martes, abril 04, 2006

Inmigración: Tráfico en seres humanos

Por Pastor Valle-Garay
Senior Scholar, Universidad de York


Toronto. Comenzó la expulsión de inmigrantes ilegales. Les seguirán muchos más. Así lo decidió el Primer Ministro Stephen Harper. No importa que los indocumentados portugueses trabajen en una industria de la construcción que tanto les necesita. No importa que paguen impuestos, eduquen a sus hijos, respeten las leyes, enaltezcan el nivel de vida, contribuyan al desarrollo y enriquezcan el mosaico cultural canadiense.

No importa que los ejecutivos y los sindicatos de la construcción se opongan a las medidas insistiendo que aquí no hay obreros capacitados ni dispuestos a trabajar en el agotador oficio. No importa que debido al auge en la construcción y gracias a las excelentes calificaciones y al elevado rendimiento de los obreros Canadá desesperadamente los necesita. No importa que las medidas amenacen con un estancamiento que le costaría miles de millones de dólares a la economía.


Harper no se mosquea. Envalentonado por su elección el nuevo gallito político cacaraquea su dominio del corral. Tensa prominente abultamiento estomacal y alardea de músculo político. No arriesga a medirse con la oposición. Con un gobierno minoritario, lleva las de perder. Al contrario, aplica la ley del bozal a sus ministros y a si mismo. Les ordena enmudecer ante la prensa. De esta manera no correrán el riesgo de que las bisoñas trompas se suelten en las barrabasadas típicas del pueblerino. Es más fácil atacar al indefenso. Al que nadie echará de menos. Es así que implementa las deportaciones y las de otros 200 mil indocumentados. Cobarde imitación de su colega George W. Bush. Aproximadamente 11 millones de ilegales corren la misma suerte en los Estados Unidos. La semana pasada millones de personas se lanzaron a las calles protestando las draconianas medidas. Paralizaron Los Angeles y otras ciudades. Harper cuenta con que en Canadá no hacemos olas.

A Bush tampoco le preocupa la opinión pública. En el colmo del cinismo Bush descarta que un 61% de sus gringos se opone a la expulsión. Al igual que Harper, Bush desatiende a los expertos quienes aseguran que al marcharse los indocumentados se paralizarán los centros urbanos y sectores agrícolas de los Estados Unidos puesto que el estadounidense no reemplazará al expulsado. Rehusa trabajar por sueldosde hambre.

Para México, por otra parte, el regreso de millones de expulsados incursionando las filas del desempleo representa un golpe mortal a su frágil economía. Mayor aún la catástrofe financiera al tenerse en cuenta que los indocumentados contribuyen remesas de más de US $14.5 mil millones de dólares anuales a esa nación.

No es cuestión de que el extranjero tenga el derecho de inmigrar adónde y cuándo se le antoje. Nunca lo tuvo. La inmigración es un privilegio. Se extiende al placer de la nación receptora. Todo país se reserva el derecho absoluto de extenderle o de negarle residencia de acuerdo con las leyes y las necesidades del país o por razones humanitarias. En nuestra América latina al extranjero que extiende su estadía innecesariamente por lo general se le captura, se le remite a prisión preventiva y se le expulsa del país sin contemplación alguna en el primer vuelo disponible. Ninguna explicación es necesaria. Cada nación ejerce este derecho soberano de expulsar a quien juzgue indeseable. ¿Por qué? ¡Porque sí! Nada más. Si no que lo diga México, una nación tan grande como su atroz trayectoria en el cruel tratamiento de los centroamericanos indocumentados. Muchísimos arriegan la vida y a menudo se les descubre muertos en la travesía sin que las autoridades se interesen en su suerte o investiguen los centenares de asesinatos o desapariciones de indocumentados a lo largo y ancho de la frontera con los Estados Unidos.

En Canadá es diferente. Hay recursos legales y apelaciones. Lamentablemente una combinación de abusos del sistema de parte de empleadores, consultores y gobiernos provoca una cruel e insostenible situación. El inmigrante indocumentado es explotado por el empleador ya debido a su estatus de ilegal no se queja por temor a la deportación. De éstos se aprovechan los flamantes consultores de inmigración. Se ha comprobado ampliamente que algunos de estos individuos funcionan al márgen de la ley y sin acreditación alguna. En el caso de visitantes de Cuba, los "consultores" llegan de Miami y los cabildean asiduamente para que soliciten asilo en Canadá y luego los abandonan a su suerte.

En otros casos, el indocumentado acude al consultor por desesperació e ignorancia. Al no estar familiarizado ni con el idioma ni con la ley, se convierte en presa fácil del consultor. Al estilo de las aves de rapiña el consultor le extrae hasta el último centavo a sabiendas de que la víctima carece de recurso legal que le proteja. Al chupacabras le convienen tanto los indocumentados que animan a sus clientes para que traigan a otros parientes a Canadá. Mientras más, mejor. Se llenan los bolsillos explotándoles con pasajes y trámites inmisericordemente. Si el gobierno pusiera fin a la inmigración ilegal o si habiese amnistía general, los chupacrabras se hundirían. Se acabarían los clientes. Tendrían que hacer algo que jamás han hecho: buscarse un oficio legítimo y ganarse la vida honradamente.

