían al pueblo salvadoreño y a los más pobres de nuestro país. Cuando la indiferencia y el sálvese quien pueda individualista parecen triunfar sobre la solidaridad, al menos en el plano estructural de la organización social del país, el recordar a estas personas entregadas al servicio y la solidaridad nos debe cuestionar y animar. Cuestionar esa nefasta manía de catalogar a las personas como enemigas o amigas según piensen como yo, incluso dentro de los mismos grupos sociales u organizaciones de defensa de los más pobres. Y animar en esa tarea de buscar diálogo, alianzas, caminos que unan, que impulsen el desarrollo y la fraternidad al mismo tiempo.

En su carta encíclica Veritatis Splendor, Juan Pablo II decía: “el amor implica obligatoriamente el respeto de sus mandamientos, incluso en las circunstancias más graves, y el rechazo de traicionarlos, aunque fuera con la intención de salvar la propia vida”. Los mártires del 16 de Noviembre, desde su amor a este pueblo nuestro, trataron de ser fieles a los mandamientos y a sus derivaciones más inmediatas. Fieles al no matarás en una época que la guerra civil se nos mostraba como una maquinaria social y estructural de destrucción de la vida. Fieles al mismo mandamiento al luchar contra el hambre, contra la injusticia estructural, contra la falta de solidaridad.

Hoy, cuando la vida sigue valiendo muy poco en algunos estratos de la sociedad salvadoreña, cuando la inseguridad se apodera de nuestras calles, y cuando de nuevo se alzan voces de venganza, orquestadas por aquellos que quieren corregir la violencia con más violencia, es sano escuchar de nuevo y con calma la voz clara y firme de los mártires, con Romero a la cabeza, que pedían una sociedad donde los pobres tuvieran oportunidades y donde se respetaran los derechos básicos de todos.

Incluidos los derechos económicos y sociales, que todavía hoy tienen un tinte demasiado deficitario entre nosotros. Escuchar su voz para fortalecer la nuestra y para decir en nuestros días, nuestra propia palabra de justicia, de paz y de convivencia construida sobre el diálogo entre todos. Diálogo que será real si no lleva a la solidaridad incluyente con quienes padecen exclusión y marginación.

1 comentario:

Marvin Santos dijo...

FENASTRAS es una organizacion comercial. Es el negocio de HUEZO y su mujer.