Isabel Soto Mayedo
Redacción Central, 20 dic (PL) Los acuerdos bilaterales, signados hoy por el libre comercio, lejos de llevar a la integración regional contribuirán a desunir a los pueblos centroamericanos.
Sobre todo la propuesta norteña identificada como Tratado de Libre Comercio Centroamérica, República Dominicana y Estados Unidos (TLC), pretende favorecer la acumulación de capitales en detrimento del intercambio sociocultural y de todo tipo entre esos países.
Al aceptar de manera acrítica esta iniciativa, las élites gobernantes de las naciones istmeñas acabarán por aniquilar los intentos de integración autóctona a cambio de una subordinada y tendiente a la absorción de la región por parte de Estados Unidos.
Académicos y politólogos coinciden en afirmar que tal opción está marcada por la lógica neoliberal y en consecuencia, defiende la competitividad, la eficiencia y la desregulación estatal.
Para concretarse, esta precisa una cultura estandarizada, capaz de motivar la aceptación de la marginalidad y la pobreza, similar a la que fomentan sus adalides a través de los poderosos medios de comunicación y de otras tecnologías del entretenimiento, añaden.
Al contribuir a la expansión de esa cultura de la desesperanza, como la calificó el filósofo alemán Frank Hinkelamert, los gobiernos centroamericanos desmienten sus reiterados discursos acerca de la urgencia de impulsar la unificación en el área.
De igual modo, demuestran la ausencia de una propuesta de desarrollo originaria, que contemple no sólo las cuestiones de índole económica.
Los fracasos en el proceso integracionista, el aumento de las tensiones en la región y la frustración tras la aplicación del modelo desarrollista, obligó a los sectores dominantes de Centroamérica a la búsqueda de otros paradigmas económicos en los años 80.
Incapaces de articular una estrategia propia e interesados en mantener viejos vínculos con Estados Unidos, estos aceptaron la propuesta exportada por ese país.
Por efecto, se pusieron de moda en el área la liberalización y desgravación comercial, los conceptos de democracia, buen gobierno, derechos humanos y otras panaceas del discurso hegemónico norteamericano, según la investigadora cubana Ileana Capote.
En sintonía, Washington permitió la entrada de determinados productos de estas naciones a su mercado, aunque con determinadas condicionantes.
Tal es el caso de las llamadas reglas de origen, en virtud de las cuales fueron beneficiados los productos "maquilados" o ensamblados por empresas norteamericanas situadas en suelo istmeño.
Estados Unidos aplicó esa estrategia bajo el amparo del Sistema General de Preferencias, la Iniciativa para la Cuenca del Caribe y la Ley de Asociación Comercial para esta, precisó la profesora del Instituto de Relaciones Internacionales Raúl Roa García.
Cuando Estados Unidos captó el rechazo a la intención de construir viabilidad a su proyecto hegemónico en el continente, con la creación de un Area de Libre Comercio para las Américas, aceleró la negociación de tratados bilaterales.
Pese a que esta epidemia se expandió por el mundo, resulta evidente el claro objetivo del gobierno norteamericano de consolidar su presencia económica en este hemisferio.
Luego del TLC con América del Norte (Canadá, México, 1994), ese país se lanzó a la concertación de este tipo de acuerdos con Chile (2003) y continúa insistiendo en su concreción con Centroamérica, Perú, Ecuador y Colombia.
Resulta innegable que en muchas de estas negociaciones, Estados Unidos logró imponer sus criterios comerciales en áreas sensibles de las relaciones internacionales actuales, consideraron.
Por esta razón, estos acuerdos son considerados elementos de presión en función de la dominación hemisférica, que incidirán notablemente en las futuras relaciones interamericanas.
De momento, en lo que a Centroamérica respecta, el TLC acarreará la pérdida de soberanía de los Estados porque la política de estos quedará a merced de los mecanismos de solución de controversias con poder de decisión supranacional.
En igual sentido, este tratado echará por tierra el proceso iniciado con la creación del Mercado Común Centroamericano (1961) y sostenido hasta los años 80, a pesar de sus múltiples debilidades.