En cuanto a los gobiernos, tanto Canadá como los Estados Unidos deliberadamente se han hecho la vida gorda ante el influjo de indocumentados. Necesitaban mano de obra barata en la agricultura, confección de ropa, construcción, limpieza de edificios, restaurantes, quehaceres del hogar y otros empleos bajos, duros y mal pagados que los anglosajones no desempeñarían. Llenarían el vacío los inmigrantes de bajos recursos. Se les permitió entrar ilegalmente.

Al expulsarlos ahora, la hipocresía y la doble moral de Harper y Bush quedan cínicamente al descubierto. Ambos saben que aún se requieren los servicios de los indocumentados. Sin ellos dejarán de funcionar grandes segmentos de la economía. Entonces ¿por qué sacrificarlos luego de permitírseles permanecer y de trabajar indefinidamente en el país? Estrictamente por politiquería.

Bush está contra las cuerdas. Los reveses económicos sufridos por su incompetencia tienen a la nación al borde del despeñadero. Las invasiones de Iraq y Afganistán le merecen repudio internacional. Tanto el fracaso en asistir a las víctimas del huracán Katrina como la salvaje tortura de prisioneros en Guantánamo y Abu Gharib le merecieron condena universal. Dimisiones, renuncias y acusaciones de corrupción entre sus consejeros en Washington incitan a cantidad de gobernadores, intelectuales, periodistas y congresistas de ambos partidos demandan a solicitar que se enjuicie y se obligue a Bush a dimitir. Ante estas abatidas, su popularidad se derrumba a niveles nunca antes experimentados por ningún presidente. Para los congresistas republicanos, que arriesgan perder escaños en las elecciones del Congreso de este año por la infame conducta del presidente, Bush se ha convertido en inconveniente carga política.

¿Cómo reacciona el inepto presidente? Fácilmente. Al igual que Harper. Se abanderan de fervor ultra nacionalista y convierten al indocumentado en chivo expiatorio. Considerándole tan desechable como el papel higiénico, recurren al Parlamento y al Congreso para legalizar expulsiones masivas. Calculan que estas medidas apaciguaría los ánimos caldeados por su incompetencia en gobernar. Supestamente les recuperaría simpatían perdidas. Al fin y al cabo, los inmigrantes no son entidades. A nadie le importaría que desalojen el país. Calcularon mal. Como ya es su costumbre de Bush, le salió el tiro por la culata. Lo mismo al aprendiz de Primer Ministro. Sus socios, los explotadores empleadores de los obreros, fueron los primeros en pegar el grito al cielo. Igual los sindicatos, las iglesias, las escuelas y hasta los consultores. Millones de personas se alzaron en protesta en Los Angeles, Nueva York, Chicago y Toronto en masivas manifestaciones contra las programadas deportaciones masivas.

¿Por qué deportará Harper? Por varias razones. Por sincronizarse con Bush. Por definirse como hombre fuerte. Por ignorar la fibra canadiense. Por prepotente enemigo del inmigrante, con o sin documentación. Por imbécil. El pasado fin de semana, como husmeando el repudio de la ciudadanía, Bush y Harper se las dispararon a Cancún. Al mismo sitio donde hace poco asesinaron a una pareja canadiense en un crimen aún sin resolverse y que otro incompetente, el presidente mexicano Vicente Fox achacase a criminales canadiense sin prueba alguna. No es remoto que en Cancún los mandatarios comparasen notas bajo la mirada preocupada de Fox, el anfitrión de la cumbre mandatarios norteamericanos. ¿Lamentarían su mala fortuna? Lo dudo. A lo sumo la disimularían con tequilazos y Margaritas y pronunciamientos de rigor. Nada más. No acudieron a la cumbre con el propósito de resolver absolutamente nada. Llegaron a familiarizarse con Harper, el nuevo niño en la cuadra. ¿Y del desastre que se avecina? Como quien ve los toros en el redondel. A la distancia. Quizás, entre trago y trago, especularían que permitir obreros cuando los necesitan y echarles del país cuando es políticamente conveniente, es arma de doble filo. Corta a ambos lados.

Al marcharse los obreros, se derrumbará la economía. Más les valdría cuidarse las espaldas a los líderes. Cuando menos lo piensen, la bestia embiste. En las próximas elecciones. La expulsión masiva les costará un ojo de la cara. Donde duele. En la economía. En la inflación. Cuando el consumidor, obligado a pagar más elevados costos de producción por bienes y servicios, desate su furia y se los cobre en las urnas.

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