Redacción Central, 14 nov (PL) El síndrome de la soledad, agudizado por la falta de afecto e incomprensión, aqueja hoy a cientos de niñas y niños latinoamericanos de todos los estratos sociales y es causa frecuente de suicidios.
Rodeados de maltratos de toda naturaleza y una ascendente tasa de abusos de índole sexual, los infantes pierden su capacidad de soñar y con ello, las esperanzas en un futuro mejor.
El desasosiego se redobla cuando la pobreza forma parte del ambiente en el cual debe aprender a desenvolverse el menor, mientras los canales televisivos le muestran un cúmulo indescifrable de opciones inalcanzables.
En Latinoamérica nacen alrededor de 11,4 millones de bebés por año, la mayoría condenados de antemano a sobrevivir en medio del hambre y la desesperación, aquejados por un sinnúmero de enfermedades y sujetos a patrones de conductas agresivos legados por sus mayores.
Las generalizadas, y casi aceptadas, amenazas en los hogares constituyen uno de los factores que más inciden en el incremento del suicidio infantil, aseguraron siquiatras especializados en el tema.
Investigaciones de la Organización Mundial de la Salud reflejaron que la violencia sufrida por los menores de 14 años se registra casi siempre en las casas, a manos de sus padres, cuidadores y familiares.
El suicidio provoca cerca de un millón de víctimas en el mundo cada año y aunque en esta región esos índices oscilan entre el cuatro y el seis por ciento, vale estar alertas ante su tendencia al incremento.
Mientras los galenos recomiendan no pegar ni ofender a los infantes, mucho menos ante otras personas, sus progenitores siguen apelando a este recurso ante el agobio que también padecen por la situación que deben enfrentar en sociedades escasas de oportunidades.
Al verse obligados a laborar en más de un empleo, para garantizar el sustento de sus pequeños y el suyo propio, estos apenas cuentan con tiempo para intercambiar opiniones con sus hijas e hijos y transmitirles el afecto necesario.
Pero a pesar de los avatares de la vida cotidiana, insisten los especialistas, debe crearse el espacio para comunicarse más con los infantes, compartir en calidad y hasta reprenderlos por sus comportamientos inadecuados, con mala cara pero sin maltratos.
Fallos en este sentido crean el caldo de cultivo en el que prolifera la depresión, enfermedad sicológica muy vinculada a la autoeliminación, también tendiente al incremento en este sector etario.
De múltiples maneras, niñas y niños demandan ayuda ante la ansiedad terrible que padecen, pero no siempre los parientes, conocidos, maestros y hasta especialistas, se empeñan en comprenderlos.
Los infnantes deprimidos son más propensos a la autoeliminación, porque esta enfermedad afecta su humor, altera su capacidad de comprensión, atención, se cansa sin motivo, pierde el apetito, el sueño y padece frecuentes cefaleas, vómitos y dolores abdominales.
Un entorno familiar desorganizado, procesos depresivos constantes o enfermedades siquiátricas en sus padres, situaciones escolares y sociales adversas y patologías orgánicas o psicológicas en el niño, son algunos de los factores que pueden desatar este síndrome.
En correspondencia con este, el infante potencialmente suicida o que piensa más en la muerte que otros, podría considerar esta alternativa como único recurso para solucionar el mal.
La familia un punto esencial en el desarrollo o no de ideas de esta naturaleza: la agresividad intrafamiliar, las dependencias a alcohol o drogas y la depresión (suya o de sus padres), pueden predisponer a los menores a desarrollar estas tendencias.
Otros estudios insisten en que los individuos con una historia de abuso sexual en la infancia o maltrato infantil son tres veces más vulnerables a volverse depresivos o suicidas durante la adolescencia o la edad adulta.
Aunque resulta difícil determinar la cifra exacta de los menores abusados, como reconoce el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, se estima que cada año cerca de un millón de estos son víctimas de la industria multimillonaria de la explotación sexual.
Estas problemáticas se complejizan ante las deficientes políticas estatales destinadas a contrarrestar los efectos de las estrategias neoliberales en los menores, amenazados por un mercado exigente en exceso y esquemas sociales que ponderan los objetos materiales.
