lunes, diciembre 19, 2005

La herencia política de Jon Cortina

Periodista: —Ha acompañado a poblaciones en tiempos de guerra, ha hecho un prisionero, han tomado sus estudios la comisión atómica de Canadá y la NASA, es jesuita, vasco nacionalizado salvadoreño, ¿quién es Jon Cortina?

Jon Cortina:—Una persona que intenta ayudar, servir. Por eso me hice jesuita. Y me gusta ayudar y servir a la gente más sencilla, más humilde. No digo que lo haga bien, pero intento hacerlo. Jon Cortina, en una entrevista con el periódico digital El Faro


La muerte de Jon Cortina tuvo lugar cuando en El Salvador la atención se centra en la campaña electoral. Un periodista del diario Co Latino señalaba que el deceso del sacerdote jesuita, nacido en Bilbao pero arraigado en El Salvador, coincidió con la negativa de la Asamblea Legislativa —más bien, de los representantes de los partidos ARENA y PCN— de declarar un día nacional por los detenidos desaparecidos. Semejante coincidencia es llamativa. Indica que a la política nacional le falta algo que a Jon Cortina le sobraba: un compromiso con las víctimas.
“Queremos que la verdad aparezca, contribuir a la memoria histórica. Las víctimas tienen derecho a una reparación que ya se pidió a la Comisión de la Verdad y no se ha dado, una reparación moral y material. Lo material va a ser muy difícil, pero al menos que les pidan perdón a las víctimas y les devuelvan la dignidad robada.” Con esas palabras, Cortina explicó su compromiso con la reparación moral de las víctimas de la guerra. De esta forma, el sacerdote fue uno de los promotores de la organización Pro Búsqueda, dedicada a trabajar con los niños desaparecidos durante el conflicto armado. También coordinó, con mucho entusiasmo, el proyecto que un grupo de organizaciones de promoción humana emprendiera para construir un monumento dedicado a las víctimas de violaciones a los derechos humanos durante las últimas tres décadas del siglo XX en El Salvador. Cortina asumió que todo lo que tuviera que ver con las víctimas era un asunto personal suyo.

Vivió en Chalatenango, una de las zonas más golpeadas por la guerra y más pobres de El Salvador. De hecho, el Informe sobre Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) sitúa a Chalatenango como uno de los departamentos con los indicadores más bajos de desarrollo humano. Entre Guarjila —la población chalateca de desplazados del conflicto en que vivía—, sus clases en la UCA y su trabajo en Pro Búsqueda, Cortina repartía su tiempo. Es decir, estuvo del lado de los más pobres, justo en uno de los lugares paupérrimos de un país sumamente necesitado. Cortina decía que si algo bueno tenía la Teología de la Liberación es que buscaba dar voz a los pobres. Esto es algo que se ha olvidado en la política salvadoreña. La explicación la tuvo el propio Cortina: “lo que pasa es que no gusta oír lo que los pobres tienen que decir. No gusta”. Gustan más los mensajes edulcorados, light, que disfrazan la realidad y que describen un país en el que sólo unos privilegiados disfrutan.

Se asume que El Salvador es un Estado laico. Sin embargo, sus políticos llevan a Dios en los labios. Algunos rematan los discursos en los que no dicen nada pidiendo la bendición divina para su auditorio. Otros han protagonizado encendidos debates sobre la obligatoriedad de la lectura de la Biblia en las escuelas. Otros más han aparecido públicamente como miembros de iglesias de distintas denominaciones.

Pero, ¿ese tipo de fe podrá ver al Dios que está en la humanidad que sufre? Interrogado sobre la pérdida de los valores de la solidaridad, Cortina respondió una vez que “hay que volver a organizar a la gente y comprometerse con ella. Y la Iglesia no está para esto ahora; le resulta más importante tener mil comuniones que acompañar a la gente. Les dicen que comulguen, pero la gente ni siquiera sabe lo que eso significa. Y si la iglesia acompaña al pueblo sólo hará trescientas comuniones. Es como la creencia de que Dios está en las grandes construcciones: el mal de piedra. Los obispos enseguida quieren hacer iglesias, cuando lo realmente importante es la gente. No les importa que vivan como chuchos mientras tengan a la gente cantando en la Iglesia”.

Por lo tanto, no se trata tanto de llevar a Dios en la boca, a la hora de dar discursos o de presentarse ante los medios. Es posible que la fuerte tendencia conservadora que impera en la actualidad, haga que algunos se conviertan en adalides de los valores religiosos y morales de la noche a la mañana. Pero los políticos tendrían que aprender a ver a Dios en la gente que sufre. En las víctimas. Y no para servirse de ellas en sus campañas políticas, sino para trabajar precisamente para que ya no haya más víctimas. No es necesario que todos se vayan a vivir a Guarjila.

Simplemente es cuestión de admitir que “todos tenemos una obligación muy fuerte de dar algo a alguien”. O, como lo dijo en otra ocasión, refiriéndose a muchos religiosos, “hay que pasarse unos cuantos días con los pobres, unos seis meses viviendo con los pobres, viviendo con los tres centavos, en casas llenas de ratones y cucarachas; que viesen a los niños en las pepenas de basura, que viesen todas estas cosas a ver si les cambia un poquito la percepción de la realidad del mundo.” Esto se puede aplicar perfectamente a los políticos salvadoreños, que parecen vivir en otro país.

Estos políticos son los que se rasgan las vestiduras ante la condena que la Corte Interamericana de Derechos Humanos le dio al Estado salvadoreño por su impasividad ante el caso de las hermanas Serrano, dos niñas desaparecidas a principios de los ochenta. La condena, según Cortina lo explicó, “es un primer paso importante, pero no definitivo. Se abre ahora un proceso largo y complejo. Necesitamos el apoyo de la Corte Suprema y de alguno de sus magistrados para seguir esclareciendo los delitos ocurridos durante el régimen militar. En este país es muy difícil que la derecha acepte cualquier argumento en este sentido. La inercia que conduce a la impunidad es muy importante en El Salvador. Esta es una batalla a largo plazo, necesitamos al menos de cinco a diez años más para constatar algún cambio. Nuestro anhelo es que esta sentencia sea un primer paso para alcanzar en el futuro el objetivo de la reprobación social de los torturadores, los asesinos y, sobre todo, de aquellos que les dieron las órdenes y los encubrieron.”

El compromiso con las víctimas y con la verdad histórica definió a Jon Cortina. Eso es lo que la política salvadoreña debe aprender. Ahora está distanciada de las víctimas y de la verdad. No quiere oír hablar de víctimas, porque no son cómodas. Por eso se ha preferido pasar la página de los acuerdos de paz lo más rápido posible.

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