Obama, Clan Kennedy en Impactante Pacto Populista en Primarias de EE.UU.
Por: Pastor Valle-Garay
Senior Scholar, Universidad de York
Toronto, Canadá – Fue un golpe magistral. Melodramático hasta más no poder. Para ello estratégicamente se seleccionó el sitio de la investidura. Nada menos que la American University, Alma Mater del asesinado ex Presidente John Fitzerald Kennedy, ubicada en Washington, columna vertebral de una nación en caída libre.
Barack Obama apenas disimulaba su satisfacción. No era para menos. El gato acababa de tragarse sendo ratón. Con todo y cola. El ratón del caso no era otro que su formidable opositora política Hillary Clinton y su esposo, el carismático ex Presidente Bill Clinton, ambos muy amigos de la familia Kennedy.
Rodeado de la crema y nata del trágicamente famoso clan Kennedy, Obama lucía presidenciable. Su nueva barra política estaba compuesta del patriarca del clan y senador demócrata Edward Kennedy; de su hijo, el congresista Patrick Kennedy y de Caroline Kennedy, hija del desaparecido presidente. Días antes Kathleen Kennedy, ex vice gobernadora de Maryland e hija del asesinado senador Robert Kennedy, junto con su hermano Bobby y su hermana Kerry habían declarado que apoyarían la candidatura de Obama en las primarias que supuestamente le conducirían a liderar el partido demócrata en los comicios presidenciales de noviembre.
En la American University varios miles de partidarios vitorearon tanto a Obama como el espaldarazo de la poderosa familia Kennedy. “Hubo una oportunidad en que otro joven candidato a la presidencia desafió a los Estados Unidos a cruzar nuevas fronteras,” acotó el senador Kennedy, “Igual ocurre con Barack Obama. Ha encendido una chispa de esperanza en medio de la gran urgencia de hoy.” La ovación fue estremecedora. La escucharía Hillary Clinton. La prensa la pregonó incesantemente. Hillary se sentiría mal. Muy mal. Sin embargo, no podría culpar a nadie más que a su Bill.
Los Clinton daban por descontada la bendición de los Kennedy. Desafortunadamente para Hillary al patriarca Edward le dieron rabieta los comentarios negativos dirigidos contra Obama por Bill Clinton. Enfurecido, se lo reclamó por teléfono y cambió de bando. Lo demás es agua bajo el puente. ¿Así de sencillo? ¡Quién sabe! En lo que pasa por democracia estadounidense la lealtad no es virtud.
Según los historiadores, los antiguos líderes romanos se saludaban con mucho recelo. Solían estrechar el antebrazo asegurándose así que ninguno escondía armas cortantes. (Siglos después surgió el abrazo entre amigos. Similar propósito. Se palpaban el uno al otro para cerciorarse que no ocultaban armas). De nada le sirvió al emperador romano Julio César. Su antiguo amigo Marcus Brutus, con un grupo de senadores, le asestó mortal puñalada al César en las escalinatas del Senado. “Et tu Brutus?,” exclamó Julio César al caer mortalmente herido, según palabras atribuídas a la víctima por el bardo William Shakespeare. “Et tu, Edward,” diría para sus adentros Hillary. ¡A lo mejor!
Sin duda fue el acto más dramático en aburridísimas semanas de campaña caracterizadas por los giros de veleta de los candidatos. Según soplen los vientos políticos cada quien cambia de prioridad sin mayor esfuerzo. Inicialmente el enfoque principal fue la inmigración. Lo descartaron por la guerra contra Irak, contra Afganistán seguido de la probable guerra contra Irán. Luego brevemente destacaron el alza en combustibles, la campaña antiterrorista y la incompetencia de Bush. No es hasta en las últimas dos semanas, cuando la recesión económica comenzó a destruir los sueños de cientos de miles de familias estadounidenses, que los candidatos finalmente se pronunciaron por el bienestar público.
Hasta ese entonces se preocupaban únicamente en recaudar multimillonarios fondos para las primarias. Nada extraño en un país donde la plata, platica y donde el presidente electo sirve al placer de las corporaciones y de las multinacionales. En estas circunstancias, no se requiere cinismo para comprender la decisión del candidato en tornar su atención al grito desesperado de una población en precarias condiciones económicas: la recesión amenaza directa y precisamente a las poderosas empresas que gobiernan al presidente. Reaccionaron tarde. La economía está en caída libre y nadie es capaz de evitarla o de reparar los daños causados por la administración de George W. Bush.
De ganar Barack Obama tendrá que reconocer que el apoyo del clan Kennedy fue un momento clave en el triunfo de su candidatura. Con ello selló el destino fatal que marcó la trayectoria de los Kennedy. Entre tanto, la puñalada a las aspiraciones de Hillary bien podría convertírsele a los Clinton en una bendición disfrazada. El barco estatal inexorablemente se estrella contra las rocas diseñadas en Washington. Con el novato de Obama al timón, el barco se hunde sin un capitán experimentado en sacarlo a flote. Para Hillary no ya no es cuestión de et tu, Edwards? Hillary tendrá otra oportunidad de rescatarlo. En las próximas elecciones. Después del fracaso populista de Barack Obama.