El "tanto tienes, tanto vales" se ensaña sobre este sector tan vulnerable y alimenta la sensación de vacío que conduce, de forma irremediable, hacia la búsqueda de una paz impensable en medio de la realidad en que viven.
Rodeados de maltratos de toda naturaleza y una ascendente tasa de abusos de índole sexual, los infantes pierden su capacidad de soñar y con ello, las esperanzas en un futuro mejor.
El desasosiego se redobla cuando la pobreza forma parte del ambiente en el cual debe aprender a desenvolverse el menor, mientras los canales televisivos le muestran un cúmulo indescifrable de opciones inalcanzables.
En Latinoamérica nacen alrededor de 11,4 millones de bebés por año, la mayoría condenados de antemano a sobrevivir en medio del hambre y la desesperación, aquejados por un sinnúmero de enfermedades y sujetos a patrones de conductas agresivos legados por sus mayores.
Las generalizadas, y casi aceptadas, amenazas en los hogares constituyen uno de los factores que más inciden en el incremento del suicidio infantil, aseguraron siquiatras especializados en el tema.
Investigaciones de la Organización Mundial de la Salud reflejaron que la violencia sufrida por los menores de 14 años se registra casi siempre en las casas, a manos de sus padres, cuidadores y familiares.
El suicidio provoca cerca de un millón de víctimas en el mundo cada año y aunque en esta región esos índices oscilan entre el cuatro y el seis por ciento, vale estar alertas ante su tendencia al incremento.
Mientras los galenos recomiendan no pegar ni ofender a los infantes, mucho menos ante otras personas, sus progenitores siguen apelando a este recurso ante el agobio que también padecen por la situación que deben enfrentar en sociedades escasas de oportunidades.
Al verse obligados a laborar en más de un empleo, para garantizar el sustento de sus pequeños y el suyo propio, estos apenas cuentan con tiempo para intercambiar opiniones con sus hijas e hijos y transmitirles el afecto necesario.
Pero a pesar de los avatares de la vida cotidiana, insisten los especialistas, debe crearse el espacio para comunicarse más con los infantes, compartir en calidad y hasta reprenderlos por sus comportamientos inadecuados, con mala cara pero sin maltratos.
Fallos en este sentido crean el caldo de cultivo en el que prolifera la depresión, enfermedad sicológica muy vinculada a la autoeliminación, también tendiente al incremento en este sector etario.
De múltiples maneras, niñas y niños demandan ayuda ante la ansiedad terrible que padecen, pero no siempre los parientes, conocidos, maestros y hasta especialistas, se empeñan en comprenderlos.
Los infnantes deprimidos son más propensos a la autoeliminación, porque esta enfermedad afecta su humor, altera su capacidad de comprensión, atención, se cansa sin motivo, pierde el apetito, el sueño y padece frecuentes cefaleas, vómitos y dolores abdominales.
Un entorno familiar desorganizado, procesos depresivos constantes o enfermedades siquiátricas en sus padres, situaciones escolares y sociales adversas y patologías orgánicas o psicológicas en el niño, son algunos de los factores que pueden desatar este síndrome.
En correspondencia con este, el infante potencialmente suicida o que piensa más en la muerte que otros, podría considerar esta alternativa como único recurso para solucionar el mal.
La familia un punto esencial en el desarrollo o no de ideas de esta naturaleza: la agresividad intrafamiliar, las dependencias a alcohol o drogas y la depresión (suya o de sus padres), pueden predisponer a los menores a desarrollar estas tendencias.
Otros estudios insisten en que los individuos con una historia de abuso sexual en la infancia o maltrato infantil son tres veces más vulnerables a volverse depresivos o suicidas durante la adolescencia o la edad adulta.
Aunque resulta difícil determinar la cifra exacta de los menores abusados, como reconoce el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia, se estima que cada año cerca de un millón de estos son víctimas de la industria multimillonaria de la explotación sexual.
Estas problemáticas se complejizan ante las deficientes políticas estatales destinadas a contrarrestar los efectos de las estrategias neoliberales en los menores, amenazados por un mercado exigente en exceso y esquemas sociales que ponderan los objetos materiales.
El "tanto tienes, tanto vales" se ensaña sobre este sector tan vulnerable y alimenta la sensación de vacío que conduce, de forma irremediable, hacia la búsqueda de una paz impensable en medio de la realidad en que viven.
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