Redacción Central, 20 dic (PL) Los acuerdos bilaterales, signados hoy por el libre comercio, lejos de llevar a la integración regional contribuirán a desunir a los pueblos centroamericanos.
Sobre todo la propuesta norteña identificada como Tratado de Libre Comercio Centroamérica, República Dominicana y Estados Unidos (TLC), pretende favorecer la acumulación de capitales en detrimento del intercambio sociocultural y de todo tipo entre esos países.
Al aceptar de manera acrítica esta iniciativa, las élites gobernantes de las naciones istmeñas acabarán por aniquilar los intentos de integración autóctona a cambio de una subordinada y tendiente a la absorción de la región por parte de Estados Unidos.
Académicos y politólogos coinciden en afirmar que tal opción está marcada por la lógica neoliberal y en consecuencia, defiende la competitividad, la eficiencia y la desregulación estatal.
Para concretarse, esta precisa una cultura estandarizada, capaz de motivar la aceptación de la marginalidad y la pobreza, similar a la que fomentan sus adalides a través de los poderosos medios de comunicación y de otras tecnologías del entretenimiento, añaden.
Al contribuir a la expansión de esa cultura de la desesperanza, como la calificó el filósofo alemán Frank Hinkelamert, los gobiernos centroamericanos desmienten sus reiterados discursos acerca de la urgencia de impulsar la unificación en el área.
De igual modo, demuestran la ausencia de una propuesta de desarrollo originaria, que contemple no sólo las cuestiones de índole económica.
Los fracasos en el proceso integracionista, el aumento de las tensiones en la región y la frustración tras la aplicación del modelo desarrollista, obligó a los sectores dominantes de Centroamérica a la búsqueda de otros paradigmas económicos en los años 80.
Incapaces de articular una estrategia propia e interesados en mantener viejos vínculos con Estados Unidos, estos aceptaron la propuesta exportada por ese país.
Por efecto, se pusieron de moda en el área la liberalización y desgravación comercial, los conceptos de democracia, buen gobierno, derechos humanos y otras panaceas del discurso hegemónico norteamericano, según la investigadora cubana Ileana Capote.
En sintonía, Washington permitió la entrada de determinados productos de estas naciones a su mercado, aunque con determinadas condicionantes.
Tal es el caso de las llamadas reglas de origen, en virtud de las cuales fueron beneficiados los productos "maquilados" o ensamblados por empresas norteamericanas situadas en suelo istmeño.
Estados Unidos aplicó esa estrategia bajo el amparo del Sistema General de Preferencias, la Iniciativa para la Cuenca del Caribe y la Ley de Asociación Comercial para esta, precisó la profesora del Instituto de Relaciones Internacionales Raúl Roa García.
Cuando Estados Unidos captó el rechazo a la intención de construir viabilidad a su proyecto hegemónico en el continente, con la creación de un Area de Libre Comercio para las Américas, aceleró la negociación de tratados bilaterales.
Pese a que esta epidemia se expandió por el mundo, resulta evidente el claro objetivo del gobierno norteamericano de consolidar su presencia económica en este hemisferio.
Luego del TLC con América del Norte (Canadá, México, 1994), ese país se lanzó a la concertación de este tipo de acuerdos con Chile (2003) y continúa insistiendo en su concreción con Centroamérica, Perú, Ecuador y Colombia.
Resulta innegable que en muchas de estas negociaciones, Estados Unidos logró imponer sus criterios comerciales en áreas sensibles de las relaciones internacionales actuales, consideraron.
Por esta razón, estos acuerdos son considerados elementos de presión en función de la dominación hemisférica, que incidirán notablemente en las futuras relaciones interamericanas.
De momento, en lo que a Centroamérica respecta, el TLC acarreará la pérdida de soberanía de los Estados porque la política de estos quedará a merced de los mecanismos de solución de controversias con poder de decisión supranacional.
En igual sentido, este tratado echará por tierra el proceso iniciado con la creación del Mercado Común Centroamericano (1961) y sostenido hasta los años 80, a pesar de sus múltiples debilidades.
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